lunes, 30 de enero de 2023

EL ODIO Y LA EXCLUSIÓN AUMENTAN CON EL DISCURSO REACCIONARIO EN LA AGENDA PÚBLICA


Enrique del Teso

Ocurrían las tres cosas casi a la vez. Sánchez firmaba con Macron un tratado entre España y Francia de grueso calibre para el continente. Por varias comunidades se extiende la agitación en la sanidad pública, a la que empieza a asomarse tímidamente la enseñanza. En Cibeles Vox tocó el cornetín y acudieron decenas de miles al llamado ultra para luchar contra el comunismo y contra los moros, para invalidar las últimas elecciones porque la gente votó mal y, en general, para proteger a España de los españoles. Mirando el panorama con desgana, podría parecer que no está tan mal, que la España delirada de los mundos ultras de yupi flotó sobre la España real del mundo real como el aceite flota sobre el agua, sin mezclarse y sin disolución posible. Pero el mundo real es confuso e inquietante, el pasado es movedizo, nos extraviamos en el tejido de un presente desconocido y no hay pistas para el futuro.

Las cifras dicen que mejoramos, pero cada uno siente que algo difícil de concretar va a peor. En el desconcierto apetecen esquemas fáciles y simples. Cuando tenemos ese eczema que nos escuece y al que los médicos no acaban de encontrar solución, o ese dolor intestinal que no acaban de saber por qué es, la perorata de oligoelementos, pócimas mineralizantes y chutes de zinc del homeópata nos llena de certezas. Los cuatro bramidos simplones de los ultras disueltos en un buen puñetazo en la mesa por donde desfilen moros, feministas, progres vividores y chalés de Galapagar al menos son una explicación rápida y manejable y de repente mi frustración y mala leche dan orden en el caos.

Aunque el sentido común siga en nosotros, los delirios ultras no son aceite flotando sobre una realidad impermeable a ellos. Son una humedad que aprovecha la rareza de los tiempos y las debilidades de nuestro complejo sistema emocional y racional para hacer que lo más bajo de nuestras tripas más bajas se deje ver en nuestra conducta. Algo de ese aceite que se exhibió en garrafas en Cibeles se filtra y oscurece la convivencia.

Además es muy humano aflojar lo que nos aprieta. Para quedar con nuestros amigos ponemos la ropa que nos gusta llevar, pero al llegar a casa nos alivia cambiarla. Por mucho que queramos a la pareja o hijos con los que vivimos, siempre tiene algo de distensión y hasta de descanso quedarse de repente solo en casa. Hasta la convivencia más amable se compone de hilos invisibles que nos envuelven en una tensión difusa. No es mejor lo que nos distiende y peor lo que nos tensa. No es mejor estar solo que con compañía querida. Pero la distensión es un momentáneo placer.

La democracia es buena, pero no es simple. Siempre hay una delicada tensión entre lo que tienes que tolerar para que te toleren a ti y lo que tienes que respetar a regañadientes para que no te falten a ti al respeto. Los estrategas ultras conocen nuestra necesidad de explicaciones rápidas y simples que nos saquen del desconcierto y nuestra necesidad de aliviar nuestras tensiones en un mundo que nos aprieta y nos hace rozaduras. Están bien financiados para contar con estudios detallados y, como los extraterrestres de las películas, nos tienen bien observados.

Pero ese conjunto de apreturas y tensiones de las que nos distiende el discurso ultra no es otra cosa que la democracia. La llaman dictadura progre para que no se note. Y es verdad que la democracia, como la convivencia doméstica, tensa. Y cuanta más gente tenga derechos, más tensa. Como en todo lo demás, lo que distiende no es mejor que lo que tensa, decíamos que la soledad que distiende no es mejor que la compañía querida que tensa. De hecho, el conjunto de distensiones predicado en Cibeles es sencillamente la dictadura húngara. ¿Qué otra cosa puede ser aliviarnos de la democracia que no sea algún tipo de dictadura?

