Era necesario que algún historiador, con el prestigio incuestionable de mi estimado profesor Ángel Viñas -toda una autoridad en la investigación de la Guerra de España-, expusiera con claridad lo que se dice en el siguiente artículo, publicado hoy en InfoLibre. Nuestra gratitud, una vez más, a la historia y a quienes la trabajan y ponen el máximo celo en documentarla con rigor a fin de corregir disparates:
Ángel Viñas
En las últimas semanas, a medida que
se intensificaba la guerra en Ucrania tras la invasión rusa, las comparaciones
con la guerra civil española se han puesto de moda. Es inevitable. El propio
presidente ucranio, en su alocución ante el Congreso de los Diputados este
martes 5 de abril, invitó a ello. Fue una alocución breve, emotiva. Aprovechó
la coincidencia de mes para hacer una breve referencia al bombardeo de Gernika
en 1937. Levantó una gran oleada de emoción. A muchos les agradó. A otros, les
disgustó. A mí me pareció una alocución milimetrada
inteligentemente. De manera inmediata varios
periodistas me pidieron mi opinión como historiador.
Yo no me
pronuncio sobre la guerra de Ucrania, salvo para considerarla un momento
pivotal en la historia de Europa. Sus consecuencias se dejarán sentir a lo
largo de los años venideros. Ha cambiado el panorama de seguridad de nuestro
continente y ha acelerado la transformación —en mi opinión deseable— de la
Unión Europea. Ha puesto al descubierto la indigencia
estratégica de varios estadistas europeos (en
primer lugar de la excanciller Angela Merkel, pero también del establecimiento
político alemán, a la derecha y a la izquierda). Tendrá consecuencias
duraderas.
Servidor no se
dedica ya desde hace años a hacer análisis de prospectiva. Me faltan
conocimientos e información. Al menos en comparación con los que he tenido en
el curso de mi vida profesional. Hace muchos años que me dedico al estudio del
pasado. No es que sea más seguro (las discusiones sobre él están a la orden del
día), sobre todo desde que una oposición un
tanto desnortada y ayuna de conocimientos históricos se ha dedicado a poner en
la picota a un denominado “gobierno social-comunista”. Trampa para bobos, aunque prenda en ciertos sectores del electorado
español. Sus diversos componentes se felicitarán de que, gracias a los errores
de los gobiernos precedentes, los futuros electores continúen en la inopia en
cuanto a conocimientos históricos y todavía no se hayan mayoritariamente
destetados del brebaje intoxicante que destiló la dictadura franquista y que
sobrevive en las redes sociales.
No, la guerra de Ucrania tiene poco que ver con la española de 1936-1939. Ni las circunstancias se parecen, ni el contexto lo permite. La
guerra española tuvo mucho que ver con las ansias de preparar su asalto a la
seguridad europea por parte de las potencias fascistas. También tuvo que ver
con la timidez de las democracias. O con sus enajenaciones, que veían “rojos”
por los cuatro costados. Un fallo que debe ponerse sobre todo en el deber de la
escasamente gloriosa política británica de la época.
Además, las
comparaciones hacen caso omiso de las diferencias esenciales entre guerras
civiles (aunque internacionalizadas) y guerras internacionales propiamente
dichas. La española forma parte de las primeras. La de Ucrania es, se mire por
donde se mire, una guerra de las segundas, entre Estados soberanos, reconocidos como tales por la
comunidad internacional y con sitiales bien diferenciados en Naciones Unidas y
partes perfectamente diferenciadas en multitud de tratados y acuerdos
multilaterales.
Pero es que,
además, algunos de nuestros avispados
comentaristas trastocan los papeles de los intervinientes y no intervinientes
en los dos conflictos. En el español,
por ejemplo, la entonces Unión Soviética vino en ayuda de la asediada República
española. El Reino Unido y Francia, por omisión, se pusieron en contra de ella.
De los Estados Unidos de la época, mejor no hablar. Y las potencias fascistas o
escasamente democráticas les hicieron juego, si bien intervinieron con hombres
y material en tan gran número que inclinaron la balanza a favor de Franco.
