Darío Martín
El sorpresivo anuncio del apoyo de
España a la propuesta marroquí de 2007, que contempla una autonomía para el
Sáhara Occidental bajo soberanía de Marruecos, llega en un momento ciertamente
extraño. Un repaso de algunos de los elementos más relevantes que han rodeado
esta decisión, y sobre todo, de las anomalías en la forma de hacerla pública,
suscitan una serie de reflexiones de calado.
Sin duda, el giro emprendido por el gobierno español supone un punto de
inflexión a nivel internacional en la cuestión del Sáhara Occidental, dado el
estatus de España como “potencia administradora” del territorio a ojos de la
ONU, y que llevaba más de 40 años sosteniendo —con mayor o menor entusiasmo— el
apoyo a un referéndum de autodeterminación del pueblo saharaui como solución al
conflicto, en línea con el consenso de la comunidad internacional.
El cambio de postura español se produce en mitad de una de las mayores
crisis geopolíticas del siglo, como lo es la invasión rusa en Ucrania, un
acontecimiento que está llamado a redefinir el orden mundial de las próximas
décadas. Es en este marco de reestructuración de las relaciones de poder a
nivel global, al que se añade un contexto de crisis energética y climática, en
el que hemos de ubicar los últimos acontecimientos.
Por tanto, atendiendo al escenario internacional, y desde la perspectiva
del gobierno español, podría plantearse que la elección de este momento para
adoptar la nueva posición pretende simplemente hacer pasar el asunto lo más
desapercibido posible, aprovechando que el foco mediático está centrado en
Ucrania. De este modo se evitaría alterar demasiado a la opinión pública
española, ampliamente simpatizante del pueblo saharaui. O podría adivinarse,
por el contrario, que Madrid quisiera capitalizar precisamente el momento
crucial que atraviesa Europa, específicamente en lo que concierne a la
redefinición del mercado europeo de la energía y la búsqueda de fuentes y
proveedores alternativos, un asunto en el que los estados del Magreb tienen
puesta su atención desde hace tiempo. Con este gesto, España estaría
desembarazándose de una cuestión que intoxica sus relaciones con el vecino
marroquí y presentándose como un socio disponible para la nueva apuesta
europea.
En cualquiera de los casos, la forma en la que se ha realizado el anuncio
llama poderosamente la atención: se trata de la publicación por parte del
Palacio marroquí, en el formato de un comunicado de la Casa Real, de un
fragmento del contenido de la carta enviada por Pedro Sánchez al rey Mohamed
VI, en donde el presidente español muestra su apoyo al plan de autonomía.
Resulta llamativo que un cambio de postura de este calibre se anuncie por esta
vía. Parece igualmente sorprendente que una decisión tan trascendente no
parezca haberse consensuado con el principal partido de la oposición, como
marca la costumbre —y el sentido de Estado— en política exterior, mucho más en
una cuestión como esta, en la que la postura española ha permanecido invariable
desde la Transición. Es sorprendente también el nivel de sorpresa de los
dirigentes de Unidas Podemos, quienes no habían sido informados de la medida
pese a formar parte del gobierno, y cuya defensa del derecho de
autodeterminación del pueblo saharaui no es un asunto menor entre las
diferencias ideológicas de los socios de coalición.
Todo lo anterior nos lleva a formularnos la siguiente pregunta: ¿eran
realmente las autoridades españolas conocedoras de que se iba a producir este
anuncio por parte de Marruecos? ¿por qué no fue anunciado directamente por el
ministro de Exteriores español o por el propio presidente del Gobierno?
¿manejaban ambos Estados las mismas agendas de tempos? ¿fue precipitado el
anuncio? ¿se trata acaso de una filtración? En tal caso, ¿con qué intención se
realizó?
Una hipótesis algo aventurada sugiere que el país alauí, como en anteriores
ocasiones (empezando por la propia Marcha Verde en la que se hizo con el
territorio del Sáhara) ha sabido leer y aprovechar con astucia el momento
político español. Por un lado, respecto a la cuestión migratoria, Marruecos
tiene, como sabemos bien, la capacidad de poner en aprietos a la UE, y
específicamente a España, relajando la vigilancia fronteriza y provocando
oleadas de migrantes en las vallas de Ceuta y Melilla o en las costas de las
Islas Canarias, como ya ha hecho en múltiples ocasiones, por lo general
vinculadas a sus propios objetivos estratégicos. Podría haberlo hecho en estas
semanas, provocando imágenes como las que vimos los pasados 2 y 3 de marzo en
Melilla, en la que personas migrantes eran apaleadas al tratar de acceder al
suelo comunitario. Mientras tanto, en el otro lado de la UE la acogida
humanitaria que se ofrece a los refugiados ucranianos muestra una imagen bien
diferente, lo que ha abierto el debate sobre la doble vara de medir de Europa
respecto a las personas refugiadas y ha puesto en entredicho los supuestos
“valores europeos”. De este modo, Marruecos podría haber presionado a España en
los últimos días, amenazando con desencadenar una crisis migratoria que España
no se puede permitir en las condiciones actuales, y generando unas imágenes que
el gobierno no quiere que se produzcan. Esta situación podría haber precipitado
los acontecimientos.
