Alfredo Molano Jimeno
Hija de partera. Diez hermanos. Madre adolescente. Barequera por tradición. Depositaria de una lucha que viene desde la colonia. Dirigente de una protesta contra las retroexcavadoras de los mineros armados. Desplazada. Empleada del servicio en Cali. Estudiante de derecho. Rebuscadora. Integrante del Proceso de Comunidades Negras. Representante de las víctimas en el proceso de paz de La Habana. Premio nobel ambiental. Presidenta del Consejo Nacional de Paz. Precandidata a la presidencia. Y ahora vicepresidenta de Colombia. Así ha sido la historia de Francia Márquez Mina, una mujer de 40 años que creció en el corregimiento de La Toma, municipio de Suárez, departamento del Cauca.
“Sueñan las pulgas con comprarse un perro y sueñan los nadies con salir de pobres, que algún mágico día llueva de pronto la buena suerte, que llueva a cántaros la buena suerte; pero la buena suerte no llueve ayer, ni hoy, ni mañana, ni nunca, ni en lloviznita cae del cielo la buena suerte, por mucho que los nadies la llamen y aunque les pique la mano izquierda, o se levanten con el pie derecho, o empiecen el año cambiando de escoba”, dice el texto de Eduardo Galeano que Francia masculla en sus silencios. Lo hace con conocimiento de causa, como se dice, con la seguridad de pertenecer a ellos, de venir de allá, y de siempre retornar a ellos, a su origen.
Nació el 1 de diciembre de 1982 en el piso de tierra de la casa de sus abuelos. Su madre, doña Gloria Mina, fue su propia partera, como lo ha sido por décadas de cientos de mujeres de Suárez, La Toma y hasta de Morales, pueblos apostados en las montañas que contienen el río Ovejas. Un río por el que corre agua y oro que le ha dado vida a esta región, hasta donde los españoles llegaron, en 1636, para implantar tres frentes mineros. De los esclavizados que trajeron del Congo, Mali o Nigeria desciende Francia Márquez Mina. Hija de un pueblo minero, guerrero y con la memoria de la esclavitud en la frente, de los únicos pueblos de afro que conserva los apellidos desde la colonia y que evocan una tradición ancestral. Los Carabalí son cazadores, los Mina, mineros, y así.
Creció a orillas del río Ovejas, el mismo que en los años 70 sirvió para la construcción de la hidroeléctrica de la Salvajina, para la cual desviaron su cauce e inundaron las tierras de la gente. Esto trabó una pelea con el Gobierno. Entonces, llegó el Ejército e hizo correr sangre y oro. De esa batalla desciende Francia Márquez Mina. En ella se forjaron sus padres y tíos, son las luchas de sus mayores y mayoras, así a algunos no les guste el término. Esos viejos que luego moldearon el carácter de quien hoy es la fórmula presidencial de Gustavo Petro.
Su papá, Sigifredo Márquez, es campesino y minero que cumplió el rol de proveedor, pero quienes más tuvieron que ver con la crianza de Francia son sus abuelos, principalmente maternos. Don Andrés Mina Viveros, un líder muy querido en su comunidad que lo buscaba para mediar en conflictos porque tenía el don del equilibrio y la justicia. De él heredó el liderazgo, no tanto la mediación, porque Francia es una mujer apasionada, con la sangre caliente y el temperamento recio. En eso es como su madre, inquieta y luchadora, andariega y charladora. Su abuela materna, Leonor López de Mina, hoy de 92 años, es su principal figura de crianza. Ella guarda las memorias de otras violencias, la de los años 40, cuando tenían que dormir con un ojo en la puerta porque en cualquier momento llegaban los conservadores a incendiar la casa con la familia adentro solo para matar a un negro. Doña Leo, como le dice, es la narradora de historias que Francia emula cuando toma el micrófono.
Su infancia transcurrió entre volteretas y picardías. De esa niña inquieta, que acompañaba a sus mayoras a barequear al río, queda la alegría y el apodo. En su tierra algunos la conocen como “Piri”, otros como “Nola” y algunos más le dicen “Pirinola”. Por lo chiquita y juguetona. La pirinola es un trompo de material duro, hexagonal y con escrituras en sus contornos. Un objeto que cobra sentido solo en movimiento, en acción, que propone un juego, un momento de alegría y reunión en torno a su baile. Así apodan a Francia Márquez. Así la conoce su gente y, según cuenta ella en una sonora risotada, su abuela paterna creía hasta hace poco tiempo que ese era su nombre de pila.
“Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada. Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la Liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos”, recita al tiempo que aprieta la mandíbula y cierra los ojos para recorrer su vida en su memoria. Pasa por las noches que se acostó con hambre, de los días de miniar, de las tardes de trabajo en la chagra. De las batallas contra los entables de mineros que, apoyados en sus retros y respaldados con los fierros, la hicieron salir huyendo de su casa en una madrugada. Con sus dos hijos a cuestas, Kevin y Adrian. A Cali llegó a una casa de una familia que le tendió la mano. También recuerda la vergüenza que sentía de no tener qué aportar para comprar la comida. De estar frente a la puerta sin querer tocar el timbre, de pura y física pena de ser una carga para alguien.
