viernes, 31 de diciembre de 2021

PESA MÁS EN EL ÉTER EL REY AUSENTE QUE EL PRESENTE

 


En 1936, la actual Plaza del Carmen se llamaba en Gijón de Fermín Galán, el capitán republicano que junto a su compañero Ángel García Hernández encabezó un pronunciamiento militar en Jaca contra la monarquía de Alfonso XIII durante la dictablanda del general Dámaso Berenguer. Ocurrió el 12 de diciembre de 1930 y ambos capitanes fueron fusilados por un régimen que solo tardaría cuatro meses en caer. La salud de la monarquía en España se ha visto muy afectada en los últimos años como consecuencia de los supuestos delitos que llevaron al rey emérito a buscar refugio en la dictadura de Abu Dabi. Parece ser que la actitud de su hijo y actual Jefe del Estado, discurso tras discurso de Navidad, es eludir -como si no existiera- el más grave de los asuntos que han recaído sobre la monarquía borbónica restaurada por el dictador Francisco Franco. Tal como afirma en su artículo Luz Sánchez Mellado, publicado ayer en el diario El País, pesa más en él éter el rey ausente que el presente, o lo que es lo mismo, pesa más en la corona, cuya debilidad ahora es la mayor que ha soportado después de 46 años:  

Aun hoy, en el apogeo de la Tindercracia, los salones de muchas casas siguen presididos por las fotos de las bodas de los hijos enmarcadas en alpaca y los novios mirando al infinito, como si su amor fuera a ser vitalicio. Con el paso de las décadas, y de los divorcios, algunas de ellas han sido discretamente retiradas o sustituidas por otras de los vástagos con sus nuevas parejas. Pero tengo vista alguna en las que la figura del cónyuge cesante ajeno a la saga ha sido mutilada a cúter limpio y sustituida por la virgen o el santo patrón del pueblo de los suegros, en un afán entre quirúrgico y pío de cortar por lo sano: extirpado el ex se acabó la rabia. El problema viene cuando no es que te divorcies, sino que te deshijas por pura supervivencia, tu ex es tu padre y tu antecesor en la jefatura del Estado, y tu álbum de fotos, historia de España. Por mucho que le metas el cúter en los retratos y los sustituyas por la Corona, el fantasma permanece hasta que lo llamas por su nombre. Algo así sentí viendo el discurso de Nochebuena de Felipe VI. A fuerza de no verlo ni mentarlo, pesaba en el éter más el rey ausente que el presente. Los trapos sucios se lavan en casa, pero algunas manchas son tan difíciles de sacar de ciertas telas que igual convendría aludir al marrón públicamente.

Mientras, Juan Carlos de Borbón, el ex de La Zarzuela, sigue exiliado en Abu Dabi, en campechano compadreo con un traficante de armas, prófugo de la justicia y amigo de toda la vida, no necesariamente por este orden. Intramuros, los mismos cortesanos que le reían las gracias y se luxaban el coxis haciéndole la reverencia en el besamanos de su onomástica, ora le repudian, ora exigen su vuelta a casa como si nada, y su todavía esposa firma a medias con él su felicitación navideña tragando con carros y carrozas hasta que toque tragar con el arcón fúnebre. Viendo lo visto, y lamentando infinito perderme tamaño espectáculo, lo de su examante Bárbara Rey, negándose a declarar en el Senado sobre si vendió o le compraron su silencio con fondos reservados, casi me parece una inocentada. Por cierto, Bárbara Rey, en realidad, se llama María García García. El rey sí que es bárbaro.

DdA, XVII/5055

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