jueves, 15 de diciembre de 2022

LA ENSEÑANZA DE LA HISTORIA: TRANSICIÓN, MEMORIA HISTÓRICA, EQUIDISTANCIA


Aurelio Peláez Morán

La enseñanza de la Historia en este país navega entre la opacidad y los complejos, dominada por la reaccionaria visión de una disciplina cultivada por unos pocos eruditos al margen de la vida cotidiana, lo que favorece el mito y aleja la memoria viva. En los institutos no se suele pasar de los primeros años del siglo XX, con la excusa de que es preferible no tratar hechos recientes porque quedan todavía muchos testigos, en lugar de aprovechar esa historia que aún respira para aprender de quienes la vivieron. Los equidistantes —entre las víctimas y sus verdugos— hablan de dos supuestos bandos de una guerra que comenzó siendo un golpe de Estado y sostienen, con evidente incoherencia, que lo fetén es hablar de concordia, futuro y olvido, para luego lamentarse de que las generaciones más jóvenes no saben nada de nuestra historia reciente. Autoproclamados apolíticos, sostienen que todos los políticos son iguales, aunque hay que suponer que unos deben de ser más iguales que otros porque, curiosamente, siempre votan a los mismos.

Una mezcla de miedo, hipocresía, dejadez y mala conciencia ha cultivado un insalvable vacío histórico entre las últimas generaciones del franquismo y las primeras del postfranquismo, a las que se les ha robado la memoria colectiva, con la connivencia irresponsable de docentes, instituciones, gobiernos, medios de comunicación y una mayoría de familias anestesiadas que creen ingenuamente que lo que no se nombra no existe y que las heridas se pueden cerrar en falso sin que acaben supurando; creen que los pueblos pueden pasar una página de su historia sin haber leído la anterior porque la historia no se repite, aunque Marx ya dejó claro que tiene lugar dos veces, la primera en forma de tragedia, la segunda en forma de farsa.

Y si de farsa se trata, la transición española es un paradigma. Pilotada por los mismos que habían sido prebostes de la dictadura y sometida al poder económico, que siempre fue el verdadero poder político, la transición no fue más que un trampantojo con el gatopardiano objetivo de cambiar un poco para que nada cambiase. Utilizaron para ello un barniz barato que, casi tres décadas después, deja ver sus enormes grietas y desconchados, y que ya no sirve para tapar los ojos a una generación a la que se le sigue negando el derecho a conocer nuestra historia reciente, que es la suya. La transición, efímera por definición, parió una Constitución eterna e inamovible, defendida ahora a ultranza por quienes más la denostaron y menos creyeron en ella cuando nació; tanto la odiaban cuando era bebé como la adoran de adulta, lo que confirmaría ese deprimente y viejo adagio de que el roce hace el cariño. 

Ni la transición ni su ley resolvieron agravios tan brutales como el de los miles de personas asesinadas por defender la libertad, que yacen desperdigadas por las cunetas de la patria excluyente de esa derecha heredera de los responsables de aquellos crímenes, que hace todo lo que puede por perpetuar tamaña vergüenza. La guerra civil dio lugar a dos especies distintas, unidas por la desgracia de la invalidez, pero separadas por el trato, laudatorio o denigrante según en qué trinchera hubieran estado: el caballero mutilado y el jodido cojo. 

DdA, XVIII/5.328

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