Víctor Guillot
Piensa el Emérito que cuando regrese a España, nosotros todavía le estaremos soplando la mierda para que, a su llegada, se la siga encontrando fresca. En realidad, los españoles nos hemos cansado de soplar, aunque sólo sea porque ahora no nos lo permite la mascarilla. En cualquier caso, Juan Carlos y Sofía han tenido el detalle de enviarnos una postal felicitándonos las navidades, estas navidades pandémicas, difíciles y raras que no sabemos muy bien todavía cómo vamos a celebrar. Se observa por la postal que la Monarquía sigue en otro tiempo, en otra época, como si por ella no hubiera pasado la pandemia, las separaciones, los escándalos y todo el ruido y la furia de las obras dramáticas de Shakespeare. Todas las monarquías acaban asumiendo su naturaleza estática, inerme al paso de los años, una anomalía alejada de las vicisitudes de nuestro tiempo, o sea, un estorbo para el Estado.
Además de la postal oficial, desde Abu
Dabi nos ha llegado otra mucho más mundana, deportiva y actual
del Rey viejo, acompañado de los tenistas Rafa Nadal y
Jordi Mollà. He aquí la foto buena, la postal de navidad que sí habla de un
tiempo, de un aquí y un ahora, la felicitación auténtica, la de verdad, esa que
nos explica de un modo mórbido y obsceno que la corrupción, el deshonor y el
chalaneo han pasado a formar parte de eso que Hanna Arendt denominó la
banalidad del mal. La postal nos habla de un viejo separado, con papada y
fondón, acompañado de la muchachada, sonriente y trivial, que acude a saludar
al abuelo y a preguntarle qué tal le va la vida y así en este plan. Son las
élites y no el pueblo llano, finalmente, las que hacen del saqueo un gesto
cotidiano.
Cuando los héroes legitiman a los
ladrones, la vida se vuelve imposible. La monarquía española sigue siendo una
monarquía militar. Pedro Sánchez ha abandonado su
responsabilidad como Presidente del Gobierno delegando en el Jefe del Estado
cualquier decisión sobre su padre. Aunque sea Sánchez quién deba retirar los
honores al Emérito, lo que se evidencia es que la Monarquía no admite
más democracia que la sangre. Así que será Felipe VI quién
ejecute, con su puño y firma, el destino de su padre, si no quiere ver
comprometido su reinado. De momento, el monarca sólo pone en práctica un
malévolo ejercicio de procrastinación. Reina basculando sus palabras entre la
duda y la vergüenza paralizantes.
Estas navidades, el Rey Emérito interpreta su penúltima obra. Ya sea en la realidad como en la ficción, los monarcas caminan a sus anchas en las tragedias como en las comedias. “Nadie fue tantos hombres como aquel hombre”, decía el maestro Borges de Shakespeare y aquí es oportuna que nunca la cita. Porque en esas estamos, querido y desocupado lector. La mirada del Emérito en Abu Dabi es la de un hombre con culpa y sin arrepentimiento, una especie de Ricardo II entre cuyas sienes, bajo una corona vacía, se ciñe también la muerte de la propia monarquía. Bien.
Nortes DdA, XVII/5042
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