Lo dije en más de una ocasión: soy especialmente sensible a la muerte de los actores. Será porque este Lazarillo se siente muy vinculado con el teatro y ha vivido muchas emociones ante las pantallas y los escenarios. Con Juan Diego tuve ocasión de disfrutar de sus notables actuaciones en cine y teatro, como tantísimos españoles. También hubo alguna oportunidad para la charla. Hoy se nos ha ido, a punto de ser octogenario, y ya lo estamos echando de menos porque hemos perdido a uno de nuestros mejores actores. No hace falta recordar algunas de sus magníficas actuaciones porque están en la memoria de todos, pero sí hace falta decir que, además de eso, nos ha dejado su permanente compromiso social desde los lejanos años de la huelga de actores de 1975 en que lo conocí. Por esto último es importante recuperar la entrevista con Gema Delgado publicada en el número 342 de Mundo Obrero, correspondiente al bimestre julio-agosto del año pasado: "Sigo siendo lo mismo que cuando nos arreaban por ser del PCE (…) Juegan con nosotros desde que nacemos, pero una persona, una vez que toma conciencia, es imparable”, le dijo un día a mi estimado Felipe Alcaraz. La cultura fue para él un arma cargada de futuro, parafraseando el verso de Gabriel Celaya. Es verdad: hay actores a los que se les llora cuando se nos van de la vida:
Juan Diego Ruíz Moreno (Bormujos de Aljarafe, 1942) es uno de los actores más premiados y reconocidos de este país. Y también uno de los más comprometidos cuando más se necesitaba. Corría el año 1981 de “aquella jodida transición” cuando Juan Diego protagonizó el programa “El actor a través de sus personajes” en aquella única tele que teníamos con dos canales y tanta audiencia. Antes de despedirse miró a cámara y dijo que él era comunista. Y algunos compañeros le preguntaron, “¿pero por qué lo has dicho?”. “Porque había que hacerlo”, respondió, consciente del valor que tenía esa autoafirmación como referente de la cultura que era y que es. “Actor de actores. El actor. A veces travestido de persona”. Así le escribe Felipe Alcaraz en el libro de etopeyas dibujadas por Vázquez de Sola, en el que a dos manos juegan a plasmar retratos históricos y éticos, la esencia de gente excepcional. Y esta es la de Juan Diego: “Dedicación intensiva de actor como servicio público: la cultura como un arma cargada de futuro, “Sigo siendo lo mismo que cuando nos arreaban por ser del PCE (…) Juegan con nosotros desde que nacemos, pero una persona, una vez que toma conciencia, es imparable”. Pocas palabras, muy bien rescatadas por Felipe, para definir una vida coherente.
Coherente e intenso. Intensidad en las palabras, en la entonación, en esa forma de mirar perforando nuestras pupilas, en sus gestos, en la forma que tiene de hablar con cada una de las articulaciones, de reír, de recitar, de vaciarse y transfigurarse en cada personaje para luego volver a ser él mismo, intensidad para disfrutar, querer a los amigos, dejarse querer, vivir la noche, el día y cada segundo. Intensidad, también, para denunciar la injusticia allí donde la ve.
Se unió al PCE a finales del 68 y su primera
acción política fue recoger firmas contra el Proceso de Burgos. Firmas para eso
y para lo que hiciera falta. “Juan Pliego”, le bautizó Víctor Manuel. Asumió la
responsabilidad de la Comisión de Arte
y Cultura del Partido Comunista de España, y fue detenido tres veces por su militancia. En el 71
encabezó la reivindicación de un día de descanso a la semana para los
trabajadores del teatro. “Hacía una obra con Concha Velasco y decidimos pedir
el día de descanso y como no nos lo dieron nos despedimos”. Y en el 75 la gran
huelga de actores.
En el Partido siempre ha sido muy importante la
relación con los trabajadores/as de la cultura. Se había hecho antes, en la
Alianza de Intelectuales Antifascistas para la Defensa de la Cultura y se
volvió a intentar en los últimos años de la dictadura. Juan Diego es una de las
personas que no dudó en responder a la propuesta estratégica del PCE de crear
alianzas con la cultura. Es por ese compromiso sostenido e incombustible que el
Consejo de Redacción de Nuestra Bandera le invitó a participar en su número del
Centenario del PCE con una larga entrevista que se complementa entre NB y MO. Y
así comenzó una larga y entrañable conversación con el más grande de sus
personajes, que es él mismo.
