Lazarillo
Con un abrazo para Isabel, allá donde esté.
Tengo más de un motivo para que León sea una ciudad a la que quiero, como supongo les pasará a los leoneses que nacieron o residen en ella, sin que en mi caso se dé esta circunstancia. Por resumir diré que gracias a León me enamoré del arte y también de una de sus mujeres, adolescente cuando nos conocimos, y en cuya voz y ojos creí entender la belleza de la luz y el color en los encendidos vitrales de la catedral leonesa, que tan a fondo admiré, estudié y me conmoverá siempre. Otro de los motivos es por haber descubierto en la ciudad del Bernesga mi querencia de paseo por los barrios antiguos de las ciudades históricas de cielos azules, tan distintos a los que acompañaron mi niñez más al norte. Y ahí, en esa iniciación peripatética, bien arraigada está en mi corazón de viajero la vieja Plaza del Grano, cuyo pavimento empedrado han revestido de verdín las recientes y copiosas lluvias, según se advierte en la fotografía. Durante un par de años estuvo la reforma de esta plaza en las portadas de la polémica, dándose por terminada en 2018 con una inversión de medio millón de euros en dos fases. Se temió entonces por la pérdida de personalidad que podría afectar a ese entrañado ámbito urbano, ubicado en el centro del barrio viejo. Personalmente creo que, aunque la plaza mantiene la identidad que la hace tan afincada de carácter propio en la intrahistoria leonesa, el resultado no ha sido todo lo satisfactorio que este Lazarillo hubiese querido. Con todo, siempre que voy a León sigo creyendo obligado, si el tiempo lo permite y el sol del invierno templa el ambiente frío de aquella bella y aireada ciudad, un buen rato de parada y recogimiento mental en la Plaza del Grano, casi siempre haciendo uso de la ya larga mirada retrospectiva de quien tiene mucho más memoria que porvenir. El entorno lo favorece.
DdA, XIX/5.350
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