Luis García Montero
Ayer
bajé a hacer la compra para la humilde cena navideña. Este año somos muy pocos. Por eso
fui muy sensible a la conversación de dos mendigos en la puerta del
supermercado. Uno le preguntó al otro si tenía miedo de que lo echaran de la
tienda. La respuesta me dio que pensar: “no, no tengo miedo, a mí me han echado
ya hasta de fuera”. Podemos
sentirnos expulsados hasta del exterior cuando los interiores no son habitables.
Pensar un tiempo de prisas e incertidumbres significa buscar
alianzas con la lentitud
de las paradojas. En esa lentitud aprendemos a descubrir lo
malo que hay en lo que nos gusta y lo bueno que se esboza en aquello que
negamos.
Si afirmamos que los deseos individuales no pueden
confundirse con derechos, es justo defender que cualquier derecho, por minoritario
que sea, debe sentirse
defendido por la comunidad. Es el mejor camino para mantener la
ilusión de sentarnos juntos a la mesa o alrededor del fuego. Conseguir que la diversidad sea un enriquecimiento de la
convivencia evita una dinámica de fragmentación. Los
mejores amaneceres son los que vienen después de una buena noche.
El piano, los violines, los violonchelos, las trompetas, las
flautas, los oboes, los tambores y las voces habitan la armonía de una
orquesta. La sociedad del
ruido, alimentada casi siempre por la crispación de la
desigualdad, se hace inseparable de las dinámicas que invitan a la
fragmentación de los espacios comunes. Es una herida infectada a largo plazo.
Aunque la mercantilización del tiempo nos propone vivir en instantes de usar y
tirar, las consecuencias de esta prisa van más allá de la reacción corta. Con la prisa se escriben también los relatos del
corto, el medio y el largo plazo.
¿Es posible equilibrar la pluralidad con un contrato social
que articule la navegación en común? Es una de las preguntas que deben
encontrar respuesta para que las diferentes identidades no se cierren al
diálogo en este caos de
neoliberalismo que ha definido la libertad como la ley del más fuerte. La
verdadera reivindicación de los derechos de cada uno sólo se asegura en la
comprensión de los derechos del otro.
La reivindicación
feminista fue una primera llamada de atención en la
conquista democrática de la convivencia. Carolina Coronado escribió en 1846 el
poema La Libertad, recordándole a los hombres
liberales de su tiempo que poco servían para una mujer las apuestas por el
progreso si no contaban con ella: “yo, por los hombres me alegro, / mas por
nosotras, las hembras, / ni lo aplaudo ni lo siento, / pues aunque leyes se
muden, / para nosotras no hay fueros”. El poema de Carolina Coronado recogía la
pregunta que Olympe de Gougues lanzó a los revolucionarios franceses en 1791: “Hombre, ¿eres capaz de ser justo?, una mujer te lo
pregunta”.
Las discriminaciones alimentan una división, una ruptura de
cristales, un río revuelto en el que hacen buena cosecha las formas de
dominación y los prejuicios. Las reacciones defensivas también llenan el bosque
de setas venenosas. Se abandona el deseo de una sociedad justa por la
afirmación de la propia identidad cerrada, es decir, se desean formas de
reconocimiento, y se corre incluso el peligro de confundir ese reconocimiento
de lo propio con la justicia. Y no siempre las víctimas reivindican su dignidad de manera justa.
Enrique Ojeda Vila ha analizado las dificultades de todas
estás dinámicas en el libro Sudáfrica y el
camino a la libertad. Del Apartheid a la Democracia (Catarata,
2021). Samir Naïr advierte en su prólogo una de las perspectivas fundamentales
para salvar situaciones conflictivas después de tantos años de abusos e
injusticias: “La cuestión esencial, por lo tanto, no estribaba meramente en
imponer la ley de la mayoría negra. El destino de ese viaje era más complejo,
mucho más difícil de alcanzar: crear una democracia inclusiva, que debía embarcar a toda la ciudadanía
del país, blanca y negra”.
Los enemigos de la democracia inclusiva diseñan estrategias basadas en la ofensa porque
saben que los odios se retroalimentan. Del mismo modo, la necesidad de
reconocimiento disuelve la meditación en mecanismos de publicidad y formas de
autobombo. Estrategias de ofensa y dinámicas de publicidad son campo abonado para el rencor, el engaño, las
artimañas del trepa y la fragmentación, ya sea en el debate
político de una articulación territorial, ya sea en la pulsión de las vanidades
personales, sobre todo cuando una voz se siente defraudada de sí misma.
Por eso conviene vivir en la lentitud. Si uno va despacio, aprende
poco a poco aquello que resulta inconveniente para la esperanza. Cuando se
quiere consolidar el respeto a la diversidad, es necesario pensar más en la convivencia que en la fragmentación.
InfoLibre DdA, XVII/5050
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