Benjamín Prado
La realidad ha muerto, las noticias la han matado; o, por
ser más exactos, ha acabado con ella el exceso de información, ese río revuelto de rumores y calumnias que corre por
redes y redacciones, que lo salpica todo y está lleno de remolinos y pirañas.
Lo llaman fake, a la apoteosis de lo falsificado, y es una forma de desprecio: quien manipula, cambia,
deforma, tergiversa… siempre lo hace desde el convencimiento de que los otros
son fáciles de engañar, unos
incautos capaces de creer lo increíble y fumarse lo infumable siempre y cuando
quien se lo ofrezca y le dé fuego sea de los suyos. Por eso hay quien apoya y
vota a quienes van contra sus propios intereses, porque es de su cuerda, está
en sintonía con su ideología. Al enemigo ni agua; al compañero de viaje, lo que
pida.
La manifestación
del domingo contra Isabel Díaz Ayuso y su guerra sin cuartel contra la Sanidad pública habría
empujado a la reflexión a cualquier política o político honrados, pero quizá el
problema es que no hay empujón que valga cuando estás al borde de un abismo.
Así que su particular huida hacia delante consiste en no moverse, en defender
lo indefendible y contra todas las evidencias. Y, por encima de todo, en
mentir, mentir y mentir, da igual si se trata de mantener
que las Urgencias de los ambulatorios funcionan a la perfección o, si no lo hacen, que es por culpa de
las y los médicos y enfermeros que las sabotean, cuando todo el que tenga ojos
ve el desastre que ha generado su despido de miles de profesionales y su
apuesta desvergonzada por las clínicas privadas; o si se trata de negar la
catástrofe de los geriátricos durante la pandemia, en gran parte debida a la
orden de su Gobierno de no atenderlos en los hospitales, algo que no ven
sospechoso los mismos tribunales que se atreven a secuestrar un sello de
Correos que homenajeaba el centenario del Partido Comunista. No respetan
ni a los muertos, ni a los vivos, ni a los que quieren morir, sólo a los no
nacidos y a los criminales de guerra como Millán Astray, Queipo de Llano o el
propio Funeralísimo, con cuya retirada de la
vía pública no están nunca de acuerdo.
Ayuso podría haberse puesto a pensar,
mirarle a los ojos a la muchedumbre que salió a la calle contra
ella y su ataque por tierra, mar y aire contra la Seguridad Social de la que estábamos, y con razón, tan orgullosos, y
aceptar que cuando juegas con la salud de las personas estás cometiendo un
atentado contra sus derechos y contra su propia existencia. Pero no, en lugar
de eso, instiga a sus subordinados a despreciar la marcha, sentenciar que fue
un fracaso, cuando las imágenes de la concentración demuestran absolutamente lo
contrario, y a salirse por la tangente con la payasada de que “el noventa y
nueve por ciento de los madrileños no la secundaron.” A punto han debido de
estar de llamar a los presentes “anti-madrileños” igual que el dictador llamaba
a sus víctimas republicanas “anti-españoles.”
Se es soberbio por falta de ideas,
porque sólo desde la arrogancia se puede sustituir un argumento por un insulto
a la inteligencia como los que ella acostumbra a hacer y que, cómo no, terminan
por definirla. Aparecer al día siguiente del clamor popular en su contra y ponerse a
hablar de la ETA deja claras dos cosas: su falta
de ideas, escondida tras la repetición de tres o cuatro eslóganes que la hagan
aparecer como defensora de la unidad de España y todo eso, y su escaso respeto
por los demás, de quienes sólo parecen importarle quienes la lleven en
procesión, la justifiquen y sostengan o, por supuesto, cubran de oro a la
familia con avales sospechosos e intermediaciones que hacen crecer el dinero en
los árboles del hermano, la madre o el padre. Tampoco han visto jueces y
fiscalías nada digno de ser investigado en todo ello, ni en la tragedia de las
residencias de ancianos: lo verdaderamente peligroso es el sello de Correos del
PCE. Esto no lo mejora ni un chiste de Gila.
Habrá que ver si la baladronada que ha
hecho fortuna por esas tertulias de Dios, “cuanto más se censura a Ayuso, más
la votan” y el remate que rueda por ahí tras lo ocurrido el domingo, “con
esto, mayoría absoluta”, lo confirman o lo desmienten las elecciones autonómicas y locales de mayo. Pero, de momento, que
ella y los suyos —de dentro y de fuera— solucionen lo que, al parecer, para
ellos es un simple trámite, mirando para otra parte, cambiando de tema y
despreciando lo ocurrido, no parece que sea un camino que lleve a ninguna
parte. Los centros de salud continuarán estando saturados, la atención nocturna
no funcionará por falta de personal y de medios y su chapuza disfrazada de
tecnología, consistente en suplir a los profesionales por ordenadores o
tabletas electrónicas, traerá más desesperación, más sufrimiento y más dramas.
Quién sabe si algo de eso le importa. ETA ya no mata, lo que matan son los
hospitales sin plantilla, las listas de espera y las Urgencias sin médico.
INFOLIBRE DdA, XVIII/5.308
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