Valentín Martín
La soledad no fusila los dilemas, los
multiplica. Envejecer en los pueblos es vivir cuesta arriba con la herida del
tiempo que hace difícil salir al panadero, a la compra de ultramarinos, enredar
la mañana con el gas y la comida, no saborear las sobremesas cuando la lucidez
abre paso a la realidad y te pone frente al espejo.
Cerraron las escuelas sin niños y niñas
que jugar a la comba o al bote boleiro, cerró la taberna y ya se sabe que la
vida se acaba cuando cierran todos los bares, casi cerró la parroquia por falta
de cura y de parroquianos, sólo abre media hora los domingos para que una mujer
litúrgica cante y rece con las mínimas mujeres que antes cantaban cuplés en las
fiestas, menos mal que no se exige quorum.
La primera en marcharse del pueblo fue
Josefina. Ella tuvo visión de futuro porque el viaje de Josefina hacia una
residencia de monjas, cuando las monjas gobernaban este territorio, sucedió
hace muchos años.
Después de Josefina, algunos ancianos
dejaron sus casas y se fueron donde ella. El pueblo, como otros muchos pueblos,
se fue encogiendo hasta convertirse en el frío de las calles vacías, del
hermoso mirador de la plaza vacía, de las ausencias obligadas a la huída.
Algo hemos aprendido de Josefina los
viejos que oímos enfurruñados hablar en abstracto sobre la España vacía o
vaciada. Los que jamás escribimos una palabra que no hayamos vivido sabemos que
en el mundo rural no hay un futuro económico para los jóvenes, y que los viejos
somos un problema.
No hay dinero para las nuevas residencias
de ancianos -privadas o públicas- y tampoco hay monjas pese a las importaciones
sudamericanas o la negritud de África.
Pero los viejos tenemos derecho a que
alguien piense por nosotros. Nos lo hemos ganado levantando este país y
llevándolo hasta el siglo XXI con el sacrificio y el trabajo, únicos valores
que no necesitan convalidación en cualquier ideología.
Los antiguos periodistas, entrenados de
sangre y ternura, tienen el hocico activo para eludir arengas, olisquear las
soluciones después de ejercer la crítica, y ventear las noticias. ¿Son noticia
los pueblos que van menguado mientras la población envejece? No. La noticia es
que los poderes públicos reconozcan nuestro derecho a los servicios como las
grandes ciudades. O que sea la propia ciudadanía quien active proposiciones a
un problema que, por crónico y general, sólo se resuelve con la colaboración de
lo público y lo privado. Se podía argumentar que esto ya existe con las
residencias de ancianos concertadas. Pero esto no resuelve el desgarro de los
viejos ante el abandono obligado de nuestras casas, lo que deduce el
vaciamiento -más todavía- de la España rural.
Siempre he dicho que nos salvamos por los
jóvenes o nos vamos al abismo. Y ante este estadio social, puede haber una
tercera vía que lleva a mantenernos en nuestras casas y a conservar el pueblo
más vivo. De los jóvenes ha venido esta propuesta.
Porque joven es la iniciativa de Las
Romanas Santa Teresa que llega a nuestras casas con los menús calentitos y
sabrosos dispuestos para comer. Nuestro problema de alimentación, resuelto. Si
se aplica la ley de dependencia, más resoluciones aún. Nosotros ponemos la casa
con todos sus gastos de intendencia. Con esos abaratamos el coste que
generaríamos al Estado, y no seremos un peso para la sociedad trabajadora.
Esta iniciativa privada está dando vida a
cuatro pueblos ya. ¿Por qué los poderes públicos no la tienen en cuenta y
participan con una colaboración que la haga sostenible económicamente?
No queremos abandonar nuestras casas ni vaciar más
nuestros pueblos. Queremos que nos quieran. Pero que nos quieran ayudar esos
poderes públicos estatales, autonómicos y municipales. No nos dejen más solos.
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