martes, 22 de noviembre de 2022

LA OLIMPIADA POPULAR DE BARCELONA, UN EJEMPLO UTÓPICO PARA EL DEPORTE DE HOY



Carmen Ordóñez

Ya llega el fútbol. Durante un mes las pantallas de televisión y los aparatos de radio retransmitirán los partidos y todos -querámoslo o no- nos veremos inmersos en la maraña que genera el gran acontecimiento promovido por la mayor industria deportiva. Un fastidio para los que ni siquiera hemos aprendido a identificar lo que es un fuera de juego y no hemos seguido nunca la evolución de un partido de fútbol y mucho menos de las ligas que sostienen este deporte.

En estos días, las cadenas no han dejado de comparar esta competición mundial con otros momentos significativos del deporte que se celebraron en países sometidos a una dictadura, poniendo siempre como ejemplo la Argentina del 78, con Videla en el poder, y las Olimpiadas del 36 que organizaron los nazis para utilizar los Juegos como elemento propagandístico del régimen. Téngase en cuenta que los de Berlín fueron los primeros Juegos Olímpicos retransmitidos por televisión.

Mientras escuchaba los comentarios que hacían la comparación entre estas convocatorias y la que ahora se inaugura en Qatar, no he dejado de pensar en aquel maravilloso proyecto que intentó poner un contrapunto ideológico a las Olimpiadas de Berlín del 36 y me ha llamado la atención que ningún medio de comunicación haya hecho mención alguna de la Olimpiada Popular de Barcelona, un evento que se propuso y se organizó como antítesis del espectáculo mediático habitual. Hoy ni se nos pasaría por la cabeza algo así.

Barcelona optaba a ser la sede de aquellos Juegos del 36 desde un principio, cuando precisamente el Comité Olímpico iba a reunirse en la Ciudad Condal en abril de 1931 para hacer la designación del país anfitrión. La coincidencia con la proclamación de la República hizo que este hecho asustara a los miembros del Comité, a pesar de que el cambio de régimen había tenido lugar de manera absolutamente pacífica. Pensaron, por lo visto, y no les faltaba razón: “De qué serán capaces los españoles en 1936 si acaban de despedir al rey”. Ya podemos hacernos una idea de quiénes formaban parte de este Comité que finalmente eligió como sede Berlín.

En contraposición con los Juegos oficiales, que abrieron por primera vez la puerta a la masificación del deporte y fomentaron como nunca hasta entonces la competitividad, la Olimpiada Popular de Barcelona, limitada a deportistas aficionados, pretendía impulsar las relaciones pacíficas entre las naciones y promovía un espíritu de superación personal, juego limpio y sana competencia: el espíritu olímpico definido por el barón de Coupertin.




El éxito de la convocatoria catalana fue impresionante: se inscribieron 6.000 atletas de 23 delegaciones, no sólo nacionales, sino regionales y locales, a las que se unieron deportistas de países sin una nacionalidad reconocida, como Argelia, Palestina o Alsacia, además de un equipo de judíos emigrados, así como exilados políticos procedentes de Italia y Alemania. Algunos -la cifra es imposible de cuantificar- se quedaron en España a apoyar la lucha antifascista, con un voluntarismo previo al de las Brigadas Internacionales.

La Olimpiada Popular de Barcelona tendría que haberse inaugurado el 19 de julio de 1936 con un concierto de la Orquesta Pau Casals y el Orfeó Gracienc. La tarde anterior los músicos ensayaban la Novena Sinfonía de Beethoven, himno de la paz por excelencia, cuando el consejero de Cultura avisó al director de la orquesta que el concierto y la Olimpiada quedaban suspendidos debido al golpe militar.

Cuentan que Pau Casals se dirigió a sus músicos y les dijo: “No sé cuándo nos volveremos a reunir; os propongo que, antes de separarnos, ejecutemos todos juntos la sinfonía por última vez”. Y así continuaron el ensayo.

Pau Casals recordaba años después que las lágrimas le impedían leer la partitura cuando culminaban la interpretación, al escuchar los versos:


Seid umschlungen, Millionen!

Diesen Kuss der ganzen Welt!

Brüder - überm Sternenzelt
Muss ein lieber Vater wohnen.

(¡Abrazáos, Millones!
¡Este beso al mundo entero!
Hermanos, sobre el cielo estrellado
Debe habitar un Padre amante).

DdA, XVIII/5.312

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