Quien se manifestara en las calles a finales de los setenta del siglo pasado contra las bases militares norteamericanas en España y contra la OTAN, según recuerda este Lazarillo, y fuera luego cabeza visible de esta organización militar, ha querido hacer memoria pacifista el 6 de agosto del año en curso, pero lo hizo del modo que el lenguaje/farsa de nuestros días encara las realidades según ocurran en Ucrania o Palestina. Ya sabemos que en el primer país Rusia mata y hasta asesina niños, pero los niños palestinos "resultan muertos" o "mueren" cuando las balas que acaban con sus vidas son israelíes, como acaba de ocurrir hace unas pocas fechas y viene ocurriendo desde hace decenios.(Es de señalar en este sentido la nauseabunda información aportada el pasado domingo por la agencia EFE sobre el "homicidio" de cinco niños palestinos en pleno bombardeo israelí sobre Gaza). En el caso de Javier Solana las bombas atómicas, arrojadas por la aviación norteamericana sobre dos ciudades japonesas durante la segunda Guerra Mundial, se limitan a explotar como si lo hicieran por sí mismas, ocasionando las masacres de Nagasaki e Hiroshima. Hay que tener muy poca vergüenza para expresarse como lo hace Solana, ser de un cinismo mayúsculo o deberse aún al cargo que ejerció en tiempos de los bombardeos sobre la antigua Yugoslavia. No olvidamos.
HEMEROTECA DdA
Escribíamos el 6 de agosto de 2005
Aunque los conflictos bélicos no se apaguen y el afán de conquista siga incitando a los poderosos, es de obligado cumplimiento la recordación del día de la fecha. Hace sesenta años que una nube de fuego y muerte se abatió sobre dos ciudades japonesas, Hiroshima y Nagasaki, con el más espeluznante balance de víctimas por segundo registrado en la historia de las guerras. A pesar de todo, un mes después, sobre los escombros calcinados, la piel de la vida tejió su manto verde de frescura y aliento. Era un síntoma de empeño vital que un viejo árbol mantuvo aún contra aquella ardorosa oleada de espanto. Un perspicaz botánico, Masayuki Ebinuma, advertido del simbólico prodigio, inició en 1994 la distribución de brotes del caqui de Nagasaki en las escuelas japonesas como mejor testimonio contra el olvido entre las jóvenes generaciones. Hoy, gracias al impulso del artista Tatsuo Miyahima, casi dos centenares de vástagos de ese árbol crecen en veinticuatro países. Hasta ahora el caqui sigue dando semillas de paz al mundo, pero muchas de ellas se malogran porque, como el propio sentido de convivencia que encarna, está muy debilitado. Se ignora si a la Casa Blanca llegó alguno de esos envíos.
DdA, XVIII/5.243
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