Manuel Rivas
Estos días me acordé de un cuento del humorista gallego O’Xestal en el que
el protagonista era un personaje urbanita que acudía al velorio de un labrador
en una aldea, en el tiempo, aún no remoto, en que el duelo de despedida al
difunto se celebraba en las casas. El muerto yacía en la cama y al lado,
sentada en una silla, estaba la viuda. Cuando el licenciado se acercó a ella
para darle el pésame, dijo con mucho énfasis: “¡Lo siento! ¡Lo siento!”. Se
inclinó hacia la mujer y repitió con intensidad: “¡Lo siento! ¡Lo siento!”. Y
entonces ella, confusa y abrumada por la situación, miró hacia una silla vacía,
se quedó pensativa, y dijo finalmente: “¿Y no será mejor dejarlo acostado?
¡Ahora va a ser difícil sentarlo!”.
Eso fue lo que pasó, dispensando, con las exequias de la reina británica.
Que hicieron trabajar a la difunta como nunca. La sentaron en el centro del set
de un mundo convertido en reino global. El gran Espectáculo Espectral. Un
cuento real, en el doble sentido. No había, en la práctica, zona de sombra
donde huir. Todos convertidos en telesúbditos de Su Majestad Saudade IIª.
Comenzando por los periodistas, con pocas excepciones, que ejercían de
entusiastas animadores de Pompas Fúnebres. Incluso la gestualidad fue cambiando
de acuerdo con las leyes internas del show espectral. En las conexiones, en la
pantalla, al principio los rostros y los tonos de voz eran de una tristeza casi
sepulcral, neogótica. Pero con el paso de los días, a medida que avanzaba el
cuento, el periodismo pasó del género necrófago al merengado. La apoteosis de
un periodismo protocolario, servicial y sacarino.
En un tiempo en el que las cosas van mal, he ahí la perfección de las
Pompas Fúnebres. Frente al desequilibrio atmosférico, la monarquía sería
garante del equilibrio, por más que en muchas casas reales haya notables
desequilibrados. En un mundo a la deriva, el impecable orden del Protocolo.
En la incerteza y en la desorientación, el hechizo y la elevación ornamental de
la Ceremonia, con todo el formidable activismo de los vicarios de la
Providencia en acción. Ya avisó Karl Krauss: “Cuando una cultura siente que su
final se acerca, manda llamar a los curas”. ¿Cuál fue el último sentido
del Espectáculo Espectral? Ya no se trataba de enterrar a una reina y coronar a
un nuevo rey. Lo que acabó por celebrarse, y transmitirse, fue el triunfo de Su
Majestad, la Saudade Monárquica. Más que Pompas Fúnebres, fueron Pompas
Futuristas.
Llamaba la atención lo mucho que se repetía la idea de totalidad. “Todo”
Londres, “todo” el Reino Unido, “toda” Europa, “todo” el mundo. Semejante
mensaje de unanimidad podría llevarnos a conclusiones desatinadas. Por ejemplo,
que esa saudade monárquica fuese, en un pasado futurista, de pulsión
totalitaria. Un totalitarismo “simbólico”. Pero sin duda la idea de unanimidad
del periodismo sacarino no solo estaba dirigida al Reino Unido sino a los
telesúbditos del norte de Gibraltar.
Ese mismo periodismo que le echa tanto azúcar a la monarquía acostumbra
crear un clima de rechazo y hastío cuando se ventila la política democrática.
Se vuelve periodismo caníbal. Primero, se azuza a los adversarios con la
producción de odio y luego se presenta un panorama inquietante, el que, como
diría el Mefistófeles de Fausto, “todo va magníficamente mal sobre
la Tierra”. Al final, toda la culpa viene siendo de esos que no participan de
la saudade monárquica. Y que incluso siguen hablando de República, ese antiguo
régimen.
LUZES DdA, XVIII/5.279
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