viernes, 28 de octubre de 2022

LA CRUZ DE CUELGAMUROS, UNA OFENSA PARA LA CRISTIANDAD


Félix Población

Ayer se proyectó en la Semana Internacional de Cine (SEMINCI) que como cada otoño se celebra en Valladolid, y que cuenta cada año con un mayor prestigio, Donde acaba la memoria, un film documental de Pablo Romero Fresco que tiene por protagonista a Ian Gibson.

La idea y realización de esta película es algo que Gibson se ha ganado con creces y que incluso llega más tarde de lo que el hispanista irlandés merece. Arraigado en este país desde hace medio siglo, su admiración por poetas como García Lorca y Antonio Machado, o por Luis Buñel y Salvador Dalí, a los que ha estudiado muy a fondo, encontrarán en este film reflejo, con la plasmación de los escenarios por donde discurrieron sus vidas y algunas de sus obras, como el film del cineasta aragonés en Las Hurdes (Tierra de desheredados).

El film de Pablo Romero se inicia en el Valle de Cuelgamuros, antes Valle de los Caídos, y concluye en Granada, tierra natal de Federico García Lorca, en la que uno de los más importantes poetas de la lengua española fue asesinado. El comienzo de la película ha dado lugar a que hoy haya sido noticia algo que muchos españoles y no pocos cristianos tienen tan claro como Gibson: en la resignificación de ese lugar como consecuencia de la reciente y nueva Ley de Memoria Democrática, la gran cruz debería ser derribada.

Esa cruz no es el símbolo de la iglesia fundada por Jesucrito, sino la cruz de la institución que otorgó al dictador el título de caudillo por la gracia de Dios, dio a la atroz represión franquista carácter de cruzada y se pasó toda la dictadura tributándole  palios y preces en su honor.

Estoy con Gibson en que con la permanencia de esa gran cruz en el Valle de Cuelgamuros no habrá resignificación posible y, además de seguir siendo un lugar siniestro y tétrico, será también una ofensa para los cristianos del mundo que comulgan con el mensaje evangélico de Cristo. Me gustaría saber la opinión del Papa Francisco al respecto, una pregunta que a Évole se le olvidó cuando lo entrevistó con singular mansedumbre en El Vaticano.

     DdA, XVIII/5.296     

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