Enrique del Teso
Lo más fuerte que creo haber oído en el Congreso fue decirle a Felipe González que era el señor X de los GAL. Ser el señor X suponía haber ordenado 27 asesinatos, secuestros, torturas y ciertos pillajes económicos. Esa acusación de Anguita fue más severa que llamar a Sánchez o a Iglesias guarro, hijo de puta, miserable, basura o cerdo, como hizo Vox. La concejala de Vox que dijo a alguien que era un cenutrio y que se pusiera a la cola de Marlaska, que también le ponen los niñitos jovencitos, dijo también algo más suave que Anguita con lo de señor X. Y también fue más venial esta concejala cuando preguntó al aludido que qué le iba más, si lamer coño o comer polla, que Marlaska andaba como loco buscando voluntarios. Siendo ministra Leire Pajín, el entonces alcalde de Valladolid, León de la Riva, dijo que cada vez que veía sus morritos pensaba en lo mismo. Confesar fantasías de felaciones con la ministra es bastante menos que atribuir a alguien 27 asesinatos y torturas. Herman Tertsch ya había hecho insinuaciones soeces sobre Adriana Lastra, siempre por debajo de una acusación de 27 asesinatos. Los veinte mil millones destinados a lo que podríamos llamar políticas de familia (ayudas, conciliación y similares) fueron referidos por Alfonso Ussía como veinte mil millones a disposición de Irene Montero para talleres de chupar coños. El afán de juntar en la misma frase el nombre de alguna política joven con «chupar» y «coños» no es un empeño bonito, pero es menos que lo del señor X.
El sentido común nos dice que todo esto fueron insultos, pero que lo del señor X fue una acusación grave, pero no un insulto. Los asesinatos y secuestros existieron. Lo que dijo Anguita se resuelve en términos de verdad o falsedad. Si era verdad, era su obligación la firmeza en la denuncia. Si era falso, la imputación ha de ser desmentida y debe serle restituida la reputación al injuriado. Y en todo caso, era obligada la exigencia tenaz de la verdad. El insulto con el que la ultraderecha enmierda la vida pública es otra cosa. El insulto no tiene que ver con la verdad o falsedad, el insulto es insulto igual si es verdadero que si es falso. La ultra Carla Toscano en el Parlamento aludió sin velos a que Irene Montero tiene sexo con Pablo Iglesias y que pone empeño en esa tarea. Supongo que eso sea verdad, parecen personas saludables y normales. El señor Ussía dice que Irene Montero va a gastar veinte mil millones en talleres para chupar coños. Digo yo que eso será mentira y que Ussía no pretendía que lo creyéramos. Cuando el señor de la Riva daba a entender que la imagen de Leire Pajín le hacía pensar en felaciones, yo creo que decía la verdad, en él me encaja.
El insulto no admite desmentido. Llamar «negro» con desprecio a alguien que efectivamente es de raza negra no puede ser refutado. Irene Montero no puede desmontar el insulto de Toscano con la verdad de que sí que tiene estudios superiores (aunque no tantos como Toni Cantó). El insulto, para empezar, es una declaración de desprecio y de odio hacia alguien y muchas veces una audacia con la que se cohesiona un grupo. Todos los descerebrados ultras corearon a Toscano y el odio a Irene Montero y su momentánea deshumanización fue la sustancia que los hacía grupo. El insulto deshumaniza porque reduce a un sujeto a un rasgo, real o imaginario, que invalida cualquier otra cosa. Todos insultamos. Yo acabo de insultar a Toni Cantó. Y todos pensamos que ciertos insultos son una manera saludable de limitar a personajes perniciosos. Pero hay dos detalles que no son aceptables. Uno es que no puede ser el discurso único que se tenga. Puedo insultar a Toni Cantó, pero tengo cosas más serenas que decir de él para respaldar mi desconsideración. No puede ser todo irracionalidad. Y el otro detalle es que no se pueden usar como elemento de deshumanización características, da igual si reales, sesgadas o directamente falsas, de un estereotipo colectivo. Insultar como «negro» a una persona de raza negra es volcar odio y deshumanizar a un grupo por uno de sus atributos, como si una persona de raza negra se agotara en el hecho de ser negra (o maricón o mujer) y no hubiera más humanidad que considerar. El boceto de una mujer en cierta cultura machorra la reduce a morros, tetas, culo y entrepierna. Y en esa cultura a una mujer se la mira siempre con miopía, de manera que solo se ve el boceto. Sobre todo si es joven y se mueve por fuera de los dos recintos donde esa cultura la imagina, el de la minoría de edad y el de la dependencia.