Empezamos viajando al pueblo de su niñez,
Bormujos. A Juanito, como le llaman los amigos, de niño chico ya le gustaban
las palabras, leer y leer en alto para escucharlas. Antes de ir al colegio,
pasaba por casa de su tío Simón, que estaba perdiendo la visión, y allí le leía
el ABC y la crónica taurina, ante la expectación de todos; le encantaba actuar
y mantener la atención de los demás. Dice que ahí se le despertó el interés por
la interpretación. No quería trabajar en el campo, pero decir a sus padres que
quería ser actor en aquellos años no debía de ser fácil. Su padre le respondió
“¿Qué te vas a meter a cirquero?”. Pero Candelaria, su madre, su queridísima
madre, siempre creyó en él. Juanito también. Tenía el mundo por delante y ganas
de devorarlo. Se fue a estudiar arte dramático a Sevilla. Con 18 años
interpretó Esperando a Godot y le marcó. Enseguida la ciudad se le quedó pequeña y,
con una autorización de su padre, por ser menor de edad, llegó con una maleta a
buscarse la vida en aquel Madrid en blanco y negro. Al principio pasó hambre y
le echaron de más de una pensión por sus escapadas nocturnas a la nevera. Pero
Madrid le abrió los brazos: televisión, teatro, cine… seis décadas recibiendo
aplausos y premios sin renunciar un solo día a los suyos, a sus paisanos, a los
desposeídos.
De hambre y de dignidad volvía a hablar cuando ya
acumulaba premios. En una entrevista en la televisión andaluza, insistió en que
él no se tragaba pan amargo aunque viniera acompañado con veinte kilos de
jamón, “vamos, que mi hambre me la administro yo, y antes prefiero un trocico
pan con un poquito aceite, azúcar o un chorrito de vinagre y sal”.
Pasan los años e insiste: “Hay que pelear. Hay que decir
que la dignidad es lo único que tenemos y que no se pisa”. Y de hambre habló en esta entrevista, renegando de
que haya tres millones de personas en este país que pasan necesidades, niños
con el futuro cercenado porque con el estomago vacío, con frío y cansancio no
se puede pensar. “Cómo van a aprobar o van a ser los mejores de la clase. Hay
que darles las condiciones para que puedan estudiar con cierta perspectiva. Si
madrugan para trabajar y luego van agotados a la universidad, cómo van a
conseguir una beca que alivie el esfuerzo que hacen sus padres para que pueda
estudiar”.
MUNDO OBRERO:
Cuentas que ya cuando eras niño te quedó grabado la brutal paliza que le dieron
a un vecino de tu pueblo por robar aceitunas para comer.
JUAN DIEGO: Me acuerdo perfectamente. Era un hombrón,
fuerte, alto, grande, un hombre de campo con hijos y mucha hambre histórica
encima. En pueblos como el mío, los que recogían la aceituna iban dejando
algunos olivos sin recoger del todo. Una vez acabada la cosecha, ya se podía
entrar al rebusco a coger las que quedaban para llevarlas al molino y sacar
tres pesetas. A este vecino lo pillaron una noche con 4 ó 6 kilos que no eran
de rebusco. En su casa pasaban mucha hambre. En el pueblo había una especie de cuartucho, que
llamaban la cárcel, donde retenían a la gente después de interrogarla en el
cuartel. Allí era donde daban las hostias. Yo pasaba por allí y oí los gritos:
“No pegarme más, no pegarme más, que me vais a matar”. Y salí corriendo a casa.
En casa me dijeron que me callara, que no había visto nada. Yo conocía a sus hijos. Los mayores venían al
colegio conmigo y al día siguiente me fijé mucho en uno de ellos, en Manolete;
tenía en la cara una tristeza terrible. Y aquello me marcó.
M.O.: ¿Cómo
fue el trayecto de la conciencia al compromiso?
J.D.: Fui a estudiar a Sevilla arte dramático, y
ya con una cultura más viva voy descubriendo las esencias del dolor, la miseria
y la injusticia histórica. Oías cosas y empiezas a tomar conciencia. Cuando llego a Madrid y empiezo a trabajar en el
teatro, veo que una cosa tan necesaria como la libertad no existe. Y la censura
recortaba los textos. Hasta que dije "Esto ya no puede ser".
M.O.: ¿Y cómo
se produjo ese acercamiento de ti al Partido y del Partido a ti?
