sábado, 10 de diciembre de 2022

¿PATRIOTAS O CIUDADANOS?

Aurelio Peláez Morán 

“Dios y la patria son un equipo invencible; baten todos los récords de opresión y derramamiento de sangre”.       (Luis Buñuel)

Aunque parezcan lo mismo, son conceptos opuestos: el patriotismo es un sentimiento subjetivo, mientras que la ciudadanía es un hecho objetivo que otorga derechos inalienables. El sentimiento patriótico español, andaluz o catalán es inducido desde que nacemos, y el individuo puede aceptarlo y asumirlo o no; por contra, sienta lo que sienta cada cual, todos somos ciudadanos de un Estado, que es la forma objetiva de organizarse la sociedad. Los apátridas, aunque no estén encuadrados en un Estado, están amparados por los derechos humanos, y son la prueba de que se puede vivir sin patria, pero no sin ciudadanía, porque no existe el concepto de a-ciudadano. La subjetiva patria da derechos particulares y excluyentes, pero la ciudadanía da derechos generales, absolutos e iguales para todos, porque ningún ser humano puede ser ilegal.

Trump, entre otros grandes pensadores y políticos, presumía de patriota, y la inefable criadora de ranas Esperanza Aguirre quería más patria y menos Estado; otro personaje, que también vive de la política y que responde al patriótico nombre de Smith, afirmó, al recuperarse del coronavirus, que había sido gracias a sus anticuerpos españoles, a los que suponía más potentes. ¿Qué puede esperar el ciudadano común del modo en que administraría este individuo lo que es de todos? ¿Qué país quieren para sus conciudadanos los tres millones y medio de patriotas que votaron al partido de semejante energúmeno? ¿No es sospechoso tanto ridículo en nombre del patriotismo?

La patria es un sentimiento cultural impuesto por el nacimiento, que nos obliga a creer que millones de extraños pertenecen a la misma comunidad excluyente que nosotros y que tenemos en común con ellos intereses vitales, una creencia imaginaria a la que sus ideólogos y defensores se esfuerzan vivamente en dar una apariencia de realidad. El Estado es una voluntad de organización del grupo, y una de sus finalidades ha de ser la de realizar un reparto más justo de la riqueza, aspecto que a la patria le da igual porque su esencia es ser inmutable, apolítica, inmovilista y desigual. La patria no tiene por qué ser democrática ni justa, el Estado, sí.  

Los poderosos utilizan la patria y el patriotismo para justificar lo injustificable, injusticia, corrupción, porque son incapaces de convencernos con la razón, el debate, la transparencia, la dignidad, la honestidad o el respeto. En el siglo XVIII, Samuel Johnson decía que el patriotismo es el último refugio de los canallas, y en el siglo XXI, podría decir que continúa contaminando el contrato social y que se sigue utilizando para tapar vergüenzas, aprovechándose del honesto y sincero amor por su tierra que sienten muchas personas para manipularlo en favor de una minoría. Tanto el lugar como la familia donde uno nace son fruto del azar y, aunque es comprensible tenerles cariño, no es obligatorio que nos gusten ni el uno ni la otra. Cuando el verdadero poder habla mucho de patrias y se envuelve en banderas es que no le gusta algo de lo que ve, y por eso en España llevamos siglos sufriendo el patriotismo de quienes no han dudado en destruir la patria sin miramientos cada vez que han visto peligrar sus intereses y su modo de vida, con el objetivo de imponérnoslos a todos.

Se les llena la boca de patria a esa caterva de proxenetas del lenguaje que llama libertad a sus privilegios y opresión a los derechos de todos, esos patriotas que se enriquecen fomentando la globalización para diluir el poder de los Estados, los que defienden que empresas extranjeras se apoderen de empresas españolas estratégicas y puedan cortar el suministro de energía a millones de compatriotas en beneficio de accionistas con variados pasaportes y la patria en la cartera. A esos patriotas les parece bien que las grandes empresas transnacionales no respeten la ley o creen sus propios tribunales para impedir que el Estado tome alguna medida justa que los perjudique. Son patriotas de boquilla, de bandera en la pulsera, en el cuello del polo y pegatina en la correa del reloj, que llevan a sus hijos a colegios extranjeros, compran coches fabricados en otros países y van de vacaciones a países exóticos bien alejados de su “querida” patria, esos que tienen su dinero en paraísos fiscales, oiga, que el dinero y la patria no tienen por qué ir de la mano. Son los mismos que apoyan la libre circulación de mercancías, que no de seres humanos, para producir barato en el Tercer Mundo y vender caro en su patria a trabajadores en paro cuyo subsidio se paga con los impuestos de los demás; son los patriotas que añoran aquella patria una, grande y ¡libre!, un cortijo de su propiedad habitado por esclavos a su servicio y no por ciudadanos libres. Sólo los ricos son patriotas coherentes porque ellos tienen mucho que ganar con trabajadores esclavos y, cómo no, patriotas.

