Valentín Martín
Madre pone sobre la cabeza del niño una silla y mete una peseta en uno de los bolsillos de la calzona. La silla es de fiesta, toda de madera oscura, espiga lejana de la boda junto al escaño que les regaló el carpintero padrino a ella y a padre. Esa silla no está entre las de bayón de la cocina, más bajas y más pesadas, sino en el salón donde las celebraciones o las visitas del novio cuando viene a estar con la hermana grande. Pesa poco la silla. El niño se agarra a ella, sujeta con sus dos manos el respaldo de tablillas que dejan ver las calles que le llevan al salón de baile que esta tarde será sala de cine. El niño tiene 5 años y está agradecido a madre que le deja ir al cine solo. Y se lo dice a madre: cuando lo gane, me pagaré yo el cine. Ese cuando yo lo gane tendrá que esperar aún dos años, entonces el niño a los 7 tendrá su paga de monaguillo, justo una peseta a la semana. El sueldo exige madrugar todos los días para ir ayudar al cura en la misa que no falta nunca aunque esté la iglesia vacía. Y también de vez en cuando el niño ha de jugarse la vida subiendo desde una tronera del campanario a la cornisa, gatear arrastrando el saco vacío hasta el palomar que está en el extremo más alejado, llenarlo de palomas y volver a gatear la cornisa arrastrado el saco para el cura y sus amigos.
Cumplida las dos tareas, el niño se marcha a la escuela.
Cuando el niño llega a la puerta del salón que regenta el falangista, se pone un poco de perfil para que la mujer del falangista, que hace de portera, meta la mano en el bolsillo de la calzona y saque la peseta. El niño ya tiene permiso para entrar y entra. Elige un buen sitio, cerca de la pantalla. No en las primeras filas donde hay unos bancos. El niño lleva la silla en la cabeza porque la primera vez que entró y se sentó en esos bancos, la mujer del falangista la emprendió a trapazos en la cabeza con él y otros niños. Fue una sorpresa y nunca supo por qué la mujer del falangista expulsaba a los niños de los bancos con esa dureza. Después de la película, el mozo o la moza que esté más cerca, le pondrá de nuevo la silla en la cabeza. Y cuando llegue de vuelta a casa, madre le preguntará si le ha gustado el cine. Él responderá que mucho, que era muy bonito, pero que una señora le había pegado antes de empezar la película. Tranquilo, dirá madre, que esa señora ya no te pegará nunca. Y a la semana siguiente le pondrá la silla nueva en la cabeza y la peseta en el bolsillo de la calzona.
Ahora está viendo una película muy bonita. Es en tecnicolor. En la película hay un hombre muy malo que quiere mandar en el país y robar todo el dinero a la gente. El niño piensa que el hombre malo es del maquis, esos que se llevan niños de noche y nadie vuelve a saber de ellos. Y además de niños, los del maquis se llevan dinero, el trigo del granero, las vacas, todo. El hombre del maquis es también viejo y feo.
Y cuando parece que la película va a ser muy triste, aparece por sorpresa un niño rubio. Un niño rubio que todos creían había muerto. Pero no, qué va. El niño rubio había sido criado y educado por una banda de ladrones. Y para más sorpresa aún, resulta que el niño rubio de los ladrones es el rey del país. Toda la gente se pone muy contenta. Y hasta se ríe cuando el niño rubio no puede evitar robar a unos y a otros, como hacía en la banda de ladrones donde había crecido. Pero a la gente le hacía gracia que el rey robase. Y el niño se emocionaba mucho viendo cómo robaba el rey. Cuando llegue a casa se lo contará a madre. Y madre dirá: pero cómo va a robar un rey. Y él contestará: que sí, madre, que lo he visto yo esta tarde en el cine. Y madre pensará que en el cine los reyes pueden robar, pero en la vida no. Aunque también le entrarán dudas. Qué sabe ella si no tenemos rey. Luego se volverá hacia el niño: si has terminado de cenar, a la cama, al cine de las sábanas blancas. El niño se levanta, se acuesta, y se duerme enseguida mientras el río sube por los huertecitos de lirios y llama a la ventana.
DdA, XVIII/5201
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