Soy muy
consciente de que la mayor parte de la derecha española (o al menos de sus
órganos de expresión en papel o en versiones digitales) discrepará de esta
interpretación de los hechos pasados. No en vano la gloriosa dictadura se pasó
cuarenta años clamando contra el comunismo al acecho, contra los soviéticos que
retardaron la victoria de la España única y, naturalmente, “nacional”. Desde
antes de julio de 1936 hasta prácticamente nuestros días han consumido resmas y
resmas de papel denunciando el supuesto peligro de
“sovietización” de España. Peligro que, dicho de paso, sólo
existía en su enfebrecida imaginación.
¿Acaso no me
creen los amables lectores? Transcribo a continuación lo que un eminente
historiador patrio, que no identificaré, escribía hace pocos años sobre los planes que los “malvados bolcheviques” ya tenían pensado hacer en
febrero de 1936, a los pocos días de las elecciones, con
respecto a España:
- Eliminación del
presidente Alcalá-Zamora
- Empleo de medidas de
coacción y opresión contra los jefes y oficiales del Ejército
- Expropiación y
nacionalización de toda clase de propiedad particular
- Nacionalización de la
banca
- Cierre de iglesias y
casas religiosas
- Independencia de
Marruecos y transformación en un estado soviético independiente
- Terror dirigido al
exterminio de la burguesía
- Creación del Ejército
Rojo
- Asalto del
proletariado al poder
- Creación de la
República Socialista Soviética y declaración de guerra a Portugal
Y,
naturalmente, para evitar tales perspectivas era lógico, natural, “patriótico”,
que los sectores más sanos de la sociedad española, empezando por el glorioso
Ejército español, se levantaran en armas, como impelidos por un resorte vital, para impedir tal cúmulo de
catástrofes.
Después,
brillantes literatos, periodistas, hombres bregados en las luchas culturales
del presente y preparados para las del porvenir han ido corrigiendo el
tiro. No fueron tanto los bolcheviques, sino los
malvados socialistas. En particular la corriente
caballerista del PSOE, que quería crear un Ejército Rojo, asaltar el poder y
que además lo anunció. Esto lo ha afirmado un historiador de la literatura en
tres ediciones de un libro muy vendido. Prácticamente lo dijo Largo
Caballero en una fantasmagórica alocución en la embajada republicana… en
Londres. Muy listo, muy ducho y muy embustero.
Siendo así,
¿cuándo intervino la URSS? Recurramos al padre de la modernísima versión
pro-franquista, al nunca suficientemente alabado profesor Ricardo de la Cierva, ya en plena decadencia intelectual
y profesional. En un interesante, pero poco leído, libro publicado en su propia
editorial (Fénix, domiciliada en Madridejos, provincia de Toledo) en 1997 lanzó
la especie definitiva:
“La primera
reunión en que se decidió la ayuda al Frente Popular español se celebró en
Moscú entre la Comintern y la Profintern (Internacional Sindical Comunista) el
21 de julio de 1936. Tuvo lugar una segunda reunión en Praga, el 26 de julio de
1936, de la que se encargó la Profintern….” (Brigadas Internacionales,
1936-1939. La verdadera historia. Mentira histórica y error de Estado, p.
54)
¿No les parece
precioso? Había que mostrar que los malvados bolcheviques actuaron no ya antes
(eso Don Ricardo se lo dejó a un epígono) sino con la velocidad del rayo. A los tres días del golpe de Estado. Se adelantaron a Hitler (el 25) y a
Mussolini. Quizá tan eminente autor ignorase que
Mussolini había comprometido su ayuda militar a los conspiradores ya el 1º de
julio.
De la misma
manera que se mentía en 1936, a finales del
siglo XX y a principios del siglo XXI sigue jugándose con “comparaciones” espurias. No. La guerra civil española no tiene nada que ver con la invasión de
Ucrania. Y los alemanes e italianos que bombardearon Gernika lo hicieron en
connivencia con el Alto Mando sublevado. ¡Faltaría más! Quienes mintieron no
fueron los vascos, víctimas, sino quienes se habían preparado desde principios
de los años treinta a liquidar a una República que no les
gustaba y que no dudaron en desencadenar una
guerra, que ganaron, con el beneplácito de la City, los titubeos de Roosevelt y
la agonía francesa.
La historia
puede servir de poco, pero por lo menos sí es útil para corregir disparates.
No hay comentarios:
Publicar un comentario