martes, 4 de octubre de 2022

PERIODISMO DE POMPAS FÚNEBRES, EXCELENTE ARTÍCULO DE MANUEL RIVAS


Manuel Rivas

Estos días me acordé de un cuento del humorista gallego O’Xestal en el que el protagonista era un personaje urbanita que acudía al velorio de un labrador en una aldea, en el tiempo, aún no remoto, en que el duelo de despedida al difunto se celebraba en las casas. El muerto yacía en la cama y al lado, sentada en una silla, estaba la viuda. Cuando el licenciado se acercó a ella para darle el pésame, dijo con mucho énfasis: “¡Lo siento! ¡Lo siento!”. Se inclinó hacia la mujer y repitió con intensidad: “¡Lo siento! ¡Lo siento!”. Y entonces ella, confusa y abrumada por la situación, miró hacia una silla vacía, se quedó pensativa, y dijo finalmente: “¿Y no será mejor dejarlo acostado? ¡Ahora va a ser difícil sentarlo!”.

Eso fue lo que pasó, dispensando, con las exequias de la reina británica. Que hicieron trabajar a la difunta como nunca. La sentaron en el centro del set de un mundo convertido en reino global. El gran Espectáculo Espectral. Un cuento real, en el doble sentido. No había, en la práctica, zona de sombra donde huir. Todos convertidos en telesúbditos de Su Majestad Saudade IIª. Comenzando por los periodistas, con pocas excepciones, que ejercían de entusiastas animadores de Pompas Fúnebres. Incluso la gestualidad fue cambiando de acuerdo con las leyes internas del show espectral. En las conexiones, en la pantalla, al principio los rostros y los tonos de voz eran de una tristeza casi sepulcral, neogótica. Pero con el paso de los días, a medida que avanzaba el cuento, el periodismo pasó del género necrófago al merengado. La apoteosis de un periodismo protocolario, servicial y sacarino. 

En un tiempo en el que las cosas van mal, he ahí la perfección de las Pompas Fúnebres. Frente al desequilibrio atmosférico, la monarquía sería garante del equilibrio, por más que en muchas casas reales haya notables desequilibrados. En un mundo a la deriva, el impecable orden del Protocolo.  En la incerteza y en la desorientación, el hechizo y la elevación ornamental de la Ceremonia, con todo el formidable activismo de los vicarios de la Providencia en acción. Ya avisó Karl Krauss: “Cuando una cultura siente que su final se acerca, manda llamar a los curas”.  ¿Cuál fue el último sentido del Espectáculo Espectral? Ya no se trataba de enterrar a una reina y coronar a un nuevo rey. Lo que acabó por celebrarse, y transmitirse, fue el triunfo de Su Majestad, la Saudade Monárquica. Más que Pompas Fúnebres, fueron Pompas Futuristas.

Llamaba la atención lo mucho que se repetía la idea de totalidad. “Todo” Londres, “todo” el Reino Unido, “toda” Europa, “todo” el mundo. Semejante mensaje de unanimidad podría llevarnos a conclusiones desatinadas. Por ejemplo, que esa saudade monárquica fuese, en un pasado futurista, de pulsión totalitaria. Un totalitarismo “simbólico”. Pero sin duda la idea de unanimidad del periodismo sacarino no solo estaba dirigida al Reino Unido sino a los telesúbditos del norte de Gibraltar.

Ese mismo periodismo que le echa tanto azúcar a la monarquía acostumbra crear un clima de rechazo y hastío cuando se ventila la política democrática. Se vuelve periodismo caníbal. Primero, se azuza a los adversarios con la producción de odio y luego se presenta un panorama inquietante, el que, como diría el Mefistófeles de Fausto, “todo va magníficamente mal sobre la Tierra”. Al final, toda la culpa viene siendo de esos que no participan de la saudade monárquica. Y que incluso siguen hablando de República, ese antiguo régimen.

LUZES  DdA, XVIII/5.279

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