El
martes, entregado su examen, una alumna de periodismo me interpela: “En clase
dijiste que de un suicidio no se informa, pero ayer todo el mundo publicó el
suicidio de Verónica Forqué”. En efecto, el mismo lunes me sorprendían los
primeros flashes que avanzaban la muerte de la actriz. Solo transcurrieron
minutos entre el momento en que, según ha quedado ya registrado en muchas
hemerotecas, “una persona”, llamara “a las 12:49 horas” para avisar de lo que
algunos medios han calificado de “intento de suicidio”, y los primeros
titulares.
Y es que el párrafo inicial, lo que en
periodismo llamamos el lead, de muchas de las noticias ofrecidas
sobre el fallecimiento de Verónica Forqué dista poco del tratamiento habitual
de sucesos como los accidentes de tráfico. De hecho, en su caso se han
sobrepasado barreras no habituales ante las informaciones de siniestros de
carretera cuyas víctimas no tienen trascendencia pública, como el de dar el
número del portal en el que se encuentra su domicilio, en el que apareció
muerta. A muy poco se han quedado muchos medios de detallar la forma en la que
la actriz se quitó la vida, puesto que han ¿informado? de que lo hizo “en el
baño de su casa”.
Por un lado, es cierto que el hecho de
que la persona tenga trascendencia pública puede implicar una excepción a la
regla general que dicta que el que una persona se haya quitado la vida no es
noticia. Por otro lado, hay que reconocer el esfuerzo que en los últimos
tiempos los medios de comunicación hacen a la hora de visibilizar tanto el
suicidio (que no un suicidio) como los problemas de salud mental. Y, en efecto,
la muerte de una figura relevante puede servir como un gancho de actualidad
para abordar el tema en profundidad. Porque, de hecho, si tradicionalmente los
medios han seguido la recomendación de no hablar del suicidio ante la creencia
de que podría provocar un efecto de contagio (efecto Werther), los últimos
consensos basados en la ciencia (tanto en el campo de la salud como de la
comunicación) recomiendan que se informe de él para potenciar su efecto
preventivo (efecto Papageno). Los más recientes manuales dirigidos a
periodistas elaborados al respecto coinciden en ello (OMS, 2017; Proyecto Eurogenas
de Prevención del Suicidio, 2008-2013; Ministerio de Sanidad, 2020).
Entre otras recomendaciones para cuando se informe de un caso (justificado por
la relevancia pública de su víctima), establecen, por ejemplo, la de evitar que
la palabra suicidio vaya en el titular (con una simple búsqueda en Google se
comprueba en qué medida se ha incumplido en las informaciones sobre la muerte
de la actriz). También llaman a evitar la simplificación de las razones. En
este sentido, alarma la conexión establecida en algunas informaciones entre el
fallecimiento de Verónica Forqué y la aparición en un programa de TV. Peor aún,
en algunos casos se ha llegado a hacer un vínculo entre el “necesito descansar.
No puedo más” expresado por la actriz ante esas mismas cámaras y su final.
Dista eso mucho de esta recomendación de la OMS: “No presente el suicidio como
una solución a los problemas ni como una forma para afrontarlos”.
También recomiendan los manuales que,
cuando se informe sobre el suicidio, se ofrezca información práctica sobre los
recursos públicos —escasos, pero los hay-—que todas las personas tenemos a
nuestra disposición para ayudarnos en el caso de que nos veamos ante la
tesitura de pensar en él. Esto último apenas se hizo el lunes, si bien es
cierto que con el paso de las horas y los días las actualizaciones de las
piezas periodísticas sobre la muerte de Forqué sí han ido incorporando esta
información útil. Probablemente la culpa la tengan, una vez más las prisas, la
endiablada vorágine en la que el periodismo desarrolla su labor. Porque
prácticamente en el mismo instante en el que se produjo la muerte de una actriz
cuyos cuatro goyas resumen su relevancia informativa, saltaba ya la noticia. Y
la noticia era, debía haberlo sido, la muerte de Verónica Forqué, una noticia
que después merecía ser ampliada, como también se ha hecho, y muy bien en
muchos casos, con reportajes y entrevistas sobre quién fue y el vacío que deja.
Su suicidio, en cambio, no era noticia, no tenía que haberlo sido, porque el
suicidio es algo tan complejo que debe ser tratado, sí, pero con la profundidad
de otros géneros periodísticos como el reportaje y la entrevista, géneros a los
que algunos medios sí han acudido para ahondar en el suicidio como problema.
Una noticia necesita resolver las 6 w (quién, qué, cuándo, cómo, dónde y por
qué). Y en el caso de un suicidio ni el cómo es relevante ni hay un solo
porqué.
El Salto DdA, XVII/5040
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