jueves, 28 de julio de 2022

EL PRIMER DRAMA DE FERNÁN GOMEZ

 


Cuando llegue noviembre se cumplirán quince años del fallecimiento de Fernando Fernán Gómez, uno de los mejores actores españoles, cineasta, escritor y académico, que siempre estará en la memoria del público en general y de quienes tuvieron el placer de conocerlo. Por eso y porque su ausencia se dejó notar no solo en el cine español sino en la vida cultural de este país, cualquier oportunidad es buena para recordarlo. Eso es lo ha hecho hoy en su muro mi compañero Ángel Sánchez Harguindey al recordar un fragmento de una de las obras de Fernán Gómez más leídas. Se trata de los dos tomos de su autobiografía El tiempo amarillo, que este Lazarillo leyó hace muchos años en cuanto estuvo en las librerías y de la que parece especialmente significativo este fragmento en el que el autor cuenta el primer drama vital que presenció con solo ocho años. Todavía me suena el texto como si la profunda y magnífica voz de Fernán Gómez siguiera entre nosotros. Esto me ha ocurrido siempre que leí sus libros, tanto en vida del escritor como una vez fallecido. Esa es la fortaleza que sigue teniendo en mi memoria la trascendente importancia del actor. (Fotografía de Bernardo Pérez):

"La escena más dramática que he presenciado en mi vida se remonta al año 29. Mis primos, Carlitos y Manolín, vivían conmigo en el 9 de General Álvarez de Castro. También vivía con nosotros la abuelita de ellos, la frágil Valentina. Era jueves, un jueves de invierno, porque los niños, que no teníamos colegio los jueves por la tarde, estábamos encerrados en casa. La criada, la joven, guapa y coqueta Florentina, no estaba en casa, porque también las criadas libraban los jueves por la tarde. Debía de estar muy próxima la hora de la cena y Florentina se retrasaba. Mis primos y yo estábamos impacientes porque Florentina nos había dicho que a lo mejor nos traía globos de colores, de los que el algunas tiendas regalaban los jueves a los niños. Sonó el timbre de la puerta. La abuela Valentina se levantó de su silla y cansinamente fue a abrir. Nosotros corrimos hacia la puerta. No bien se abrió la puerta, se oyó un grito horrísono, agudo. Era Florentina quien gritaba, en el rellano de la escalera. En una mano llevaba unos paquetes y en la otra sostenía los globos de colores. Tenía las mejillas bañadas en lágrimas. Sin dejar de gritar y de llorar se lanzó como una tromba, pasillo adelante. La abuelita Valentina, espantada, se apretó contra la pared para dejarla pasar. Luego fuimos todos tras ella que, en una carrera, dobló el recodo del pasillo y se metió en el cuarto de baño. Allí se dejó caer sobre la taza del retrete. Nos asomamos a la puerta. Florentina, espatarrada, seguía sosteniendo en una mano los globos de colores y entre llantos y gritos nos decía que su familia había recibido carta del pueblo; a su sobrinita pequeña, de cuatro años, la había aplastado un carro. Lo contaba una y otra vez, sentada en el retrete, sin soltar los globos, sin dejar de llorar y de gritar. El retrete, las piernas abiertas, los globos de colores, los gritos y las lágrimas debían de componer una estampa muy cómica, pero ni la abuela Valentina, ni Manolín, ni Carlitos ni yo reíamos. Estábamos viendo un drama."

DdA, XVIII/5.232

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