Marcelo Noboa Fiallo
El tres de diciembre de
2010, el premio nobel de literatura, Mario Vargas Llosa, recibió el título de
“Hijo adoptivo” de Madrid, de manos del alcalde de la ciudad, Alberto Ruíz
Gallardón y siendo Presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid, Esperanza
Aguirre, ambos del PP.
Gran parte de la creación literaria
del Premio Nobel, hasta la fecha, la ha escrito en la capital de España, desde
la “Ciudad y los perros” hasta “El Sueño del celta”, razones más que
suficientes (y así consta en el acta de concesión del título) para hacerse
acreedor a tal distinción, años después de optar por la nacionalidad española.
Vargas Llosa se convirtió en un vecino más de la ciudad y, en palabras suyas
“la hice mía”.
Ni un solo voto en contra se
produjo en la histórica sesión plenaria del Ayuntamiento de Madrid de aquel 3
de diciembre de 2010. Todos los partidos políticos, de todos los colores,
incluidos Psoe e IU, no dudaron en ningún instante en sumarse a la iniciativa
del Grupo Popular porque sencillamente se trataba de premiar la inmensa laboral
literaria desarrollada por quien consiguiera llegar a la cima de los galardones
literarios, el Nobel de Literatura, independientemente de su ideología política
neoliberal y de haberse convertido en el azote de la izquierda, en el azote de
sus antiguos camaradas. Ahí estaban presentes todos los dirigentes políticos de
izquierdas. No faltó nadie. Es lo que se llama educación, respeto y tolerancia
en aquellos acontecimientos en los que las ideologías “se aparcan”. En palabras
del propio Vargas Llosa, al recibir la distinción: “No me gustan las
unanimidades, pero esta vez, no sólo lo apruebo, sino lo aplaudo y lo agradezco”
Fue una lección de civismo
por parte de la izquierda madrileña. Por el contrario, la prematura y
lamentable muerte de la más madrileña de las escritoras de los últimos cuarenta
años, de quien se ha llegado a señalar que ha sido la continuadora de la obra
de Benito Pérez Galdós por su capacidad de retratar el “alma madrileña”. Sus
calles, sus barrios, sus costumbres, sus sufrimientos, están presentes en la
inmensa obra de Almudena Grandes y, sobre todo, la memoria y la presencia de
los perdedores. De los perdedores de siempre y de los que sufrieron la
represión franquista (anatema para la derecha y extrema derecha) (“Los Besos
del pan”, “El corazón helado”, “Las tres bodas de Manolita”, “Los pacientes del
doctor García”…)
No sé qué es lo que más le
duele a la derecha cavernícola. Si la literatura de la escritora madrileña o su
compromiso político y su activismo constante ante todo tipo de injusticias o
las dos cosas a la vez.
Por ello, creo que su gran
amigo, el poeta y escritor Benjamín Prado, esta vez se equivoca al considerar
que la no presencia de esta gentuza durante el sepelio de Almudena Grandes,
tenga que ver con el miedo a perder votos. No, Benjamín. La abyección, la
ruindad, la vileza forman parte de la manera de entender las relaciones humanas
del fascismo. Ningún dirigente popular (y peor aún de Vox) estuvo presente en
el cementerio de La Almudena, para despedir a la escritora madrileña. No temían
perder votos. No. La abyección, una vez más estuvo presente en el ambiente.
En palabras del director de
“Infolibre”, Jesús Maraña: “Por más
empeño que le pongamos, hay una parte muy relevante de la representación
política que no termina de asumir lo que significa vivir en democracia”. Ese es
el problema.
Mientras
los lectores de la escritora, despedían su orfandad literaria, libro en mano y
unos cantaban “La internacional”, o “Grándola Vila Morena”, otros rezaban un
padrenuestro y hasta los propios Reyes expresaban su admiración por su obra; el
alcalde de la ciudad se entretenía dando saltitos para cruzar un río y la
trumpista Ayuso inaguraba un Belén en un barrio madrileño y el representante de
Vox, declaraba que “Almudena Grandes vivió con odio y murió con odio”
Estas
son las señas de identidad de PP/Vox, la intolerancia, el sectarismo, la ignominia.
Pura Abyección.
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