De La Toma a la política
Francia fue madre a los 16 años. Se enamoró de un paisa. Creía entonces que con eso era suficiente para salir de su comunidad, de pobre, para escapar de las violencias, pero no. Terminó criando sola, con la ayuda de sus padres y abuelos. “Me enamoré de un paisa para que me sacara de mi tierra, porque nos enseñaron que era feo vivir así, que allá no había opciones, ni progreso. Que la única manera de salir del atraso era conseguirse un hombre blanco, de ojos azules, que nos sacara a vivir. Que nos mejorara la raza. En mi inocencia me fui tras ese espejismo. Por eso, hoy valoro más mi transformación en la mujer empoderada y orgullosa de ser de mi tierra y de mi raza. Para mí esto significa todo. No es un proceso de Francia Márquez, es un proceso de construcción colectiva. De gente que siente como yo el amor por esta berraca tierra”, asiente.
Es consciente de que su presencia en el tarjetón causa incomodidades en quienes conciben la política como un arte diplomático y estratégico; y que hay quienes esperan que cumpla con el rol de ser escudera de Gustavo Petro sin posibilidad de disentir. Por eso anticipa en tono de advertencia: “No somos uno y dos. Somos uno y una. Eso quiere decir que nos vemos en paridad. Tenemos una apuesta común que busca cambiar este país, cambiar las situaciones por las que históricamente hemos luchado. Voy a estar como vicepresidenta, y creo que mi sola presencia en ese espacio rompe con la política hegemónica que está acostumbrada a ser un privilegio destinado solo a hombres blancos y letrados, pero que no está dispuesta a pensarse con la otredad, con los excluidos históricamente. Nuestra sola presencia ahí, y para mí eso es poderoso, manda un mensaje de empoderamiento para las mujeres, para las juventudes, para mi pueblo negro, para mis hijos y mis nietas. Esto es un acto histórico”.
Incluso va más allá y dice que no se sumó al Pacto Histórico como un objeto decorativo para aparentar diversidad. Cuando en febrero de 2021 la llamaron para sumarse al proceso político de Gustavo Petro les advirtió que no esperaran de ella que se adhiriera sin presentar posturas. “Yo no voy a salir corriendo para firmarles un cheque en blanco porque ustedes se tomaron la foto y luego se dieron cuenta de que les faltaba un negro. Yo voy a pensarlo, a dialogar con mi gente, y si acepto es porque quiero ser presidenta de Colombia, ¿o es que una mujer negra y pobre no puede soñar con eso?”, contestó al interlocutor que escuchaba del otro lado de la línea. Y su planteamiento la tiene hoy en el tarjetón, con más votos que políticos profesionales, que exgobernadores y exalcaldes, que maquinarias políticas.
Francia sigue pensando de la misma forma que cuando contestó al llamado del Pacto Histórico: “Le dije a Petro con honestidad: yo no soy una mujer de decoración de espacios. Soy una mujer que disputa, que lucha por oportunidades y transformaciones. Él lo sabe. Me conoce. Sabe que que me gané espacios con esfuerzo, nos los peleamos colectivamente. Olvídese que si no fuera por los votos que sacamos estaríamos aquí. Yo no estoy acá para que él diga que soy su vicepresidenta, a mí me costó mucho llegar aquí. Me costó demostrarle a este país que puede una mujer negra ocupar un cargo del Estado. Me costó lágrimas, trasnochos, violencia, racismo en la redes y en los medios. He sacrificado a mi familia, a mis hijos. Es un acumulado de luchas, para que hoy un hombre blanco le pida a una mujer negra que la acompañe. Eso represento. Años de luchas por parir la libertad, por parir la dignidad. Si yo cuento las personas que vi caer en mi camino para llegar hasta aquí, no acabo”.
Sobre los costos electorales de decir lo que siente y lo que piensa, se encoge de hombros y aprieta los labios antes de soltar una frase lapidaria. “No he aprendido a tener cálculos políticos. Yo hablo desde el corazón, desde la realidad. Es duro porque a mí me cuesta mucho pensar qué puedo decir, qué debo decir, cómo no incomodar a este o al otro. Es que a la gente que vive en su privilegio no le gusta que la incomoden, no le gusta que le cuestionen los privilegios. Ese es un problema de nuestra sociedad y yo soy boquizafada. No me siento bien diciendo lo que no es, ocultando la realidad”, concluye.
Así es Francia Márquez Mina. Así ha sido desde niña: franca y voluntariosa. Por eso, hay quienes piensan que no cumple con los requisitos para ser vicepresidenta. No es obediente ni gregaria. No sabe de economía ni mecánica electoral. No se calla lo que piensa, así le cueste el apoyo de expresidentes y partidos con muchas curules. Tiene claro que a algunos de sus compañeros del Pacto Histórico se les sube la presión cuando coge el micrófono y les da urticaria sus posturas. Pero también sabe que la condición para que ella esté es la garantía de la autodeterminación y la independencia. Y ya hay quienes rumoran que en la fórmula Petro/Francia el exalcalde es el que estará obligado a no incomodarla a ella, so pena de graduarse de autoritario, racista o machista. Y es que Francia tiene afilado el identificador de los desplantes y cuenta con el respaldo de los nadies.
De los que, como dice el poema, “no son, aunque sean. Que no hablan idiomas, sino dialectos. Que no hacen arte, sino artesanía. Que no practican cultura, sino folklore. Que no son seres humanos, sino recursos humanos. Que no tienen cara, sino brazos. Que no tienen nombre, sino número. Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la prensa local. Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata”.
CAMBIO DdA, XVIII/5199
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