viernes, 14 de enero de 2022

A PROPÓSITO DE GRANUJAS Y CERDOS


Paco Faraldo

España es un país cejijunto y poblado por bípedos que, en cuanto alguien muestra una discrepancia, prefieren la aniquilación del adversario antes que darse el trabajo de intentar convencerle. Nos va la bronca, y en las refriegas verbales se prefieren los adjetivos ofensivos al intercambio dialéctico, que que es lo que sería esperable de la especie humana. Nos gustan tanto las refriegas que en medio de su fragor son mencionadas personas que nada tienen que ver con el asunto, por ejemplo las sufridas madres de los intervinientes hasta que, si la cosa va a más, se pasa directamente al garrotazo, como tan bien reflejó Goya en sus pinturas negras. Lo peor es que esta descripción vale tanto para la España una, grande y libre de siempre como para la que ahora se nos muere entre los brazos.
Desde que los individuos más dotados dialécticamente abandonaron la política, ese es un territorio donde los profesionales del navajeo se mueven a su antojo. Los puestos de mando fueron cayendo en manos de una multitud de majaderos notables que son capaces de cualquier cosa con tal de garantizarse el gobierno de la polis y cuando aparece alguien que se preocupa de los de abajo antes que del coche oficial, se le fumiga sin piedad recurriendo para ello a todo tipo de marrullerías y canalladas. Y no pasa nada si con tanta miseria nos llevamos por delante los órganos de representación de la engañosa democracia representativa o convertimos en un gallinero los foros donde el debate civilizado debiera producirse: quien ahí entra y pretende cambiar las cosas, aunque sea con propuestas modestas, es sometido a infames maniobras de acoso y derribo más propias del rejoneo que de la olvidada actividad de la dialéctica. A ello, por decirlo todo, contribuyen con entusiasmo los que jalean a los combatientes desde las redes sociales sin ocurrírseles otra cosa que imitar a los poderosos que dicen combatir utilizando sus mismas descalificaciones, olvidando que hasta el noble arte del insulto precisa de alguna elaboración para surtir efecto.



Entre otros elementos, falta en el debate un ingrediente imprescindible para evitar que la sangre llegue permanentemente al río. Hablo del humor, una cualidad exclusiva de los animales inteligentes que te permite colocarte a la distancia justa de la realidad para que puedas percibir con mayor amplitud lo que tienes ante los ojos. Es una actitud que requiere cierto tiempo, el tiempo preciso para que se te quiten las ganas de echar mano a la cartuchera. Se practica bastante en otros países, pero aquí solo nos gusta si produce víctimas (y si son ensangrentadas, mejor que mejor). Lo que se lleva por estos pagos es la seriedad del burro. Pero no la del burro Benjamín, el de Rebelión en la granja, la novela de Orwell donde gobiernan los cerdos, porque Benjamín era un asno lúcido, aunque malhumorado.
A propósito de granjas y cerdos, quizá una relectura de la novela que cito podría aportar alguna sugerencia útil a los protagonistas intensivos del asunto càrnico que nos ocupa estos días.


DdA, XVIII/5066

No hay comentarios:

Publicar un comentario