Alicia Población Brel
El pasado sábado 21 de mayo, la Compagnia del Madrigale y la orquesta de cámara Il Pomo d’Oro compartieron el escenario de la Sala Roja de los Teatros del Canal. Los directores y escenógrafos del espectáculo, Davide y Giuseppe Di Liberto, dieron por casualidad con el músico Giulio D’Alessio quien en 2012 fundó, junto con Gesine Lübben, la orquesta Il Pomo d’Oro.
La Compagnia del Madrigale, por su parte, se creó en 2008 en una iniciativa
llevada a cabo por Rossana Bertini, Giuseppe Maletto y Daniele
Carnovich. El grupo vocal se ha convertido en uno de los conjuntos especializados en
madrigales más importantes de la escena internacional de música antigua actual.
Los músicos entraron al escenario con una sala en total oscuridad que
empezó a iluminarse solo en el momento de encender las lamparillas de atril que
lucían tímidamente para dejar ver la partitura. Un semicírculo lo
conformaban Evgenii Sviri, violín, Anna Dmitrieva, violín y viola, Giulio
D’Alessio, viola, Ludovico
Minasi, violonchelo y Riccardo
Coelati, violón.
En la otra mitad del escenario se sentaron en otro semicírculo Rossana Bertini, soprano, Francesca Cassinari, soprano, Elena Carzaniga, contralto, Giuseppe
Maletto, tenor, Raffaele
Giordani, tenor y Matteo
Bellotto, bajo.
La escenografía que les rodeaba se constituía de varias cascadas de
plástico fino, traslúcido, que caían del techo a modo de velos verticales
semejando, según explicaba el programa, a las sábanas blancas que, como
tradición popular, se cuelgan de los balcones como símbolo de pureza frente a
la muerte durante la celebración del Corpus Christi, en Nápoles.
El recital alternó piezas puramente instrumentales con piezas a capella del
compositor Carlo Gesualdo. Todas las obras se enmarcaban entre la dimensión espiritual y una tensión terrenal, humana y
material. Durante toda la velada pudo palparse nítidamente esa relación con la
muerte que tienen quienes nacen en el sur de Italia. Una relación llena de pathos caracterizada por la morbosidad y la
cotidianidad de la que se hablaba también en las notas al programa.
Este pathos se representaba no solo a través de la música
sino también por el ambiente lleno de claroscuros en el que las luces y sombras
se iban creando y desfigurando de la mano de dos figuras desconocidas, vestidas
de negro, que iluminaban puntos concretos en escena para, poco después, volver
a sumirlos en penumbra.
El nombre del espectáculo Sparge la morte, que se traduce
literalmente como “Esparce la muerte”, venía como anillo al dedo desde el punto
de vista de que sumía al público en una especie de trance litúrgico acompasado
de músicas no especialmente dinámicas. La interpretación del grupo instrumental
destacó por su cuidado en el contraste de matices y por la excelente labor de
líder de Anna Dmitrieva, quien guiaba a sus compañeros con la energía necesaria para cada pieza y
no se dejaba abstraer en el letargo en el que parecía sumirse la sala. El grupo
vocal sobresalió por la delicadeza en las terminaciones de las frases
musicales, con salidas empastadas y cálidas que se recogían para después volver
a empezar con fuerza y decisión. El grupo sabía expresar los afectos en la
manera de suspirar previa a una frase o en a forma de bailar determinados
fragmentos con voces conjuntas, a duetos o tríos que salían de un mismo punto
hacia una meta fija.
Si bien la interpretación de ambos ensembles estuvo precisa y acertada para
un espectáculo como el que se proponía, se echó de menos una obra que
conformara un círculo completo a partir de esos dos semicírculos que jamás
llegaron a colaborar juntos. Faltó una relación más directa más allá de la
temática musical y el espacio compartido que lograra poner en común a los dos
grupos en una interpretación conjunta.
*Revista Ritmo DdA, XVIII/5178
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