J.D.: Fue a finales del 68 o 69. Yo ya andaba
coqueteando con el Partido, que era lo único organizado que había y que estaba
desarrollando una gran tarea en la clandestinidad. Y el Partido andaba
buscándome.
Ensayábamos La noche de los
asesinos, una obra comprometida del cubano José Triana que había
ganado el premio Casa de las Américas. La hacía con Enma Cohen y Julia Peña. En
uno de esos ensayos acudió el director de cine José Luis García Sánchez, el
marido de Rosa León, que era amigo mío. Empatizamos, tomábamos cañas, y empecé
a hablar con Julia Peña y con Gloria Berrocal, que eran dos compañeras muy
valientes. Un día Julia viene y me da el carné del Partido, que en la clandestinidad no era carné sino
los estatutos del Partido. Que te lo dieran significaba que el comité
pertinente había decidido hacerte miembro del Partido, si querías. Y así fue. En el teatro no había organización del Partido.
Pero en la Escuela de Cinematografía había una célula que dirigía Juan Antonio
Bardem, con técnicos, directores de cine, etc. De ahí venía Julia, que con
Gloria, Elena Arnau y yo, empezamos a reunirnos y a organizar el Partido.
M.O.: ¿Cuál
fue tu primera acción ya como militante comunista?
J.D.: En el proceso de Burgos en diciembre de
1970. Yo estaba haciendo una función con Jaime Blanch, Pastor Serrador, María
José Alfonso, Mercedes Sampietro y Emilio Gutiérrez Caba. El Partido sacó un
documento y ahí empecé a recoger firmas con mucho cuidadito. En la profesión
nunca se habían movido en ese terreno, ni siquiera en cuestión de mejoras
laborales. Era un sector muy domesticado. En el campo del pensamiento y del
terreno actoral ahora hay más conciencia. Entonces no había tanta porque
tampoco había tanta posibilidad de conocimiento. Teníamos la censura.
M.O.: ¿Cómo
se organizaba el Partido en el mundo de la cultura y qué significó aquella
histórica huelga de febrero de 1975 en la que los actores plantan cara a Franco
y consiguen cerrar los teatros?
J.D.: Al principio éramos sólo ocho o diez.
Hacíamos reuniones periódicas, debatíamos cómo organizar el sector, y así hasta
llegar a la huelga del 75 con la reivindicación de los sindicatos. Empezamos a movilizarnos y a reunirnos en los
cafés, porque no había derecho de reunión, y de una mesa a otra decíamos:
"pido la palabra, con permiso de los agentes de seguridad" porque
sabíamos que había policías de paisano. Yo estaba amenazado desde hacía tiempo.
Pero había que plantar cara. Además, cuando hay una organización como la del
Partido, aparecen compañeros de la ORT, del MC, PT que eran pequeños pero que
se les tenía en cuenta como fuerza política. Hay dos momentos fundamentales en la lucha en el mundo
del teatro. El primero, en el año 1971, por un día del descanso, una
reivindicación laboral, Y años más tarde, en el 75, la gran huelga democrática,
que coincide con la propuesta de abrir el Partido con la Junta Democrática y
demás. Ahí ya se incorpora mucha gente. Se había trabajado bien el sector. Habíamos dado
con la clave de lo que necesitaba la profesión, que era descansar un día a la
semana. Y se fueron añadiendo otras reivindicaciones laborales: incremento de
sueldo, dietas y gastos de desplazamiento, función única, pagas
extraordinarias, cobro de sueldos incluso cuando se suspendiera el espectáculo. Se empezó con una asamblea de 900 actores votando
por la huelga y se fue sumando gente de otros sectores del espectáculo, como
los tablaos, los circos, las salas de arte, los pintores, bailarines. Hasta los
trabajadores de Televisión Española, se unieron al paro y tuvieron que
sustituir la programación. Fue un pulso al régimen y al sindicato vertical. Las fuerzas del trabajo y la cultura estaban
formadas por intelectuales, artistas… y trabajadores del teatro, como era
nuestro caso. Funcionamos muy bien en la clandestinidad porque, en muchos
aspectos, éramos una referencia de la lucha. En el 75 ya éramos una
organización muy potente, unos ciento y pico entre pintores, escritores,
directores de cine, poetas, filósofos, actrices y actores, técnicos de teatro y
de cine. Era muy rico vivir con toda esta gente, a pesar de los peligros y la
represión. El régimen también veía lo que se venía encima.
Cuando hicimos la huelga de actores, el diario Pueblo tituló en la portada:
"Franco acepta el reto de los actores".
