Vicente Bernaldo de Quirós
Estaba predestinado. El iraní que atentó contra el escritor Salman Rushdie en un teatro neoyorquino se llama Hadid Matar, por lo que con ese apellido no es extraño que haya pretendido quitarse de enmedio al autor de los 'Versos satánicos' al que los más intransigentes de los musulmanes consideran un blasfemo.
Hay que felicitarse porque el escritor indio esté recuperado de las lesiones que le infringió este iraní de 24 años que está detenido y está siendo interrogado para conocer si obró solo o a instancias de otros. Pero hay alguna cosa que me chirría.
Por ejemplo, ¿cómo es posible que en un teatro repleto de gente, una persona pueda abalanzarse con un cuchillo contra una persona amenazada de muerte y que debía de estar protegido por guardaespaldas? ¿Dónde andaban sus escoltas? Porque ojo, no atentó el tal Matar con un rifle de repetición o con una pistola, sino con un cuchillo, como se informó repetidamente.
Es curioso que este asesinato frustrado se produzca en Estados Unidos y en un momento en el que Irán, que lanzó la factua contra Rushdie, y Washington están a punto de firmar un nuevo pacto nuclear, después de que unilateralmente el loco de Donald Trump rompiera el acuerdo, siguiendo consignas de Tel Aviv.
Es bien sabido que el Gobierno sionista de Israel quiere impedir por todos los medios el acceso al uranio enriquecido de Teherán para lograr energía atómica, a pesar de que los hebreos cuentan con bombas nucleares, pero no sé lo quieren reconocer a nadie y ha hecho desaparecer a un científico israelí que denunció la existencia de esas bombas a la Prensa.
Si Tel Aviv logra demostrar que Irán está detrás de esta agresión a Salman Rushdie puede conseguir que el pacto con Estados Unidos no sé llegue a firmar y deja al régimen de los ayatolas a la intemperie lo que le permitiría tener más expedito el camino hacia el Gran Israel, el gran objetivo del sionismo desde el siglo XXI.
Es evidente que si te apellidos Matar tienes muchos números para hacer honor a tu apellido, aunque no todos tienen el instinto asesino en su carné de identidad. Algunos lo llevan en el ADN de su ideología o de su religión.
DdA, XVIII/5.256
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