Alicia Población Brel
Nos
contaba la musicóloga y filósofa Marina Hervás en un nutrido programa de mano
para el pasado concierto, enmarcado dentro del 49º Ciclo de Grandes Autores e Intérpretes de
la Música y organizado por la Universidad Autónoma de Madrid (UAM),
que así como en inglés, playing tiene un significado cercano al juego y a
la diversión, la palabra interpretar deriva de “inter” (entre) y “pret” (mercadear, de donde
deriva a su vez precio). Esta diferencia no es baladí si nos fijamos en
cómo se concibe hoy en día la interpretación musical. La idea de interpretación
como fidelidad a lo que está escrito y al autor de la partitura, no era
entendida de la misma manera en el Renacimiento.
En este periodo de auge de la música
instrumental, se incrementó el interés por la técnica instrumentística así como
por las influencias de otras disciplinas. De la misma forma, la partitura era
vista como un punto de partida, un modelo compartido sobre el que intervenir a
todos los niveles. La obra, en la mayoría de las ocasiones, se escribía de
forma esquelética, y era el intérprete, o el “jugador”, quien se encargaba de
“terminarla”, añadiendo ornamentos y demás técnicas de improvisación. Es
curioso comparar este tipo de funcionamiento con los estándares de jazz con los
que, siglos más tarde, los músicos jugaban, e interpretaban, de la misma
manera, improvisando.
Del
tiempo y del instante fue un
recital que puso en común, como bien dice Hervás, el pasado, el tiempo en toda
su amplitud, y el instante, lo efímero, lo inatrapable, lo improvisado, que se
disuelve según se convoca. En este contexto empezaba el concierto de Jordi Savall y Xavier Díaz-Latorre en la sala de
cámara del Auditorio Nacional el pasado domingo 13 de marzo.
Sonaron, en primer lugar, unas
recercadas del Tratado de Glosas de Diego Ortiz. Entendiendo recercadas según
su origen etimológico, research, investigación en inglés, deducimos la manera
de tocar de los músicos: una forma de buscar los giros y las vueltas, de
descubrir las posibilidades más allá de las notas escritas. Al terminar estas
primeras piezas, Savall presentó a Tobías Hume, quien en 1605 escribió el
primer libro para viola de gamba sola. Captaine Humes Musical Humors describe los afectos
a través de la música, unos inicios de la teoría que cobraría forma durante el
Barroco. La obra se presenta con tablatura, es decir, sin notas musicales, y
con un ritmo prefijado en la parte superior. Una manera de cederle cierta
libertad al intérprete, para que juegue con ella y la termine a su gusto. De la
misma manera, en estas piezas se incluyen técnicas como el pizzicato y el legno
nunca vistas hasta entonces.
Cuando Savall dio por finalizado este
juego, salió del escenario, y Díaz-Latorre entró solo desde bambalinas, con la
guitarra barroca, tocando una canción popular ucraniana. Con Jácaras y Canarios,
nos llevó de lo delicadamente punteado al rasgueo más folklórico, que recordaba
en parte a las Danzas de Estancia de Ginastera.
Siguieron dos obras a dúo en las que
Savall cogió la viola soprano. La primera fue la Romanesca Greensleevesto a Ground,
tras la que se tocaron unas Improvisaciones sobre los Canarios llenas de trinos
violísticos en el registro agudo. Los músicos no pararon entre una obra y otra,
apenas una breve pausa para reafinar los instrumentos, que, como ocurre con
todos los instrumentos antiguos, son más sensibles a cualquier tipo de cambio,
por muy sutil que sea.
En ambas piezas los pasajes más
rápidos se enredaron alguna que otra vez en las manos de Savall. Sin embargo, y
como remarcaba el compositor Diego Ortiz, la técnica no lo es todo, y el
violagambista nos sorprendía más allá de las velocidades y los virtuosismos. Lo
que llamaba la atención y nos hacía tener la vista fija en el escenario, eran
las ideas que salían de aquellos dos músicos en perfecta sincronía.
La segunda parte se inició con Savall
en solitario. Su mano derecha respiraba en suspiros largos o agitados según le
convidara el afecto escondido entre las notas. Su mano izquierda, como un
intérprete juguetón e independiente, bailaba en el mástil entretejiendo
efímeras cascadas y ornamentaciones. Les pleurs (Los llantos) de Mr. De Sainte-Colombe,
se dejaron caer como lágrimas sobre las cuerdas en forma de pizzicatos que iban
deshaciéndose en una frase gradual y lastimera.
Xavier Díaz-Latorre, por su parte,
nos regaló una de las más bellas interpretaciones de la Chaconne de Robert de
Visée para tiorva sola. Pasando a través de esas cuatro notas descendentes nos
llevó a través de todos esos afectos inherentes al ser humano, removiéndonos, y
yendo a lugares en los que nos dejaba como en una especia de trance.
En las Diferencias sobre las Folías de Antonio Martín y
Coll la tiorva y la guitarra barroca iban pasando por las manos de Díaz-Latorre
mientras Savall jugaba con precisión por el mástil, bajo la atenta mirada de su
compañero. El ricochet del arco y los rasgueos de guitarra iban a la par, como
si casi no se distinguiera un instrumento de otro.
Tras un par de bises, conformados por dos canciones del Nuevo Mundo sacadas del Códice Trujillo, (Perú, siglo XVIII), el auditorio despidió a los músicos con vítores y calurosos aplausos. En esta ocasión, la música llegó desde lo lúdico y no como mera lectura. Está claro que nos sigue llenando escuchar esas melodías que van más allá de lo escrito y nos enseñan el juego del alma de cada intérprete.
49º Ciclo de Grandes Autores e
Intérpretes de la Música (Universidad Autónoma de Madrid)
Centro Superior de Investigación
y Promoción de la Música
Del tiempo y del instante
Jordi Savall y Xavier
Díaz-Latorre
Auditorio Nacional, domingo 13
de marzo
*Revista Ritmo-DdA, XVIII/5111
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