martes, 8 de febrero de 2022

AMOR, PRIMERA FORMA DE VIVIR, ESCUCHA


Lazarillo

Deberían, mi estimados Joaquín de la Buelga y su compañero Rodrigo Alperi en La caravana del verso, hacer lo posible por seleccionar para alguno de sus recitales, en los que dan voz y música a la poesía de manera itinerante, algunos de los poemas escritos por ese gran prosista que fue también Caballero Bonald. Se trata, sin duda, de uno de nuestros más importantes poetas del pasado siglo, al que este Lazarillo no considera suficientemente conocido, sobre todo en los ámbitos educativos, entre las jóvenes generaciones. Sería bueno en este sentido que La caravana del verso se acercara a colegios e institutos en la propia comunidad autónoma en la que residen Joaquín y Rodrigo, Asturias, donde quizá le falte al gobierno regional sensibilidad para apercibirse de iniciativas culturales como la que propongo. El siguiente es uno de los poemas  de Jose Manuel Caballero que quizá haya leído más veces este Lazarillo y hoy ha prendido en la redes Joaquín de la Buelga:  

Amor, primera forma de vivir, escucha:
¿eres tú la tristeza que enciende mi destino,
o acaso sólo existes desde un ser que sonríe
mientras tiemblan sus ojos esperando en los míos remansarse?
Yo no sé si te tuve, ¡oh amor! , dulce manera de luchar,
no sé siquiera si alguna vez
tus vigentes, iniciadas, estremecidas manos
tejieron en mi piel su táctil alegría.
Un día -lo recuerdo lo mismo
que si ahora en mi pecho me llegara el instante-,
creyó mi corazón que tú lo restañabas,
que tú te debatías dentro ya de mi cuerpo,
doblándome la carne, derrotándola en dichas,
contra la humana tierra de un país hermosísimo.
Pero escúchame, amor, carnal fuego armonioso,
escúchame no quieto, no tendido a mis plantas,
sino allí donde reinas, donde en vuelo dominas,
¿ eras tú quien entonces refulgía en mi boca
desde otro ser que, amante, me centraba en el gozo?
Oh, no, no, tú no puedes oírme, tú no puedes hablarme,
porque aquello que el hombre más quisiera saber
responde siempre mudo dentro de su belleza.
Pero yo sí respiro los aires que tú sorbes;
sé que eres un pájaro que entre nubes desciende
hasta el lumbror premioso de los trinos,
o tal vez esta rosa familiar, llameante,
que derrama en sus pétalos tanta gloria de savias.
Estás allí, lo sé, bajo la tarde núbil,
bajo la noche y la mañana que por ti, brilladoras, renacen,
en los vientos que marchan y regresan un día
trayendo el mismo aroma virginal de las cumbres.
Y aquí, sobre esta humana vocación de ser piedra,
también es tu presencia la que late,
también es tu ternura, tu flagrante dominio,
el que enflora de vida los pechos que te ignoran.
Tú eres la luz de un paraíso donde el dolor se acuña
al gozo de unos cuerpos que, ávidos, se estrechan,
que, temblando, se aman bajo copiosos árboles
en cuya fronda un trino se extasía,
s0bre la hierba ,dulce abatida por un peso de dioses.
Oh amor, carnal fuego armoni0so, escucha:
escúchame la voz que por ti besa,
remózame las manos que acarician teniéndote ceñido,
abrígate en mi pecho donde tú palpitando me sostienes,
dame siempre tu forma, amor, tu celeste materia iluminada,
esa embriaguez con la que un cuerpo dentro de otro agoniza
por hundir en lo eterno la identidad humana.

DdA, XVIII/5077

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