Juan Diego Boto
Sentados en la minúscula habitación en la que esperábamos entre toma y toma durante el rodaje de Vete de mí, escuché cómo Juan Diego hablaba por teléfono con un productor que le debía dinero. Al colgar me contó que no perdonaba que un productor no le pagara, que no soportaba que alguien a quien le sobraba el dinero le dejara a deber. “Luego igual lo regalo. Igual cojo el dinero y se lo doy a un amigo. El dinero no me interesa, pero no puedo con la estafa y con el abuso de poder”.
Y eso habla de Juan Diego y de su forma de
entender la vida. Siempre intentó que nadie de los de abajo fuera pisoteado por
nadie de los de arriba. Quizá por eso supo entender tan bien y puso tanto mimo
en la creación de uno de sus personajes más célebres, el Señorito de Los
Santos Inocentes: un tipo que representaba a esa casta —que aún
perdura hasta nuestros días— que cree que el Estado es suyo. Esa gente que
entiende que el país es de su propiedad por derecho, que los demás estamos de
prestado y deberíamos dar las gracias porque, al fin y al cabo, existimos para
ser mandados. Su inquebrantable compromiso es para mí, aún hoy, un espejo en el
que mirarme, un lugar al que llegar.
En lo profesional Juan Diego era de una
meticulosidad obsesiva. El rigor teñía cada toma, cada frase, cada gesto en la
búsqueda de la síntesis perfecta de verdad, sencillez y belleza. Recuerdo estar
esperando con él, antes de subir a un escenario para leer unos poemas y ver su
hoja llena de rayas, flechas que unían unas frases con otras, subrayados,
comentarios a pie de página. Era una de esas lecturas que hacemos a veces en
algún acto de algún barrio por alguna causa que nos ha convocado. Nadie nos
pagaba por aquello, obviamente, y el público ya agradecía su mera presencia,
pero para Juan subir a un escenario implicaba el deber de hacerlo lo mejor
posible.
Cada vez que me llamaba para 'liarme' sus
mensajes empezaban de la misma manera: “Botto, te llamo para un lío” y cada vez
que yo le llamaba para lo mismo empezaba de la misma manera “Ruiz, te llamo
para un lío”. Él era, según sus propias palabras, un hijo de la resistencia.
Además de algunas de las mejores escenas de la historia del cine español, nos
deja el ejemplo de su propia vida: un hombre que fue de lo mejor de su
generación, vanguardia de modernidad y compromiso. Alguien que nunca toleró el
abuso.
En lo personal deja un vacío de esos que sabes que no se van a llenar, un vacío de esos que sabes que a partir de ahora van a formar parte de ti.
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