Marcelo Noboa Fiallo
El festival de cine de Málaga
que se celebra estos días de marzo de 2022, ha tenido en su 25 edición, entre
otras virtudes, la de incorporar a la Sección Oficial para elegir a la mejor
película merecedora de la “biznaga de oro”, al cine que se realiza en América
Latina, con una representación abrumadora. Varios títulos procedentes de
aquellos lares, compiten estos días en la Sección Oficial procedentes de Perú,
Guatemala, Ecuador, chile, Costa Rica, Bolivia, Brasil y por supuesto Argentina
(que nunca falta)
“Lo invisible” es una película
del realizador ecuatoriano, Javier Andrade, que aborda el complejo mundo de los
trastornos psíquicos, tomando como referente, las depresiones post-parto que,
al parecer, sufre la protagonista del film, perteneciente a una clase social
muy alta. No es una clase social rica, sino muy rica. Conviene recordar que ser
muy rico en América Latina, no es igual que ser muy rico en Europa o EE.UU.
Allí, la abrumadora riqueza de unos pocos choca de manera insultante con la
inmensa mayoría empobrecida. Choque que “invisibiliza” a las insipientes clases
medias. La familia del film de Javier Andrade, vive en una lujosa mansión,
rodeada de una y frondosa naturaleza, rodeada de un campo de golf, rodeados
también de un “ejercito” de sirvientes serviles. No obstante, sus existencias transitan
por el más absoluto vacío. En ese marco o contexto, surge la “enfermedad
mental” de la protagonista.
La película pretende poner el
acento en la “invisibilidad” del sufrimiento de quien padece la “enfermedad” y
a la vez ocultarlo, invisibilizarlo de cara al exterior, a los amigos, a la
sociedad. Podía también haber titulado la obra, “Los ricos también lloraN”, pero
ha preferido “Lo invisible”
Para mí, lo realmente invisible
del film es lo que el director de la cinta nos priva a los espectadores de
saber que es lo que nos canta en quechua la “mucama” de 78 años, que lleva
sirviendo a los señores desde los 12 (sus padres también sirvieron a los
señoritos). Las canciones devienen en lo único auténtico en ese irrespirable y
a la vez vacío ambiente familiar. Creo que no costaba nada traducirlo para
deleite de los espectadores.
Ese día me tocó hacer doblete y
me quedé al pase de la siguiente función del realizador español (nacido en el
Salvador) Imanol Uribe, de quien no habíamos vuelto a saber nada después de su
impecable, “Kalebegiak” (2017). Esta vez nos presentaba la dramática y
miserable historia de los asesinatos de los jesuitas en El Salvador, ocurrido
en 1989, por parte de las fuerzas militares de aquel país y que pretendieron
cargarle el muerto a la guerrilla. La masacre fue vista, vivida y revivida por
la única testigo que todavía vive refugiada y protegida en California. La
película se titula, “Llegaron de noche”, pero bien pudo titularse, “Lo
invisible” porque en esta historia miserable, lo invisible ha estado, durante
muchos años, impidiendo que se conozca la verdad para salvaguardar al ejército
salvadoreño. La “invisibilidad” de la embajada española que miró para otro lado;
los intereses del gobierno de EE. UU para que no se conociera la verdad y que,
en consecuencia, lo manejaron todo.
El personaje de Lucía (único
testigo) es lo mejor de la película, la actriz Juana Acosta está soberbia y
transmite la misma credibilidad que su personaje al declarar una y mil veces
ante el juez y ante el FBI su versión de los hechos. El resto de la película
carece del ritmo necesario para relatar una historia que, en líneas generales,
es conocida por el gran público. Sorprendente en Imanol Uribe, maestro en estas
lides.
Me sorprendió muy positivamente
la película guatemalteca, “Cadejo Blanco” del director Justin Lerner, sobre el
inframundo de las “maras” donde el verdadero protagonista es la miseria. La
insultante pobreza que origina la violencia. Aquí nada es invisible, todo es
demasiado visible. Rodada sin estrellas hollywoodenses, con “actores” buscados
en la calle. En las calles miserables de Guatemala. No estoy muy seguro si el
espectador europeo asumirá la lentitud del metraje. Es un lenguaje más del
magnífico guion con un final que desborda a la propia protagonista, lejos de
los tópicos que manejamos para intentar “entender” la violencia en Centro
América.
DdA, XVIII/5121
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