Luis García Montero
El cinismo es uno de los grandes males de la sociedad
contemporánea. Hace tanto daño como el purismo. Si los puristas suelen
convertir en imposible cualquier transformación de la vida, paralizando las
intervenciones políticas con unos ideales incompatibles con la realidad, los
cínicos envenenan toda esperanza. Las palabras que quieren vincularnos con un
compromiso colectivo acaban dinamitadas por dentro. El caso más llamativo en la
actualidad es la degradación política de la palabra libertad por parte de un neoliberalismo que deriva hacia actitudes
totalitarias. La libertad cívica se arranca de los marcos que procuran una
convivencia justa y un respeto a las conciencias individuales para imponerse
como la ley salvaje del más fuerte.
Intento ser positivo. Salir a la calle
un sábado por la mañana permite buscar la esperanza siempre que seamos capaces de disciplinar la mirada. Se
trata de no mirar por unas horas la fealdad del mundo. Conseguimos así un
estado de ánimo adecuado para fijarnos en la madre joven que camina hacia el
parque con un hijo pequeño de la mano. Una adolescente hermosa sale del
supermercado y un joven corta su conversación telefónica para abrazarla. Pasan
los dos delante de un anciano que está sentando en uno de los bancos de la
acera.
La imaginación ayuda a hacerse una composición de lugar. Dentro de unas semanas el anciano será bien tratado
en un centro médico. Resulta necesario que cuiden su tensión y que le hagan un
buen diagnóstico que nos explique por qué le resulta a veces tan difícil
respirar. Dentro de unos años los adolescentes quizás sigan enamorados y
decidan tener hijos. Convendrá que antes hayan encontrado un trabajo decente, y
un piso no sólo decente sino también asequible, y una dinámica familiar que facilite
la conciliación. Por su parte la madre llevará al hijo a un buen colegio, y
luego a un buen instituto, y luego a una buena universidad.
Todo bien en un mundo que justifique la
esperanza. La convivencia social justa permite otro tipo de convivencia: la de
los buenos deseos con la realidad. Pero esta convivencia no cae del cielo, el
destino que rueda a su aire no ha sido nunca un emprendedor de causas justas, y
por eso es necesaria la política humana, el arte de construir marcos para que
sea posible una ética libre, un orden a salvo de las manos libres del
bandidaje. La palabra impuestos es
en este sentido una clave para la libertad y la esperanza. Cobrando impuestos
justos a los que viven libres y acomodados, se puede dar libertad a los que
sobreviven de forma injusta en el mundo. No es una buena apuesta diluir la
libertad en la incertidumbre y el desamparo. Gracias a los impuestos, el anciano cobrará una pensión
digna y contará con una atención médica decente, las familias podrán alcanzar
mes a mes una normalidad respetable y la infancia crecerá en igualdad de
condiciones con la ayuda de una buena educación asegurada.
Los que bombardean
la palabra libertad, confundiéndola con la ley del más fuerte, envenenan también la palabra impuestos. Impiden así que la esperanza
sea el derecho social de una comunidad para imponerla como un privilegio de
clase. Supone un atentado contra la democracia sugerir que el dinero de los
impuestos sólo sirve para enriquecer a los políticos. Se bombardea así el valor
del Estado. Los impuestos no son una propiedad de los políticos, sino una
necesidad del Estado para asegurar los derechos cívicos de su
ciudadanía. Se trata de una riqueza colectiva, de un bien común, de una
garantía de convivencia, de un compromiso con la esperanza.
Confieso que me da vergüenza escribir
estas cosas tan evidentes, tan simples. Pero mi simpleza limpia es una
necesidad de responder en público a las simplezas sucias de quien ha decidido
huir de su propia falta de ética, encubrir sus miserias, a costa de confundir
la libertad con la ley salvaje del más fuerte. Sería
triste que la insolidaridad y la infamia se convirtieran en la versión moderna
del patriotismo. Putin gana elecciones en Rusia con un
patriotismo infame e irracional. ¿Qué patriotismo nos está vendiendo la
indecencia neoliberal?
InfoLibre DdA, XVIII/5121
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