El todavía obispo de Donostia, José Ignacio Munilla, tomará posesión de su nuevo cargo como responsable de la diócesis de Orihuela-Alicante el próximo 12 de febrero con la entrada pública a lomos de una mula blanca en la ciudad oriolana, una tradición que se remonta al siglo XVI. Según fuentes del obispado alicantino, la Diócesis de Orihuela-Alicante es, junto con la de Sigüenza (Guadalajara), la única de España que conserva la histórica entrada pública de sus prelados. (Noticias de Gipuzkoa). En el viejo y celebrado estilo de cuando en el periodismo republicano cabía el verso hasta en las portadas, mi estimado y admirado colega Félix Maraña lo ha celebrado así:
A lomos de una mulilla,
para no gastar la suela,
va camino de Orihuela,
presto el obispo Munilla.
Ensillado en una silla
de realce episcopal
entrará con bis triunfal
en la ciudad del poeta.
Un desfile con retreta,
previsto en el santoral.
Su radio, Radio María,
acompañará al prelado,
de aquí para el otro lado,
en directo todo el día.
Munilla desfilaría,
triunfante en Jerusalén,
esperando que le den
aplausos los feligreses.
Con palmas de Elche, corteses
vivas darán al mosén.
La mula, blanco satén,
y el obispo en blanco y negro,
llega el mandado de Pedro
y se enardece el retén.
Unos dicen gloria, amén,
y otros muestran su reserva
pues el obispo conserva
casta de conservador.
Viene en mula monseñor
y algún curioso le observa.
Para aprender a montar
en jamelgo, por novato,
ha practicado un buen rato
en yeguada militar.
Como le gusta mandar
ordenaba con soltura
al caballo de montura
con gesto rígido y presto.
El animal, indigesto,
no sabía qué era un cura.
Mientras va a su nuevo asiento,
curas de San Sebastián
están contentos y están
exhalando nuevo aliento.
El clero vasco contento
celebra su despedida,
pues Munilla fue una herida
para la gran mayoría.
Poca gente le quería
y ahora aplaude su salida.
Uno de esos curas rojos,
en la prensa regional,
dice que lo ha hecho fatal,
con reproche y con enojos.
Que vendió casas, despojos,
iglesias para el turismo,
que vendió el palacio mismo
a buitres de hostelería.
Eso sí, que lo vendía
invocando el catecismo.
Despreciaba al feminismo
y se atrevió a confesar
que él podía curar
hasta el homosexualismo.
Obseso ante el comunismo
y obseso hasta la obsesión
no perderá la ocasión
para expresar su ideario.
Se sabe reaccionario
y predica con tesón.
Tiene Munilla la marcha
de aquél franquista oriolano,
también obispo huertano
que fuera don Luis Almarcha.
Tipo de cara muy ancha,
nada hizo por salvar
al poeta del lugar
que moría en la prisión.
Siendo obispo de León,
se dedicó a denunciar.
Hernández se apellidaba,
como el poeta del pueblo,
cuyo verso es voz y tiemblo
de todo cuanto cantaba.
Pero Almarcha se callaba,
y, callada por respuesta,
ignoró cada propuesta
para otorgarle clemencia
al poeta en su dolencia
mortal de muerte directa.
Con estos antecedentes,
Munilla llega tocado,
a su nuevo episcopado,
donde Almarcha tiene aún clientes.
Son dos obispos fervientes
de una moral punitiva,
de sermón y rogativa,
de estás a ciegas conmigo
o te nombro mi enemigo
y maldigo mientras viva.
A lomos de una mulilla,
con la cara de contento,
con el aire a barlovento,
trota que trota Munilla.
El vasco perdió la silla
de la sede donostiarra,
hizo el palacio chatarra
para aumentar el cepillo.
Con alza cuellos de brillo
trota con su mula charra.
DdA, XVIII/5076
No hay comentarios:
Publicar un comentario