G. Guiter
Enrique del Teso, profesor de Lingüística en la Universidad de Oviedo, publica La propaganda de ultraderecha y cómo tratar con ella (Trea, colección Ensayos), un manual de resistencia frente a los «bulos y trampas discursivas» que inundan los medios, tanto tradicionales como cibernéticos. Es crítico con el panorama político y al mismo tiempo ofrece, más que esperanzas, herramientas para entender (y por tanto luchar) contra el fenómeno «fake news» que a su juicio utilizan los sectores más ultraconservadores para socavar la democracia.
-Lo primero que llama la atención, e inquieta, es que usted haya pensado en la necesidad de escribir un libro sobre este tema.
-Sí, es que se trata de un fenómeno que ya está en todas partes, no solo en España, y que causa temor: en Italia llegó al poder Meloni, y si hubiera coincidido con Bolsonaro, Trump y Le Pen…, también tenemos la avanzadilla de Hungría y Polonia, y todo ello apunta un cambio político importante, a una deriva ultraderechista. Estamos inmersos en ese ambiente porque, por un lado, surgen un montón de fundaciones ultras y por otro lado tienen penetración en los partidos conservadores habituales. En España, el PP usa ciertas formas propaganda de la ultraderecha y esto causa mucha confusión en la gente. Por el momento no recurren a los golpes militares…
-Tal vez Jair Bolsonaro se lo planteó durante esas 48 horas de silencio después de las elecciones.
-Es muy probable, pero de momento les basta con que los electores les voten. Y lo consiguen gracias a una comunicación eficaz y mediante la propaganda. Esto funciona porque es cuestión de dinero, el que tiene más, es el que consigue mayor influencia. El impacto de Vox no se debe a la lucidez de sus críticas, sino a que son financiados.
-¿Por quién?
-Por ese 1% más rico de la sociedad. Ellos no quieren este sistema, no quieren pagar por los servicios públicos y por eso financian una deriva autoritaria.
-¿Qué pretende con su libro? ¿Denunciar, apuntar hacia quienes están detrás de esa financiación?
-El estado de bienestar se fundamenta en que la clase más adinerada paga más impuestos y en que haya unos servicios públicos bien financiados. Pero esa clase adinerada cada vez paga menos, por ejemplo, menos que en los años 90, utilizando artimañas y trampas fiscales. La consecuencia es que los servicios se privatizan y se deterioran, el bloque más rico es más rico. Vienen desplegando esta estrategia desde la caída del Muro de Berlín.
El libro tiene una intención evidente y otra no tanto. Trato de explicar, como un manual de instrucción al uso, lo más esencial de la propaganda ultra y al mismo tiempo qué hay que hacer con ese mensaje, cómo desmontar los bulos. También me gustaría pensar que podría subir la moral del lector, que lucha contra el desánimo que produce ese panorama. Al aplicar estrategias, queda claro que algo se puede hacer. Lo importante es entender que los ultras aprovechan ciertas debilidades de la izquierda, y lo hacen gracias a que disponen de instrumentos de análisis y tienen dinero.
-¿Se analiza el papel de algunas potencias como Rusia, por ejemplo, en el impulso a esas fuerzas ultraderechistas, con la intención de desestabilizar otros países?
-El papel de Rusia es bastante oscuro y habría que analizarlo bien, pero es evidente que grandes potencias como Rusia o China no quieren la democracia europea y la someten a acoso. Y está el fundamentalismo de un inframundo muy adinerado, que se encuentra cómodo con el desgaste de las democracias. En EEUU se produjo una ofensiva ultraliberal que culminó con George Bush hijo, a quien por cierto no le hacía ninguna gracia Trump. Con este se rompen las reglas, se recurre directamente al racismo, al machismo y negacionismo explícitos, además de algunas veleidades violentas como la ocupación del Congreso.
-¿Y cree que en España siguen esa estrategia?
-Sí, aquí hay organizaciones como Hazte oír que despliegan sus tópicos y rompen las costuras. ¿Quién se atrevía antes a señalar directamente a grupos raciales o a cuestionar la muerte de mujeres? Ellos envenenan el ambiente con bulos muy insertados en las redes sociales. No están consiguiendo penetración entre las clases más humildes, pero sí algo importante: que estas se desconecten. Generan una imagen del progre que te mira por encima del hombro, que no entiende tus problemas, un estereotipo que inculcan y que se basa en vicios de la gente de izquierdas.
-¿Y cómo se desmonta eso?
-Yo suelo poner este ejemplo: Supongamos que ando en bicicleta por Gijón y me topo con alguien que gruñe porque eso le molesta. Entonces, yo le digo al sujeto: la bici hace más limpia la ciudad, es ecológica, etc. De modo que él se siente menospreciado e ironiza: «Claro, nosotros los tontos no entendemos todo eso y solo queremos salir a dar un paseo». ¿Cuál fue el error? Hacer sentir al otro que su problema es de poca monta, despersonalizar el asunto. La izquierda no se da cuenta de que eso es altivo y genera rechazo. La respuesta correcta es: «Yo soy tan peatón como tú, y las bicis me molestaban antes, pero no era para tanto». Cuando en tu discurso metes el interés personal, de legítimo egoísmo, por así decirlo, deja de ser una lección que le das al otro y permites que acepte tu argumento
-Usted habla de la ultraderecha como un fenómeno emergente, pero lo cierto es que muchos dirigentes de Vox salieron del PP.
