Jaime Richart
De unos años a esta parte la inexistente Real Academia de Publicistas y Periodistas (administradores únicos de la post modernidad -no los políticos y ni siquiera el mercado fuera del suyo) decidieron pasar al ataque sin que nadie les diera el alto. Recuérdese la fechoría de los primeros con el logo Telefonica, por ejemplo, suprimiendo por su cuenta y riesgo sin el menor rubor el acento... Ahora, a publicitarios y periodistas, sustitutos del maestro, del profesor y del catedrático -los pedagogos de siempre que ya poco tienen qué decir y qué hacer ante este empuje- les ha dado por sacar de la chistera la palabra "sensaciones" para todo. Sensaciones en el ciclismo, en el fútbol, en el tenis; sensaciones en el gimnasio, en la moda, en las recetas de cocina. Hasta en la Medicina he oído esa palabra clave como icono del hedonismo feroz que nos venden. Todo ahora, por vía mediática, son "sensaciones" y hemos de evaluarlo desde la sensación por definición fugaz. No extraña. Cuando el afecto, la cordialidad, la amabilidad, el amor y el sentimiento van desapareciendo a ojos vista, es porque algo está ocupando su lugar. Sensación: "impresión que las cosas producen en el alma por medio de los sentidos" define la Real Academia de la Lengua de verdad. Por cierto, ¿a qué alma se refieren los académicos? Porque si los publicitarios están autorizados a quitar los acentos y los periodistas nos dieron la noticia por fuentes contrastadas de que no hay Dios, tampoco existirá el alma, digo yo, y su lugar lo ocupará otra cosa; por ejemplo un chip.
Esto por un lado. Por otro, está lo de los botones. "Lo que importa es que el aparato tenga muchos botones". Eso dice, sin disimulo ni recato hablando de sus preferencias sobre lo que compra, un amigo de toda la vida. Lo dice en broma, pero es así. Ya lo saben los fabricantes... Y es que los aparatos, con muchos botones, aunque luego se vuelva uno loco leyendo los manuales que hablan de todo menos de lo que necesitamos saber sobre botones molan; el coche, con muchos botones, para pulsarlos y movernos dentro de él hasta la parálisis, fascina; el móvil, con muchos botones, precisamente para no aislarnos ni incomunicarnos, es vital; el televisor, para ausentarnos de nosotros mismos, parece transportarnos a otros mundos. Por eso, se ha convertido todo eso en algo imprescindible. Pero con mucho botón. Aunque de tipo material se va pasando rápidamente al botón virtual...
No sabemos bien a dónde vamos ni a dónde queremos ir, apenas pensamos y no nos enteramos de lo que nos dicen porque ni pensamos mientras nos hablan. Vemos pasar las vidas ajenas por una pantalla sin prestar atención a la nuestra. Todo pasa por pulsar un botón buscando "sensaciones". Ya ni siquiera hacemos el amor. No es preciso mentar el verbo que lo suple… Se pulsa el que ha reemplazado al alma y se acabó: hemos logrado otra sensación, una que parece perdurable. El caso es que nuestra vida se nos escapa hasta que al final de ella, cuando ya no hay remedio, nos percatamos de que hemos acumulado sensaciones y muy poco sentimiento.
Tonta vida ésta que la vivimos hoy aturdidos, enajenados, sin conciencia de que vivimos. ¡Qué poco importa estar aquí cien o mil años, si realmente no nos enteramos de nada, no podemos hacer nada para desviar la historia inexorable del presente! Desde que despertamos a este falso vivir hemos renunciado al amor-sentimiento para entregarnos a sensaciones que pronto se apagan. Entonces, cuando la sensación se ha consumido como se consume el helio del sol, es cuando buscamos febrilmente el sentimiento. Pero el ánimo entonces, debilitado por tanta y tanta sensación, es ya incapaz de él y apenas se mantiene para arrastrarse y suplicar atención o afecto. Entonces buscamos a alguien que nos levante, pero nadie se decide, nadie se atreve. Y es, porque no basta con levantar al caído, luego hay que mantenerle en pie...
DdA, XVIII/5135
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