Marcelo Noboa Fiallo
El 30 de junio de 2003 en la
Asamblea de Madrid se escenificó lo más deleznable de la política y la
certificación de la concepción del poder que tiene la derecha en España, la
patrimonialización del mismo. Todo lo que no sea gobernar bajo sus siglas es
una anomalía, un sacrilegio, por ello están dispuestos a cualquier cosa por
demostrarse a sí mismos y a los demás que el poder es suyo. El Psoe había
ganado las elecciones autonómicas y negociado con IU, la formación de un
gobierno de izquierdas. Todo estaba preparado para que los diputados de la
Asamblea de Madrid democráticamente eligieran el nuevo gobierno. En el último
minuto saltó la sorpresa, dos diputados socialistas (Eduardo Tamayo y Teresa Sáez)
votaron No, rompiendo la disciplina de su partido. Todo se había llevado en el más absoluto secreto, nadie
sospechaba nada. Nadie conocía las negociaciones que los dirigentes del PP
madrileño mantenían con los dos mercenarios de la política. Hasta hoy nadie
conoce la cuantía de la traición, sólo nos ha quedado el patético “no a todo”
de la diputada mercenaria Teresa Sáez. Cuatro meses más tarde, se repitieron las
elecciones y ganó el PP de Esperanza Aguirre. Desde entonces el PP gobierna la
Comunidad Autónoma más rica de España, envuelta en los más grandes escándalos
de corrupción, que le llevaron a Rajoy a sufrir la más vergonzosa salida del
gobierno mediante una moción de censura. La política española recuperó,
momentáneamente, la dignidad.
Casi veinte años más tarde, se
ha vuelto a repetir la jugada. Esta vez no se trataba de elegir un nuevo
gobierno sino de aprobar una de las leyes más emblemáticas del gobierno de
coalición, la Reforma Laboral pactada y trabajada durante nueve meses por
empresarios, sindicatos y gobierno. El PP, no podía permitir que Sánchez se
saliera con la suya, después de constatar su debilidad parlamentaria ante la
negativa de catalanes y vascos para apoyarle (ERC y PNV) y la desesperada
carrera del gobierno por buscar el apoyo en otras fuerzas políticas
minoritarias. Tenía el sí (sorprendente) del partido Unión del Pueblo Navarro
(2 diputados), tradicional aliado del PP en Navarra. Su presidente había
pactado con Sánchez que sus diputados votarían a favor, pero en el último
minuto estos cambiaron el voto. Todo se había llevado en el más absoluto
secreto, igual que hace 19 años en la Asamblea de Madrid.
En la frenética jornada del día 3 de febrero se destaparon todas las caretas, falta por saber la cuantía de la mordida. Las miradas cómplices de Vox/PP en el hemiciclo con los diputados tránsfugas de UPN, cuando la Presidenta del Parlamento, Maritxell Batet, por error anunció que el Decreto-Ley había decaído, confirmaban el esperpento que se vivía en el Parlamento, en la sede de la voluntad popular. Fueron 40 segundos de euforia de los “dueños del poder” y que ponían todo blanco sobre negro, porque ellos no necesitan disimular, se mueven como peces en el agua en el fango de la corrupción. Cuarenta segundos para la historia de la infamia, hasta que Maritxell Batet, rectificó su error y anuncio que “los servicios de la Cámara le comunicaban que el Decreto-ley quedaba convalidado”
La reacción de los que,
segundos antes, aplaudían a rabiar, se reían, se mofaban del banco azul, se
transformó en lo de siempre: “pucherazo”, “golpe a la democracia”, “gobierno
bolivariano”, “dictadura”, acompañado de insultos personales y soeces, gracias
a que uno de sus diputados se había equivocado al apretar el botón desde su
casa y había votado, Si.
No sé si ha sido “justicia
poética” o si Pedro Sánchez tiene “una flor en el culo”. Cada uno que escoja lo
que mejor define el esperpento vivido en la Cámara de los Diputados. Pero lo
que sí está claro es que no se puede jugar con fuego. El gobierno lo ha hecho,
sus socios de investidura (ERC y PNV) también. La “flor en el culo” no dura
toda la vida, termina marchitándose.
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