viernes, 30 de septiembre de 2022

DE LAS RELACIONES ENTRE POLÍTICOS Y PERIODISTAS DURANTE LA TRANSiCIÓN



Valentín Martín

Mi santa tiene una definición para determinados hombres que no se ajusta exactamente a la RAE. A mi santa y a mí la RAE se nos queda corta, que es exactamente lo que mi santa dice de algún hombre. Esos que pasan por su vida sin enterarse de que están vivos y no están solos.

No todos los viejos periodistas fueron periodistas, ni estuvieron locos, ni se dieron al vicio de meter el hocico, ni amaron las nocturnidades, ni se jugaron el futuro en la ruleta rusa, ni llegaron a tener tantos pecados que no les cabían en las alforjas de viaje.
Antiguamente también había periodistas correctos. Andan ahora echando de comer a las palomas en los parques, se apuntan a balnearios del Imserso, besan muy limpio las cabezas de los nietos. Y cuando se mueren, algún hijo les escribe un obituario asombroso. Como dios manda.
No hace mucho, uno de ellos pasó por mi casa. Un hombre bueno que escribía mal y no se enteró de nada durante los años que vivió como un periodista descafeinado y con agua. Delibes decía algo extraño: que para ser un buen escritor hay que ser una mala persona. No sé si esto se puede aplicar también al periodismo, sospecho que Delibes disparó al aire.
Este que digo pareció descubrir un mundo cuando habló de que una periodista joven, guapa y salá que ahora triunfa en la literatura tuvo una relación sentimental con el vicepresidente del gobierno. No dijo que el vicepresidente del gobierno tuvo amores con ella, sino que fue ella con él. El matiz diferencial del machismo blanqueado de bondadosa interpretación del pamemo.
Más explícita y nada pamema ha sido la periodista que ha contado después de muerta sus embestidas sexuales en una furgoneta con el Borbón cuando reinaba y no se había dado a la fuga. Nos ha dejado a muchos con el culo al aire la compañera. Tantos años callando lo que no tenía interés para la difícil marcha del país y va ella y lo casca.
En realidad la noticia está en los pamemos que ahora ven noticia en las numerosas relaciones sentimentales que hubo durante la transición entre políticos y periodistas de uno u otro sexo. Se veía venir, porque una cosa lleva a la otra.
Durante la dictadura la información institucional y política fue escasa y siempre controlada por periodistas adictos al régimen, varios de ellos directores de periódicos. La radio no podía hacer información propia y tenía la obligación de divulgar la oficial de RNE. Solamente existía una agencia de noticias privada, fundada en 1953 por Torcuato Luca de Tena. La agencia, alimentada de monarquía y derechismo, alcanzó su apogeo con José Mario Armero a quien tanto debe este país y tal vez no lo sepa. Quizás algún día habrá que contarlo, más allá de que fuera quien dio la noticia de la muerte de Franco.
Cuando nacieron las primeras cortes democráticas se derribó el muro que separaba a políticos y periodistas. Entonces unos y otros trabajaban. Y trabajaban juntos. Y pasaban muchas horas juntos.
Tanto políticos como periodistas tenían mucha hambre. Los políticos, gran mayoría de ellos llegados a Madrid de fuera, descubrieron el placer de hablar. Los periodistas, las posibilidades de contar. Que sí, que se juntaron las ganas con el hambre, y de ahí nacieron múltiples complicidades más allá de sus oficios.
Era tiempo de arrimar el hombro para vigorizar la libertad, incluso la libertad personal.
El amor es muy saludable. Incluso tiene efectos secundarios positivos. De todas estas relaciones se beneficiaron los ciudadanos que empezaron a saber qué pasaba en el país. Y pasaba que los ministros que juraban guardar el secreto de los Consejos de Ministros corrían al teléfono a contarlo todo nada más acabar las deliberaciones. Y en un tiempo de esperanza y ambiciones, nadie quería ser menos que un ministro. Porque escaseaban los pamemos y abundaban las lenguas largas. Qué gloria.
¿Amores? Pues claro, qué gran corazón el de aquellos años.
Romance de valentía entre la ministra y su jefe de prensa cinco días en Madrid y el sexto y séptimo descanso en una ciudad de provincias donde su marido espera. No digas que ahí no tienes una canción, Batanero.

DdA, XVIII/5.277

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