domingo, 3 de abril de 2022

LOS DESNUDOS DEL MUSEO DEL PRADO


Manuel Vicent

Un mismo valle se transforma según la mirada de quien lo contempla. Un pintor solo ve los colores y la transparencia del aire; un excursionista admira la belleza del paisaje; un agricultor observa la fertilidad de sus tierras; un constructor analiza la posibilidad de levantar allí una urbanización; a un especulador le interesa únicamente como terreno recalificable. La mirada tiene el poder de transformar también el arte. A una Virgen con el Niño, de Rafael, colocada en el retablo de una iglesia, un creyente le puede pedir favores, pero no se le ocurriría pedírselos a esa misma imagen si estuviera colgada en la pared de un museo. Una escultura de San Sebastián en el altar de un convento de clausura puede ser un mártir del santoral o un atleta muy atractivo, depende de la mirada de cada novicia. En una sala del Prado se hallan algunos de los desnudos femeninos, titulados Poesías o Pasiones Mitológicas, que Felipe II le encargó a Tiziano, en 1553. El otro día bajo un sol de primavera, me di una vuelta por el museo, que es como ir a purificarse a Delfos, y puedo asegurar que esas diosas de carnes nacaradas tendidas en lechos voluptuosos, por ejemplo, Dánae recibiendo la lluvia dorada, me despertaron una gran emoción estética; en cambio, esos desnudos femeninos extraídos de la mitología clásica constituían en su tiempo la pornografía que el rey Felipe II guardaba en un gabinete secreto del Alcázar al que se retiraba a la hora de la siesta y allí se servía de esas divinidades tan carnales pintadas por Tiziano para entregarse al onanismo y a otros juegos más bien lúbricos. Esos desnudos femeninos del Prado, que fueron en su día manchados por la imaginación lasciva, han sido purificados y elevados a un grado de suprema belleza por la mirada limpia de los amantes del arte. Todo es limpio para quien mira con ojos limpios, sea un valle o el monte de Venus.

El País  DdA, XVIII/5128

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