sábado, 25 de junio de 2022

MEDIO PAN Y UN LIBRO*

 


Félix Población

Los del Patio Carvajal solían invadirnos a última hora de la tarde, o como se decía en las pelis familiares de la época que se proyectaban en el cine Los Campos, al oscurecer, quizá para así sorprendernos mejor y acabar con alguno de nosotros en sus manos, víctima de una pedrada o sometido a la celebérrima tortura del polvo pica-pica.

Las pugnas eran las propias entre las muchachadas de los barrios próximos, empeñados en una guerra de guerrillas en la que se declaraban batallas, alianzas o tratados de paz según terciara. Las arremetidas beligerantes promovidas por Los del Patio Carvajal eran sin duda las más temidas, acaso porque su acometividad tenía en el fondo la rabia de los más desfavorecidos en aquella década de los cincuenta del pasado siglo, cuando tantos españoles se podían considerar desfavorecidos.

 


Su repentina y sorpresiva presencia nos amedrentaba hasta tal punto, en cuanto los veíamos venir pertrechados de palos y gomeros, que tocábamos a retirada en el Parque Infantil de la Plaza de Europa, bajo cuyos árboles transcurrieron los juegos de mi primera niñez, según recordarán también el arquitecto y excelente columnista Cosme Cuenca Busto, o quien fue mi más íntimo amigo de niñez, el doctor Carlos Álvarez Muñiz.

El Patio Carvajal, según el padrón de aquellos años, tenía por entonces 142 vecinos y estaba ubicado en la actual Avenida de la Constitución, esquina con la calle decano Prendes Pando. Según apunta el erudito cronista local Luis Miguel Piñera, sirviéndose de la documentación correspondiente, fue en 1958 cuando se publicó en el diario La Nueva España un artículo que avanzaba el próximo desmantelamiento de esos cochambrosos tabucos bajo el titular "Proyecto para la construcción de viviendas para rescatar de míseros tugurios a los vecinos del Patio de Carvajal".

 


Situado en el ámbito urbano de la parroquia de San José, fue el párroco de esta iglesia, Carlos Díaz -todo un maestro en la enérgica prédica de una homilías muy sociales para la época durante las misas de una-, por medio de Acción Católica, quien hizo posible el realojamiento de hasta cuarenta familias de ese pequeño conglomerado de chabolas en unos pisos que la Asociación Benéfica Nuestra Señora de Covadonga tenía en el barrio de Roces. Con rentas de alquiler de entre 70 y 100 pesetas, las viviendas pasarían a ser propiedad de sus inquilinos al cabo de un determinado tiempo.

De ese modo se desvanecieron mis temores infantiles y, sobre todo,  los de mis compañeros de juegos de mayor edad llamados a la lucha ante los ataques de aquella chavalería marginal, sucia y mal vestida, que procedía del Patio Carvajal, llamado así porque su propietario era Manuel González Carvajal. Obviamente, aparte de esas relaciones beligerantes, entre ellos y nosotros no existían otras, como no fuera alguna de carácter esporádico como la que me tocó en mi primer colegio, próximo al domicilio familiar.


Siempre recordaré, de entre los alumnos que compartían el aula masculina de mesitas azules de la planta baja, a un compañero que vivía en el Patio Carvajal y que una vez robó una moneda de cinco pesetas del Belén que por Navidad se instalaba en la escuela de monjas del Asilo Pola, hoy Museo Nicanor Piñole. Al alumno lo expulsaron del colegio por ese motivo y muy poco tiempo después tuve ocasión de verlo empujando trabajosamente un pesado carro por una céntrica calle de la ciudad.

Me acompañaba en esa ocasión mi abuelo el ferroviario, al que le comenté el pecado cometido por el pequeño carretero. Lamento no recordar la frase con la que me respondió Teófilo, pero siempre la relacioné -muchos años más tarde- con aquella que pronunció Federico García Lorca en un discurso con motivo de una de las miles de bibliotecas inauguradas durante la segunda República: “Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan, sino que pediría medio pan y un libro".

MiGijón.com  DdA, XVIII/5204

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