-Si, ese spin-off ya estaba allí, eran una especie de antigualla falangista, pero la nueva estrategia vino de fuera. El problema de la dictadura, que otros países tuvieron también, es cuando la derecha habla en buenos términos de la Transición, no se acuerda de lo que había antes. Existen elementos inadmisibles de la Transición como es la impunidad de los crímenes de Franco. Una cosa es que para hacer que el proceso fuera tranquilo se hicieran concesiones radicales, y otra, que se haya trasladado a la impunidad y también al relato de que la guerra terminó en el 39 y después no hubo conflicto. Y sin embargo, hubo un bando que siguió asesinando. ETA fue una pesadilla, pero no la peor que tuvimos. Si le preguntas a dirigentes del PP si Franco fue un asesino, se defienden argumentando que no hay que remover viejas heridas.
Bildu tiene que distanciarse de ETA para llegar a alguna parte, pero al PP nunca se le exigió reconocer, no ya a la guerra, sino que hubo crímenes y criminales, y esa rémora queda ahí.
-¿Por qué surge ahora el fenónemo?
-Escribía Enric Juliana el otro día que cuando la gente está indignada, gana el que mejor la representa. Pero cuando está desorientada y hay temor, tienden a ganar los buenos patrones de barco. En el PP, a Ayuso le conviene el primer escenario, pero a Feijoo le interesa lo segundo, la incertidumbre. Por otra parte, Vox corre el riesgo de perder apoyo porque los pulsos emocionales no son fáciles de mantener.
-¿Cómo explica ese imprevisible fenómeno Ayuso en Madrid?
-Isabel Díaz Ayuso no es Ayuso, es su asesor Miguel Ángel Rodríguez. Lo que tiene es un buen equipo de imagen. Ella es más limitada de lo que parece y más vulnerable; cuando se sale del ataque al progre y habla de la inflación, cuando se sale del guion escrito, se lía. Y tiene un punto de marquesa destemplada, le irrita cuando le dan donde le duele. Ella no tiene contenido, es un icono pop. ¿Por qué los partidos se corrompen hasta donde haga falta? Porque con dinero lo tienes todo. Hay gente que no lo entiende. Josep Borrell, que fue candidato del PSOE en su momento, era un fenómeno, un superdotado. Y él creyó que de eso iba el juego, pero se equivocó. Sin embargo, Zapatero, tal vez menos brillante, gracias a un buen equipo se hizo con el partido.
En Madrid el PSOE no existió. La campaña de Ayuso me recuerda a una película que contaba cómo se echó a Pinochet del poder, con mensajes simples, descafeinados, en lugar de recurrir a mensajes de choque.
-¿Cómo funciona esa estrategia de comunicación política?
-Muchas de las ideas que lanzan son simples provocaciones. La extrema derecha se dio cuenta de cuánto se parece la izquierda a los curas. A un obispo lo escandalizas enseguida; a alguien de izquierda le lanzas un mensaje racista, por ejemplo y también lo escandalizas.
Lo que yo sugiero es que no se debe debatir con la ultraderecha como si el suyo fuera un mensaje normal. Hay que centrarse, no en el mensaje, sino en su portador. No se puede repetir sus barbaridades, sino responder que todo lo que digan va a ser una barbaridad porque proviene de personas racistas o machistas.
-Parece inevitable volver la vista atrás a otros momentos históricos, a Alemania en los años 30.
-Sí, pero afortunadamente nada es igual que en los años 30. Hay elementos parecidos, eso sí. Necesitan hacernos creer que nos encontramos en un momento de excepción, la supeditación de todo a una amenaza. Su favorita es la que señala a los que están entre nosotros. Recurren a que supuestamente existen minorías de quintacolumnistas, como los inmigrantes, que van a provocar algo grave. Pero recordemos que cualquier cosa que estigmatice a minorías acaba siendo una hoguera donde meter a las mayorías. Habiendo inmigrantes o lobbys gay, tienes unas pocas hogueras de minorías peligrosas para someter a la mayoría, la hoguera del disidente. No se trata de un mecanismo de odio simple, sino de crear un referente con el cual dominar a las mayorías.
Warren Buffett lo dijo: «la lucha de clases existe y estamos ganando». La lucha de clases es feroz. Los ricos están desbocados, es un hecho evidente. Reprimen más los servicios públicos y va a haber más diferencias en todo, en educación en sanidad…
-Pinta un panorama desolador…
-Sin embargo, me gustaría que cualquiera que se acerque a este tema no esté tan desolado y sienta que dispone de herramientas, que vea que hay soluciones. Hay partida, porque a los ultras la estrategia les salió mal en muchos sitios: A Trump no le funcionó, Bolsonaro estuvo cerca, pero la campaña de Lula fue buena y perdió…, no siempre tenemos que estar tan tristes, no puedes vender tristeza. Una cosa es el rigor y otra el rigor mortis.
-¿Por qué se creen bulos tan burdos como el de Trump sobre el presunto robo de las elecciones?
-Porque tu mente no está en blanco, hay un estado emocional que predispone a creer en el mensaje que te llega, a encajar el bulo entre la información que tienes, entre los hechos. Pero los hechos tienen sucedáneos, que son los picos emocionales. Tú te tragas el bulo porque confirma un estado emocional previo. Cuando tienes a la gente polarizada, es cuando el bulo engancha. Un bulo no se para desmintiéndolo, la verdad no sirve para eso, porque no llegó siquiera a plantearse. Hace falta otra actitud. Tampoco la gente que emite el bulo tiene la sensación de estar mintiendo, es que ese bulo está alimentando un estado emocional que ellos consideran legítimo.
La Voz de Asturias DdA, XVIII/5.313
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