Vox es un surtidor de odio grupal. Es el medio en el que prosperan, la inmundicia es el aire que respiran. Todos los insultos a Irene Montero son el mismo y todos son machistas. No la odian por ser mujer, por ejemplo a Ayuso no la odian. Pero expresan su odio y basan su deshumanización en estereotipos machistas y casposos sobre las mujeres. Con tanto salivazo ultra, el Congreso parece un juguete roto. Con un Senado parásito, una Monarquía sin guion y un poder judicial con rasgos de rey absoluto, que puede decidir qué leyes y conductas le gustan y cuáles no, lo que nos faltaba era la degradación del Congreso. Batet tenía que haberlo previsto con la misma certeza con que se prevé agresividad en un Real Madrid ? Barça. No se puede ser el tercer poder del Estado y no poder hacer nada.
No sé cuánto tiene de espontánea y cuánto de estratégica la reacción de Montero. Respondió a la bronca con bronca, asociando a la derecha con la cultura de la violación (qué palabra tan sufrida la de cultura). La cultura de la violación no consiste en avisar de riesgos a quienes corren riesgos. Consiste en considerar normales ciertas conductas agresivas, como si fueran parte de la naturaleza, y culpar a la víctima de no protegerse, supongo que poniéndose un saco o no saliendo de casa. Los apetitos sobre el cuerpo femenino son como el pedrisco: hay que protegerse. No hay que ser violador para ser parte de esa cultura. Y sí, la Iglesia y la derecha siempre fueron parte de la cultura de la violación.
Pero así Montero opone polarización a la polarización. Si en el horizonte de Podemos está una candidatura con Yolanda Díaz, hay un error táctico. El rumbo de Díaz es diésel, firme y de maneras smooth. El alto voltaje es un líquido en el que se diluye como un azucarillo. Si la orientación de Montero es una candidatura de Podemos, posiblemente encabezada por ella, su reacción tiene más sentido. Habría dos aciertos tácticos. Uno es no responder a la literalidad de la provocación, sino proyectarla sobre un marco más general. No se defendió a sí misma, sino que situó el ataque hacia ella en el marco del machismo y la cultura de la violación. El otro es polarizar por un punto que recorre capas muy amplias de la población y con cierta capacidad de transversalidad: está muy extendido el hartazgo de machismos cavernarios. Tal vez Podemos piense en un perfil electoral combativo alimentado por una polarización intensa. Si es así, el punto y la persona de choque están bien elegidos. Yolanda Díaz tiene que marcar un perfil más alto si quiere evitar el grave revés para las fuerzas progresistas que serían dos candidaturas a la izquierda del PSOE; el grave revés para España.
La polarización carga las pilas, pero tiene el problema de las técnicas de iluminación. A veces hay que ocuparse de varios temas prioritarios y la polarización alumbra uno hasta el fogonazo y deja en sombra a otros. La izquierda tiene varios focos. El Banco de España señala que los beneficios empresariales crecieron siete veces más que los salarios. Los ricos no pagan sus impuestos y los emporios se resisten a pagar tributos por sus desmesurados ingresos. Así los servicios públicos, y con ellos los derechos básicos y la protección elemental de la población, se resienten, con la sanidad como punta de lanza. Es imposible no relacionar los precios altos, salarios bajos y la desprotección que aguanta la mayoría con el crecimiento de beneficios y rapiña fiscal de la minoría. La situación requiere movilización y voltaje, pero con buena técnica de iluminación. Se llama política y necesita a la izquierda.
La Voz de Asturias DdA, XVIII/3.319
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