*Este artículo se publicó el pasado sábado en La última hora (LUH). A pesar de la atroz catástrofe, propiciada por la tardanza, falta de diligencia y organización en atajar el incendio por parte del gobierno autonómico -igual que ocurrió en el gran incendio de la sierra de Ávila el vernao pasado-, hay gentes en aquella sierra zamorana capaces de no rendirse y ser como los tiernos brotes que, con las primeras lluvias después del fuego, afloran pujantes en el desolador territorio de la tierra calcinada.
Félix Población
Quienes conocen y aman esa
sierra lo saben. Personalmente la descubrí hace muchos años, por mi interés en
visitar el ámbito donde se registra la
más alta densidad de población del lobo ibérico. Las gentes de esa sierra
saben, como todas aquellas que residen en lugares similares de la España
vaciada, que su gobierno autonómico no suele prestar a ese espacio natural la
atención y salvaguardia requeridas. Por eso pasó lo que pasó.
El año pasado le tocó a la
provincia de Ávila, en cuya Sierra de Paramera ardió un coche el 14 de agosto y
la tardanza en acudir de los bomberos forestales al aviso dado por sus usuarios
acabó con una superficie calcinada de 22.000 hectáreas. Esta vez fue la Sierra de
la Culebra, en el noroeste de la provincia de Zamora, sin que el anuncio
anticipado de una ola de calor sirviera para activar los servicios de
prevención de incendios. Se llegó también tarde y se actuó de modo
desorganizado. En poco más de cuatro
días las llamas acabaron con 35.000 hectáreas, nada menos que la mitad de
la sierra, favorecidas por las altas temperaturas y el empuje del viento.
Acabo de leer en La Opinión/El Correo de Zamora las
magníficas e impresionantes crónicas que escribieron Tomás Sánchez Santiago y
Benito Pascual después de un recorrido por la desolación de aquella tierra
calcinada (El noroeste de Zamora asolado
por la tragedia). Las palabras de los abatidos vecinos de los pueblos
afectados expresan la magnitud del desastre: “Era lo único que no nos había abandonado y ya ve usted…Creíamos que era
lo único que no nos podían quitar. Muchos de aquí emigraron en aquellos
años de vida en pena y cuando han vuelto se han encontrado con un abandono
total. Aquí no es que haya llegado el progreso, es que ni siquiera ha llegado
la atención, la atención que nos merecemos nosotros y la sierra, que es de lo
que hemos acabado por vivir. Nosotros ya
sabíamos que esto tenía que llegar aquí, como el año pasado llegó a Ávila.
Nunca quisimos pinos, les dijimos que replantaran castaños y nogales, pero no
nos hicieron caso”.
Aun así, bajo los efectos
todavía recientes de la tragedia, cabe encontrar en esas crónicas indicios
anímicos para recuperarse de lo vivido. Los lugareños de las comarcas de Aliste
Carballeda y Los Valles han empezado a colgar en las redes el nacimiento de los
primeros brotes verdes sobre la tierra quemada. También se vuelve a hablar de
un centro de interpretación de estrellas que complemente al que ya existe del
lobo ibérico.
En medio del olvido y abandono
en que se ha tenido y se tiene a estas comarcas, sin acceso a internet de modo regular, con problemas a veces con el
teléfono y unos servicios de salud primaria cada vez más mermados, allí hay
mujeres y hombres capaces de expresar el
amor por su tierra con unas palabras que deberían avergonzar a los responsables
políticos que han sido incapaces de dimitir después de que la mitad de toda una
sierra se haya quemado: “Lo peor era el
humo que no te dejaba llorar a gusto”.
DdA, XVIII/5211
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