M.O.: Y llegó
la Transición
J.D.: Qué hubiera sido de España y de Europa si
hubiera vivido la República. Hay que ver lo que aquellos bestias destrozaron en
este país: vidas, familias... persecución y exilio de maestros, profesionales,
médicos, investigadores. Y lo más terrible es que destrozan la memoria y las
esperanzas de un pueblo. No se sabía nada de lo que había pasado aquí, o muy
poco, y eso en círculos reducidos. Cuando nos roban nuestra historia y nuestra
identidad nos dejan sin nada. Te dejan el vacío… pero nos queda la palabra, que
decía nuestro Blas de Otero. Es que los jóvenes no saben qué coño pasó en este
país. Es que no se les ha contado de dónde venimos, por lo que no saben quiénes
somos. Y habernos ahorrado la dictadura y este trance
inmisericorde de la puta y modélica transición. ¿Pero qué modélica transición?
Tuvimos que comer mierda, y no quedó más remedio porque la correlación de
fuerzas era la que era. Cayeron más de cien compañeros. Cada vez que dábamos un
paso se cargaban a cinco o a seis: a los abogados de Atocha, a jóvenes en
manifestaciones.... A toda esa gente que estaba con el pensamiento a flor de
piel y con ganas de soñar. Es terrible. Con la democracia los medios de comunicación
comprometidos con el pacto de silencio suprimen aquellas expresiones de lucha
de clases y quitan las claves esenciales. Nos han robado el lenguaje para
construir el falso relato de su país. Ya ves, a mitad de la conversación, volvemos donde
empezamos, a la lucha de clases. Los que realmente creen en la lucha de clases son
lo que están arriba. Yo no hablaría de clase obrera con conciencia de clase,
sino de trabajadores que tienen unas necesidades, gente que está fuera de
juego, que pasa hambre, gente al borde de la desesperación y la miseria. Están
destruyendo una generación tras otra. Generaciones que se pierden para el
conocimiento de la sociedad. Aquí no hay lucha de clases porque no hay ni pan
para la familia.
M.O.: En 2003
los trabajadores de la cultura volvieron a levantarse con el “No a la guerra”
contra el pueblo iraquí. ¿Qué supuso aquella revitalización?
J.D.: En aquel No a la Guerra quedaban los restos
que se perdieron en el naufragio que la democracia y las libertades comenzaron
a comerse. Me acuerdo cuando Fernando Fernán Gómez fue a leer
la papela contra la guerra. Apenas podía andar, pero nunca, ni en su casa ni
interpretando, le he oído hablar con tanta emoción como cunando leyó aquellas
líneas. Ese temblor interno de revivir en ese escenario de la Puerta del Sol la
proclamación de la República 70 años atrás.
M.O.: El
neoliberalismo ha conseguido mercantilizarlo todo ¿Cómo ha incidido en la
cultura?
J.D.: La mercantilización de cualquier acto se produce
desde que un hombre o mujer se levanta y se pone a trabajar, a buscar trabajo o
a comerse las lágrimas y hacer la cola en búsqueda de alimentos. Han manipulado la sociedad de tal manera, que
ahora todo es mercancía. Todos somos mercado. A Pablo Iglesias le identificaban
con una rata, una cucaracha, para acabar diciendo que un día le pueden matar y
no pasa nada, "porque se lo merece". Ves a Morata llorando porque le
han amenazado a él y a su familia por no meter goles, y ya cualquiera puede
darle de hostias.
M.O.: Igual
que a finales de los 60 el Partido trató de tender puentes con el mundo de la
cultura y este respondió, ¿puede haber otra oportunidad hoy de reconstruir
aquellos puentes contra el neofascismo que tenemos encima?
J.D.: Ahora es más difícil porque se están
consolidando los oligopolios y monopolios, en todos los sectores, también en el
terreno de la exhibición de la cultura. Ya se hablaba de la cultura del
espectáculo en el 68. Todo cuanto ocurre es espectáculo. Ya no hay diálogo. Han
conseguido una sociedad estresada. Estamos en el sálvese el que pueda. Hay que preguntarse porqué tanta rabia y tanta
baba cuando llega al gobierno un partido de izquierdas como es Unidas Podemos,
junto a un partido tímidamente socialdemócrata al que no les queda más que
llegar a acuerdos. Están tan rabiosos porque se les ha acabado el juego del
bipartidismo y no saben qué hacer. No nos dejan ni repartir las migajas que la
izquierda consigue a dentellas. No hay más que ver esa violencia. Creo que es
una brecha que no quieren que se abra más, porque a medida que se abra, la
gente empieza a tener esperanza. Hace falta una derecha más ilustrada y dialogante. La gente de la izquierda somos los que avanzan en
la búsqueda del conocimiento, el progreso y la justicia. Conocimiento, salud y
acceso a la cultura. Si fuera posible una cultura no partidista sería la hostia.