Por otro lado, como hemos señalado, Rabat permanece atento al debate que se
produce en la UE respecto a la cuestión del gas y la transición energética:
España pretende posicionarse como el futuro hub europeo de la energía, una operación
en la que juega un papel fundamental Argelia, gran rival regional de Marruecos
y que destaca como el gran proveedor de gas del Magreb hacia la UE. Marruecos,
por su lado, compite por esta posición, en su caso (al no albergar grandes
reservas de hidrocarburos) ofreciendo las inmensas llanuras desérticas del
Sáhara como lugar idóneo donde instalar cientos de miles de dispositivos de
energías renovables. Sol, viento y una posición de cercanía geográfica a Europa
que ya ha convencido a actores como Reino Unido, quien anunció hace semanas un
contrato por valor 22.000 millones de libras para importar energía desde el
Sáhara Occidental mediante un cable submarino a través del Atlántico. Así, con
este movimiento, Rabat podría haber querido boicotear una apuesta demasiado
precipitada por Argelia por parte de la UE, que se encuentra presionada por la
necesidad de buscar proveedores de gas lo más rápidamente posible, acorralada
por el aumento de los precios de la energía y la rivalidad con Rusia. De esta
manera, Marruecos podría haber querido propiciar un conflicto entre España y
Argelia —principal defensora de la independencia del Sáhara Occidental— que
entorpezca los planes europeos de reforzar la asociación estratégica con su
rival regional. Los argelinos, por su parte, ya han llamado a consultas a su
embajador, han calificado de “traición” el movimiento de España y han aclarado
que no se les había informado de la decisión.
Además, este movimiento genera una ineludible crisis en el seno del
gobierno de coalición. Si bien no es muy probable que UP salga o sea expulsada
del ejecutivo por este episodio, sí ha generado uno de los roces más
importantes, al menos desde la asunción del liderazgo por parte de la
vicepresidenta Yolanda Díaz, quien ha sido muy dura en sus críticas a la
decisión del presidente Sánchez, principalmente por la crisis de confianza que
supone que UP no fuera avisada del paso que se iba a dar. Es de sobra conocido
que a las autoridades marroquíes les genera recelo la participación de UP en el
gobierno, por su posición respecto al Sáhara y en general por las críticas
vertidas desde la izquierda española hacia el monarca y el régimen marroquí.
Por tanto, una crisis de gobierno que aísle a UP sería bien vista por las
autoridades del país norteafricano.
En definitiva, la manera en que han ido sucediendo las cosas genera una
situación que a priori parece mejorar el posicionamiento de Marruecos en todos
los ámbitos, mientras permanecemos a la espera de las consecuencias de la
crisis abierta con Argelia. Bien es cierto que parece claro que, tarde o
temprano, Pedro Sánchez estaba decidido a dar este paso, situándose en sintonía
con EE.UU, Francia o Alemania. No es por tanto el fondo donde residen los
interrogantes, sino principalmente en las formas.
Sin duda, hay muchos más elementos que tener en cuenta para entender este
movimiento (especialmente el papel que haya jugado EE.UU, aliado de Marruecos y
segundo proveedor de gas para España tras Argelia, además de líder de la OTAN
en un momento de revivificación y realineamiento de ésta), pero la cadena
cronológica de los acontecimientos nos hacen preguntarnos por la verdadera
salud y naturaleza de las relaciones entre Marruecos y España y nos dan un buen
ejemplo de la guerra fría, ya iniciada hace meses, que se libra en el Magreb de
cara al posicionamiento de sus dos principales actores estatales, Marruecos y
Argelia, en la remodelación de la estrategia europea de importación de energía.
Este asunto, el rol de los países del Magreb en la transición energética que Europa quiere acometer, acelerado actualmente por el conflicto desatado en Ucrania, está llamado a cobrar cada vez mayor actualidad como uno de los principales factores geopolíticos del occidente mediterráneo, una cuestión en la que España está llamada a tener un papel protagonista. En cualquier caso, salta a la vista cómo mientras el mundo fija su atención en la frontera oriental de la UE, los cambios y los retos emergen también en sus bordes occidentales.
Dice Ignacio Ramonet que "CUANDO SÓLO TIENES LA MITAD DE LA IMAGEN NO PUEDES CONOCER LA VERDAD…". Si la oveja es Ucrania, ¿quién es el perro, Rusia o la OTAN? Esteban Cabal
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