Pero sus mentiras no son perfectas. Alguna transparencia enojosa debía envolver el ambientazo de Cibeles, alguna franqueza inconfesable debía condensarse en aquella atmósfera, para que Ayuso y Feijoo apoyaran a los manifestantes y pero no quisieran que se les viera con ellos. Algún plumero debe estar a la vista cuando Vox lleva meses buscando a alguien que quiera ser candidato presidencial de su cacareada moción de censura, y ni siquiera los más motivados, ni siquiera los que pidieron sin ambages que saliera el ejército aprovechando nuestro confinamiento, quieren dar ese paso. Bien poco les pide Vox, solo que acepten ser candidatos y, si ganan, disolver el parlamento. Y alta es la misión solicitada: nada menos que liberar a España. Y se lo pide a gente que ya se le pasó el arroz y no tiene mejor cosa que hacer. Mal debe oler para tanta reticencia.

Que se filtre parte del discurso reaccionario a la agenda pública (medios palmeros no les faltan) tiene dos consecuencias. Una es que aumenta el odio y la exclusión, porque de eso va ese discurso, de españoles contra españoles, razas contra razas y moros contra cristianos. Y la otra es la monumental distracción de lo que realmente pasa, que es de lo que también va ese discurso: de que pensemos en hordas delincuentes en uno de los países más seguros del mundo, de que pensemos en invasiones bárbaras donde la pirámide de población exige inmigración, de que estemos con los nervios de punta por ETA en un país que ya dejó atrás la violencia política y de que queramos continuar las batallas del Cid en un país confortablemente encajado en el orden internacional.

Los acuerdos con Francia sí son realidad y no delirio. Se están produciendo movimientos geopolíticos de envergadura que van a marcar los próximos tiempos, en los que no estamos mal situados, y en los que se están marcando decisiones estratégicas: Francia, Marruecos, Sahara, EEUU, Alemania, Portugal, países nórdicos, Latinoamérica; todo esto está cambiando para España con decisiones unas veces inteligentes y otras inmorales y hasta peligrosas. La UE ya nos gobierna más que el Gobierno central, no tiene estructura democrática y no tiene definidos cuáles son los pilares de las democracias que exige en los estados miembros. Si no caben en la unión estados que se endeuden sin su permiso, si no caben estados que estatalicen sectores estratégicos como la siderurgia o la energía, debe instaurarse una dictadura progre que exija en los estados miembros estructuras sanitarias, educativas y de  jubilación públicas y de financiación solidaria y progresiva.

Los derechos son similares a la gracia de Dios. Son protecciones y beneficios que no hay que merecer y son automatismos que suceden porque la inercia social los asegura. En eso consiste que sean derechos. La privatización de servicios básicos hace desaparecer el derecho y Europa no debe ser un espacio donde la atención sanitaria, por ejemplo, sea un consumo y no un derecho. La dictadura progre debe prohibir sistemas fiscales que no garanticen esos derechos, igual que prohíbe ayudas públicas o medidas proteccionistas a empresas nacionales. Deben castigarse paraísos fiscales y las prácticas consentidas de evasión de impuestos. Es raro que la UE nunca nos pida moderar el dinero público que acaba en los cepillos de la Iglesia. Este tipo de cosas nos va en juego en la UE y en acuerdos con Francia, no la reconstrucción del imperio.

La agitación en la sanidad tiene que ver con todo esto. La injusticia fiscal deja anémicos los servicios públicos. Las bajadas de impuestos a los ricos, o su evasión, sencillamente elimina nuestros derechos, aunque sigan reconocidos en la ley. Madrid mete en los bolsillos de los más ricos unos 4.100.000 de euros al año (más de dieciséis mil millones por legislatura; cómo iban a reparar en gastos en el tamayazo)  quitándoselos de sus impuestos, es decir, quitándolos de hospitales, atención primaria, enseñanza, dependencia y demás servicios. Se hace en Madrid con más desvergüenza lo que se está haciendo calladamente en todas las comunidades. Hay que hablar todo esto en la UE por la misma razón por la que no se hablará en tinglados como el de Cibeles: porque eso es la democracia.

La Voz de Asturias  DdA, XIX/5.362

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