domingo, 17 de julio de 2022

CINCO MEDIDAS CONTRA EL DICHO "TODOS SON IGUALES"




Luis García Montero

Hay algunas frases que hacen mucho daño. Y el verdadero dolor social no se produce exactamente en las peleas, los gritos, los insultos y los altercados. La vida es una conversación. El daño íntimo que no hacen los insultos puede abrirlo la frase que se cuela en una conversación y convierte las relaciones cotidianas en un espacio degradado. Esa frase tiene aire de conclusión, de experiencia irreparable, de vida fracasada.

Una de las frases que más duele en la convivencia democrática es la de todos son iguales. Los que quieren tener las manos libres para el ejercicio sin límites de su poder invierten tiempo y estrategias comunicativas en esa epidemia. Se busca, por ejemplo, que los estados de ánimo de la política pasen de la normalidad al lazareto, después la sala de urgencias y finalmente al cementerio. Quien impone esta idea consigue un doble juego: camufla al verdadero corrupto en la descalificación general y, al mismo tiempo, desactiva cualquier proyecto decente. Parece que no se puede creer en nada.

El escándalo de una corrupción verdadera queda disfrazado en el ruido del siempre es lo mismo, las cosas son así, qué más da, ya se sabe, unos y otros… Cualquier deseo de tomarse en serio la actuación pública queda enfangado en el paisaje del descrédito: otro que viene a engañarnos, quién puede creérselo, ya sabemos lo que pasa, una mentira más… Y como vivimos en una esfera de comunicación en la que estamos todos muy fichados, a cada político se le corta un traje a la medida de su descrédito. Si la atracción del consumidor se consigue ofreciendo aquello que despierta sus instintos, el desprestigio de cada político afila la silueta de su caricatura: nunca cumple sus promesas, es un chaquetero, sólo ambiciona mantener su puesto, demasiado frío, demasiado caliente, demasiado protagonista, muy desleal, va a lo suyo. El apellido acaba siendo empleado como un adjetivo descalificativo. Conviene no olvidar en esta dinámica que las murallas institucionales derribadas con el descrédito de la política provocan un vacío que nunca es ocupado por una nueva libertad, sino por los buitres de siempre.

Las estrategias de descrédito de la política son muy amplias y van desde la posibilidad de extender la idea de que todos los políticos mienten por intereses partidistas hasta la consigna de repetir que los impuestos son un robo, que el Estado se queda con el dinero sin que nada revierta en la sociedad, que no es justo redistribuir la riqueza, que no existen contextos sociales y que los éxitos o fracasos dependen del mérito de los individuos. Estas leyes de la selva hacen imposibles los marcos de convivencia.

Nos conviene mucho evitar que se imponga la idea de que todos los periodistas mienten, porque no es verdad, no todos son iguales, y porque es otro misil lanzado contra la democracia

Si ya resulta difícil mantener la dignidad de la democracia ante las estrategias del ofensivo sentimiento antipolítico, la tarea se hace más complicada cuando entra en crisis otro de los ejes decisivos de una comunidad: la información. Trasladar al periodismo la idea negativa de que todos son iguales es otra forma de diluir bajo el ruido general la culpa del mentiroso concreto y de desactivar los efectos de las informaciones reales y de las denuncias hechas con datos y a través de una investigación. Nos conviene mucho evitar que se imponga la idea de que todos los periodistas mienten, porque no es verdad, no todos son iguales, y porque es otro misil lanzado contra la democracia.

Como respuesta a esta estrategia devastadora, propongo cinco medidas:

  1. No cerrar los ojos ante la degradación y la falsificación del oficio de informar. Deben quedar expuestos y en vergüenza los medios o las personas que ensucian su oficio.
  2. No olvidar, no pensar que hubo en el pasado una información sin miserias. Hoy existen muchos modos de romper las normas de control, de lanzar grabaciones o descubrir infamias. Vivimos en un tiempo muy rápido en el que hasta la verdad sale en medio del diluvio y sin posibilidad de ser contextualizada. Eso genera confusión y una dinámica pesimista. Pero no olvidemos que antes del ruido hubo silencios ominosos, posibilidades de controlar hasta la sonrisa de una fotografía, padres de la patria periodística que creyeron propio de su deber la tarea de encubrir muchas tropelías y de falsificar los acontecimientos. Y no hace tanto que con la estación de Atocha llena de cadáveres hubo periodistas y políticos que jugaron a acusar en falso a ETA para buscar ganancias electorales. La mezquindad informativa viene de lejos. Que hablen hoy de inestabilidad los que convirtieron la indecencia en estabilidad no deja de ser un sarcasmo profesional.
  3. Negarse a que los horizontes de la ética queden cada vez más alejados de nuestras sociedades. Negarnos a convivir no ya con la mentira, sino con la violación sistemática de los derechos humanos. La infamia de un hecho contagia infamia a otros hechos.
  4. Hacer posible que las asociaciones profesionales sean ámbitos de vigilancia de la honestidad profesional. En vez de declaraciones gremiales sobre la libertad de opinión, estaría bien que las asociaciones denunciasen al que pretende confundir la libertad de opinión con una cloaca.
  5. Dar apoyo a la prensa decente, impedir que paguen justos por pecadores, reflexionar sobre las inercias sociales que hacen del público un rebaño tan fácil de manipular. Hay muchos lugares limpios a los que mirar. Aconsejo, por ejemplo, la lectura de un libro de la periodista Patricia Simón: Miedo. Viaje por un mundo que se resiste a ser gobernado por el odio (Debate, 2022).
     DdA, XVIII/5.224     

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