jueves, 11 de agosto de 2022

LAS VÍCTIMAS DEL FRANQUISMO EN GRADO: RECUERDO DEL ALCALDE LUIS BARREDO

 


Al hilo de la localización en Grado (Asturias) de los restos mortales de seis personas asesinadas por la represión franquista en la trinchera de Garba, este Lazarillo quiere recordar al alcalde de esa localidad Luis Barredo, también asesinado por los militares sublevados en 1936 y sobre quien mi estimado Pepe Sierra, alcalde muchos años después de aquella villa, aportó abundante e interesante documentación. De las seis víctimas encontradas en Grado por la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (José Arias de la Roza, Jovino González Fernández, María Concepción García Álvarez, Enrique Rodríguez Siñeriz y Erundina González López), dos hijas de una de ellas visitarán el lugar. Todavía es posible que se den esos reencuentros después de tantos años de olvido. Entre los objetos hallados junto a los huesos hay unas gafas, dos anillos y una pequeña llave. Muchas gafas enterraron los asesinos durante aquellos años de barbarie que acabaron con escuelas y maestros. El escritor asturiano Alfonso Camín contó así, en su libro España a hierro y fuego, la detención y asesinato del alcalde Barredo:

"Es horroroso el reguero de muertos que van dejando por estos caminos las tropas gallegas, los voluntarios gallegos y los «falangistas» de esta comarca. Por estas huertas y estas veredas todos los días aparecen muertos de Castropol, unos de la villa, y otros traídos de los pueblecillos del término, sacados de la cárcel por los rifleros de «El Centollo» y rematados en las cunetas. Confirmo el asesinato, indigno y desleal, de Luis Barredo, alcalde de Grado (Asturias). Luis Barredo tendría 30 años. Hijo de familia rica, le dio por estudiar una carrera en Madrid a última hora.

Era un joven de noble trato, muy afable y huérfano de rencores. Se le hizo alcalde de Grado, justamente para poner bozal a las pasiones, que andaban ya sueltas. No podía ser un hombre muy intransigente en ideas políticas, puesto que mantenía una estrecha amistad con Indalecio Corujedo, rico terrateniente del término, melquiadista fogoso y ex senador del Reino. El Alcalde, que no creía tener enemigos, se enteró de que estaban luchando las tropas en Ribadeo.

Llamó al único gendarme que había en Grado y con el gendarme de chófer sin otras armas ni pretensiones, tomó el camino que pudo y siguió buscando la costa. Quería saber qué pasaba y pensó en poner paz en los espíritus. Lo que demuestra que aquellos pueblos estaban en la higuera, ya que no midieron la transcendencia de la celada de Aranda al dejarlos sin guardia civil y sin armas y concentrar las fuerzas en Oviedo. Con la creencia de que se trataba de una revuelta, dispuesta a escuchar razones, Luis Barredo llegó a Vegadeo (Asturias), dobló el puente y se dirigió al Ayuntamiento. Allí estaban ya las tropas franquistas llegadas de Galicia.

Y lo de siempre. El mismo diálogo de los que llegaron a Leitariegos:

– ¿Estas son las tropas que manda el Gobierno?
– Sí, señor. ¿Y usted quién es?
– Soy el alcalde de Grado. Me alegro, porque allí también anda la gente sobreexcitada.

La respuesta fueron unos fusiles puestos al pecho. Unos culatazos. Unas blasfemias.

La noticia de la detención del alcalde de Grado llega a Luarca cuando aun no ha sido evacuado por los leales. Entonces, cuando se van de Luarca, los Republicanos llevan en rehenes a un hijo y a un yerno del cacique del Río Negro, el jabalí de la comarca. Los pondrán en libertad, pero a base de devolver, sano y salvo, al alcalde de Grado. Los militares no tienen inconveniente en empeñar su palabra. Alegan que se han levantado contra la República, porque la República no cumplió la suya. Pero ellos son hombres de honor. Que devuelvan a los 2 rehenes de Luarca, ellos devolverán al alcalde.

Mientras tanto a Luis Barredo, que iba preso con las tropas, lo sacaban de una casucha en el camino de Tapia:

-¿Como se llama usted?
-Luis Barredo.
-¿Alcalde de qué?
-Alcalde de Grado.
-Pues despídase de la alcaldía.

Sonó una descarga y cayó muerto a un lado de la cuneta.

El ex senador Corujedo intervino en este asunto. Pero la realidad es que Corujedo puso unas piedras donde estaba enterrado. Porque cuando fueron devueltos el hijo y el yerno del banquero fatídico, sin requisarles siquiera el automóvil, el pobre alcalde de Grado ya se estaba pudriendo en la tierra.

Los militares “negros”, según costumbre, faltaban a su palabra".


     DdA, XVIII/5.242     

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