Félix Maraña
Morir de pena
La radio de Salamanca
informa que en su frío interior,
muerto en vida y derrotado,
va a morir hoy,
al calor de un brasero,
excitado por el fuego enemigo,
un vasco a solas,
contra todo,
pero la radio no dice
que Unamuno,
vasco de las Siete Calles,
va a morir de herida de guerra.
No es un buen día para morir,
ni lo hace para llamar la atención de los cineastas.
Muere cansado de vivir,
exhausto,
por la más grave herida de guerra: la pena.
Don Antonio está preparando un obituario
para decirle cuánto le quiere y necesita.
Unamuno está agotado y decide morir,
aunque le hubiera gustado leer
el testamento de amor de Machado.
Ha muerto de la herida que no sangra.
Pero la radio de Salamanca tampoco específica las causas,
ni que Rafael Sánchez Mazas,
su pariente de Bilbao,
almorzará hoy con Franco y el obispo
en el cuartel general.
Ni falta que hace.
La pena es una herida que no sangra:
desangra.
[Para Paco Blanco Prieto, que ya era amigo de Unamuno desde antes de nacer. Estatua de Unamuno, del escultor navarro José Ramón Anda].
DdA, XVII/5055
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