Aurelio Peláez Morán
La enseñanza de la
Historia en este país navega entre la opacidad y los complejos, dominada por la
reaccionaria visión de una disciplina cultivada por unos pocos eruditos al
margen de la vida cotidiana, lo que favorece el mito y aleja la memoria viva. En
los institutos no se suele pasar de los primeros años del siglo XX, con la
excusa de que es preferible no tratar hechos recientes porque quedan todavía
muchos testigos, en lugar de aprovechar esa historia que aún respira para
aprender de quienes la vivieron. Los equidistantes —entre las víctimas y sus verdugos—
hablan de dos supuestos bandos de una guerra que comenzó siendo un golpe de
Estado y sostienen, con evidente incoherencia, que lo fetén es hablar de
concordia, futuro y olvido, para luego lamentarse de que las generaciones más
jóvenes no saben nada de nuestra historia reciente. Autoproclamados apolíticos,
sostienen que todos los políticos son iguales, aunque hay que suponer que unos
deben de ser más iguales que otros porque, curiosamente, siempre votan a los
mismos.
Una mezcla de miedo,
hipocresía, dejadez y mala conciencia ha cultivado un insalvable vacío
histórico entre las últimas generaciones del franquismo y las primeras del
postfranquismo, a las que se les ha robado la memoria colectiva, con la
connivencia irresponsable de docentes, instituciones, gobiernos, medios de
comunicación y una mayoría de familias anestesiadas que creen ingenuamente que
lo que no se nombra no existe y que las heridas se pueden cerrar en falso sin
que acaben supurando; creen que los pueblos pueden pasar una página de su
historia sin haber leído la anterior porque la historia no se repite, aunque
Marx ya dejó claro que tiene lugar dos veces, la primera en forma de tragedia,
la segunda en forma de farsa.
Y si de farsa se trata,
la transición española es un paradigma. Pilotada por los mismos que habían sido
prebostes de la dictadura y sometida al poder económico, que siempre fue el
verdadero poder político, la transición no fue más que un trampantojo con el
gatopardiano objetivo de cambiar un poco para que nada cambiase. Utilizaron
para ello un barniz barato que, casi tres décadas después, deja ver sus enormes
grietas y desconchados, y que ya no sirve para tapar los ojos a una generación
a la que se le sigue negando el derecho a conocer nuestra historia reciente,
que es la suya. La transición, efímera por definición, parió una Constitución
eterna e inamovible, defendida ahora a ultranza por quienes más la denostaron y
menos creyeron en ella cuando nació; tanto la odiaban cuando era bebé como la
adoran de adulta, lo que confirmaría ese deprimente y viejo adagio de que el
roce hace el cariño.
Ni la transición ni su
ley resolvieron agravios tan brutales como el de los miles de personas
asesinadas por defender la libertad, que yacen desperdigadas por las cunetas de
la patria excluyente de esa derecha heredera de los responsables de aquellos
crímenes, que hace todo lo que puede por perpetuar tamaña vergüenza. La guerra
civil dio lugar a dos especies distintas, unidas por la desgracia de la
invalidez, pero separadas por el trato, laudatorio o denigrante según en qué
trinchera hubieran estado: el caballero mutilado y el jodido cojo.
DdA, XVIII/5.328
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