domingo, 10 de abril de 2022

TODO PASA POR PULSAR UN BOTÓN BUSCANDO "SENSACIONES"

Jaime Richart

De unos años a esta parte la inexistente Real Academia de Publicistas y Periodistas (administradores únicos de la post modernidad -no los políticos y ni siquiera el mer­cado fuera del suyo) decidieron pasar al ataque sin que na­die les diera el alto. Recuérdese la fechoría de los pri­meros con el logo Te­lefo­nica, por ejemplo, suprimiendo por su cuenta y riesgo sin el menor rubor el acento... Ahora, a publi­cita­rios y pe­riodis­tas, sustitutos del maes­tro, del profesor y del catedrá­tico -los pe­dagogos de siempre que ya poco tie­nen qué de­cir y qué hacer ante este empuje- les ha dado por sacar de la chistera la palabra "sensaciones" para todo. Sen­sa­ciones en el ciclismo, en el fútbol, en el tenis; sensaciones en el gim­na­sio, en la moda, en las recetas de cocina. Hasta en la Medi­cina he oído esa palabra clave como icono del hedo­nismo feroz que nos venden. Todo ahora, por vía mediática, son "sen­saciones" y hemos de evaluarlo desde la sensación por definición fugaz. No ex­traña. Cuando el afecto, la cordia­lidad, la amabi­lidad, el amor y el senti­miento van des­apareciendo a ojos vista, es porque algo está ocu­pando su lu­gar. Sensa­ción: "im­presión que las cosas produ­cen en el alma por me­dio de los sentidos" de­fine la Real Academia de la Lengua de verdad. Por cierto, ¿a qué alma se refieren los académicos? Por­que si los publicitarios están autoriza­dos a quitar los acentos y los periodistas nos dieron la noti­cia por fuentes contrasta­das de que no hay Dios, tam­poco existirá el alma, digo yo, y su lugar lo ocu­pará otra cosa; por ejem­plo un chip.
Esto por un lado. Por otro, está lo de los botones. "Lo que im­porta es que el aparato tenga muchos botones". Eso dice, sin disimulo ni recato hablando de sus prefe­rencias sobre lo que compra, un amigo de toda la vida. Lo dice en broma, pero es así. Ya lo saben los fabri­can­tes... Y es que los aparatos, con muchos botones, aunque luego se vuelva uno loco leyendo los manuales que hablan de todo menos de lo que necesitamos saber sobre botones molan; el co­che, con mu­chos botones, para pulsarlos y mover­nos dentro de él hasta la parálisis, fascina; el móvil, con muchos botones, precisamente para no aislarnos ni incomuni­carnos, es vital; el televisor, para au­sentarnos de no­so­tros mismos, parece transportarnos a otros mundos. Por eso, se ha convertido todo eso en algo imprescindible. Pero con mucho botón. Aunque de tipo material se va pasando rápidamente al botón virtual...
No sabemos bien a dónde vamos ni a dónde queremos ir, apenas pensamos y no nos enteramos de lo que nos dicen porque ni pensamos mientras nos hablan. Ve­mos pasar las vidas ajenas por una pantalla sin prestar atención a la nues­tra. Todo pasa por pulsar un botón buscando "sensaciones". Ya ni siquiera hacemos el amor. No es preciso mentar el verbo que lo suple… Se pulsa el que ha reempla­zado al alma y se acabó: hemos logrado otra sensación, una que parece perdurable. El caso es que nuestra vida se nos escapa hasta que al final de ella, cuando ya no hay remedio, nos percatamos de que hemos acumulado sensaciones y muy poco sentimiento.
Tonta vida ésta que la vivimos hoy aturdidos, enajena­dos, sin conciencia de que vivimos. ¡Qué poco importa estar aquí cien o mil años, si realmente no nos enteramos de nada, no podemos hacer nada para desviar la historia inexorable del presente! Desde que despertamos a este falso vi­vir hemos renunciado al amor-sentimiento para entregarnos a sensaciones que pronto se apagan. Entonces, cuando la sensa­ción se ha consumido como se consume el helio del sol, es cuando bus­camos febril­mente el sentimiento. Pero el ánimo entonces, debilitado por tanta y tanta sensación, es ya inca­paz de él y apenas se mantiene para arrastrarse y suplicar atención o afecto. Entonces buscamos a al­guien que nos levante, pero nadie se decide, nadie se atreve. Y es, porque no basta con le­vantar al caído, luego hay que mantenerle en pie...

DdA, XVIII/5135

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