En el intento del siglo XIX por emancipar a los pobres, el internacionalismo era la bandera de los trabajadores frente al patriotismo de los ricos, y es que las guerras, como las crisis, siempre las ganan los mismos. No es casualidad que patriotas fueran los nazis, porque el patriotismo es la creencia de que ese azar que somos todos nos hace mejores por haber nacido en un determinado lugar. Tampoco es casualidad que las regiones separatistas sean siempre y en todo el mundo las más ricas, pero en la España de la transición, con la inexistente cultura política del país y la represión franquista contra todo lo que no fuera unidad territorial, se confundió nacionalismo centrífugo con progresismo, y la izquierda, huérfana de ideología y tradiciones políticas recientes, compró la idea para regocijo de los partidos nacionalistas de derechas, o sea, todos. ¿Cómo va a querer independizarse un pobre, que sólo puede sobrevivir si hay solidaridad?

Los milmillonarios, grandes patriotas y mayores filántropos en apariencia, han privatizado la solidaridad con fines publicitarios y para que nada cambie, pero con la pandemia se han clarificado muchas cosas, entre otras, que sólo hay dos patrias, y que la patria de los que salen en las listas de Forbes no es la misma que la de las camareras de hotel ni la de las cajeras de supermercado -casi todas mujeres, otra patria- ni la de los pensionistas pobres, ni la de los parados, ni la de los trabajadores precarios, que pronto serán todos. Sólo hay que ver, dentro de cada patria, quienes se mueren antes, a quienes afecta más la pandemia y quienes hacen turismo de vacunas.

Los de la patria de arriba utilizan el patriotismo y sus símbolos para su provecho, y los de abajo se guarecen bajo su trapo para convencerse de que pertenecen a una entidad fuerte, compartida por millones de personas, entre las que se encuentran grandes deportistas, famosas actrices, adulados empresarios, triunfadores en definitiva con los que los de abajo solo comparten el pasaporte, ni siquiera el domicilio fiscal y los impuestos que pagan. La vida del español pobre se parece más a la del polaco, griego o italiano pobre que a la del español rico. ¿A quién le interesa que sea más importante el corte vertical (patria) que el horizontal (riqueza y estatus)? ¿Qué le aporta a una pensionista octogenaria que vive sola y sin recursos pertenecer a la misma patria que la multimillonaria y joven presidenta de un banco multinacional? ¿Qué tienen en común, aparte de la patria y que no respiran por branquias?

Como todo en este mundo, los sentimientos patrióticos también se pueden vender, y si no, que se lo digan al gobierno de Malta (UE), que concede la nacionalidad a quien abone 650.000 euros, invierta 150.000 en bonos del Estado y compre una casa de 350.000; o al de Chipre (UE), cuyo pasaporte está valorado en una casa de 500.000 euros y una inversión estatal de 5 millones; o al de España (UE), que, en 2013, concedió permisos de residencia a grandes inversores, fundamentalmente rusos, por su acendrado patriotismo. Eso sí, España deniega papeles a extranjeros arraigados si no tienen ingresos y, para vergüenza de todos, niega sistemáticamente la nacionalidad a los saharauis aunque cumplan los requisitos porque vienen de un "país no reconocido".

La patria, como el Estado, es un concepto grupal en el que sólo cabe lo común, pero, en medio de esta pandemia de ultraindividualismo que estamos sufriendo, ¿qué concepto de patria, de Estado, de grupo, puede tener esa mayoría enferma de egoísmo? ¿qué sentimiento de pertenencia pueden tener esas personas para quienes la idea “nosotros” es un arcano porque jamás han pensado que hubiera algo más allá del “yo”?

DdA, XVIII/5.324


No hay comentarios:

Publicar un comentario