M.O.: Avanza
la ultraderecha, es hora de reaccionar
J.D.: Trump va a dejar de ganar Estados Unidos por
las medidas que está tomando Biden, y las está tomando porque los demócratas
han estado a un tris de perder las elecciones por haber abandonado a los
trabajadores. Y ahora ven que pueden tener un sueldo decente, estudios. Es la
única manera de recuperarlos.
Aquí, los barrios de izquierdas del sur han dicho
“iros a la mierda, qué coño queréis, nos tenéis agotados de propuestas y
palabras huecas”….Pues reacciona. ¡Vete al barrio y pelea por las necesidades
del barrio! Verás como el barrio te responde. Pero si no lo haces al final
votan a esa que parece tontita pero que es muy peligrosa, que es la nieta de Trump. La única forma de combatirla no es el
discurso político sólo, sino tomando medidas sociales para resolver los
problemas reales de la gente. No puedes tener miedo a tu gente. Si no la
atiendes, tu gente te abandona. Y que no nos cuenten más cuentos. Que la media
de vida de los barrios del sur es 10 años menos que los barrios del norte, que
la gente se muere antes por contaminación, por falta de salud, por la
desesperanza y la angustia, joder...
M.O.:
Volvemos a aquellas aceitunas sin repartir de las que hablábamos al comienzo.
J.D.: Pues los olivares de los señoritos y
señoritas han ido pasando a sus nietos, que ya han estudiado en Harvard, y
están en manos de las multinacionales. Pero los jornales han aumentado muy
poco. No admiten el diálogo porque ese cortijo ha sido suyo y quieren que lo
siga siendo, al menos seguir manejándolo. Algo se está moviendo pero hay que seguir en la
lucha. Cada uno según sus posibilidades, no hay que exigir a nadie que sea un
héroe, pero que no nos coma el miedo. Nos han dormido en la cuna con cuentos de
miedo, nos han criado con el miedo. No hay que tener miedo a luchar por lo que
crees, porque el miedo te hace ciego, mudo y sordo. Hay que gritar NO al miedo.
M.O.:
Hablando de Libertad. En Madrid ya tenemos libertad, y nos la ha traído el PP.
J.D.: Ese es el mayor chiste histórico que he
escuchado en mi vida, señora Ayuso. “¿Qué quiere usted para su país?”, le
preguntan a Mussolini. "La libertad" responde el Duce. "Pero
¿cómo que la libertad, si es usted quien la quita?". "¡Es que la
libertad soy yo!" contestó. Increíble. Pero es que no sé de qué libertad hablan los del
PP, ¿la libertad de que con la ley Mordaza te metan en la cárcel por ser un
saltimbanqui?
M.O.: ¿Con
este panorama, qué espacio queda para la esperanza?
J.D.: Me llena de alegría tener lo nunca soñado:
¡una ministra de trabajo comunista! (risas de satisfacción) ¡Es la hoooostia! Y
encima una ministra, no un ministro. Es una bala de plata. Y fíjate qué hermosura. Han aparecido mil bandas
de rock contra el fascismo. Ahí está una manera de resistencia, un elemento
liberador de la moralidad, de las formas caducas y viejas. E igual puedo hacer
algo con ellos. Te voy a dar más ejemplos. En Francia, en un polígono
de clase obrera, quebró un McDonald, una cooperativa se ha hecho cargo y ahora
están repartiendo miles y miles de bolsas de comida en Francia. 150.000 comidas
al mes. Es mucho, pero lo están consiguiendo. Como la gente de Aluche y de
tantos barrios de aquí. En Estados Unidos, los empresarios le decían a
Biden: "los trabajadores no quieren trabajar". Y Biden les respondía:
"Pagarles más". Esa es la inteligencia, aunque sea capitalista, pero
es que no nos vale "cuanto peor, mejor". Desde la propia esencia del
capitalismo, hasta George Soros, saben que si no hay para consumir no pueden
mantenerse. Hay una batalla que hemos perdido, pero falta
mucho para perder la guerra.
Mundo Obrero DdA, XVIII/5144
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