Fulgencio Argüelles
La polémica (tal vez sólo una pantomima o la maldita peste de la confrontación) surgida a propósito de las granjas es una muestra más (son ya demasiadas) de la patética mediocridad de gran parte de nuestra clase política y de su incapacidad para dotar de dignidad al noble ejercicio de la función pública. ¿Alguien cree realmente que la carne que procede de las pequeñas ganaderías es de igual calidad que aquella que se produce en las grandes explotaciones? ¿Alguien piensa que estas mastodónticas empresas benefician a las cercanas ganaderías de toda la vida? Estas granjas son detestadas por las poblaciones cercanas porque atentan contra la calidad de sus entornos y destruyen las empresas familiares. La polémica es ficticia, porque existe el propósito manifestado y escrito de las políticas nacionales y europeas de atajar este problema, de limitar la expansión y el tamaño de estas empresas y de exigir más controles de calidad y un mejor tratamiento de los animales. En todo caso, la calidad nunca será la misma que la obtenida de las pequeñas explotaciones tradicionales. Los políticos tristes y cansinos de la oportunidad andan ahora fotografiándose junto a vacas, cerdos y ovejas en un gesto más de populismo rancio y erigiéndose en defensores de no se sabe qué políticas ganaderas. Poco hablan del problema de los precios en origen y de la iniquidad de los intermediarios. Ni siquiera saben lo que defienden, sólo se visten las relucientes botas de goma y lanzan la caña de la ignominia para pescar en el río de la confusión, de la superficialidad y de la hipocresía, con la colaboración necesaria (y tal vez consciente) de unos medios de comunicación cansinos, repetitivos, sensacionalistas y con la inspiración funestamente agotada. Basta revisar las hemerotecas para comprobar que todos los que ahora se rasgan las vestiduras sobre el celestial aroma de los purines (desde conservadores rancios y populistas sin escrúpulos hasta progresistas extraviados y socialistas de pacotilla) han estado alguna vez a favor o en contra de estas grandes explotaciones, y lo han estado (a favor o en contra) no en función de una determinada manera de planificar las políticas agrarias, comerciales o del medio ambiente (todas respetables si son sinceras y transparentes) sino arrastrados por los vientos de la maldita oportunidad. ¡Que los dioses del azar nos libren de estos torpes y ridículos embajadores de la iniquidad!
DdA, XVIII/5066
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