viernes, 3 de diciembre de 2021

ÉRIC ZEMMOUR: EL ODIO ASPIRA A LA PRESIDENCIA DE FRANCIA

 


Sami Naïr

In memoriam de Almudena Grandes

Se llama Éric Zemmour, oriundo de Argelia y encarna en una sola persona el racismo anti-musulmán, el antisemitismo y el antieuropeísmo más rancio. Lo inquietante es que actúa como un nuevo misil de la extrema derecha francesa, respaldado por potentes fuerzas financieras dueñas de medios de comunicación. De polemista en la tradición fascista de los años treinta, un oficio que viene ejerciendo cómodamente en el periódico Le Figaro, ha saltado a la política fácil, con una sola obsesión: el odio contra los inmigrantes musulmanes. Muchos lo atribuían a un asunto patológico no resuelto, pero la realidad es que, tras un año de precampaña electoral y apoyo mediático, Zemmour ha sido capaz de reunir, en torno a su nombre, muchas voces, perturbando el escenario político.

Desde la derecha tradicional, ya consolidada en discursos de xenofobia, a ciertas figuras de la intelectualidad de izquierda que han migrado del cosmopolitismo político al nacionalismo radicalmente antieuropeo (es la moda ahora en París), la retórica de este polemista profesional está aglutinando una peligrosa constelación de fuerzas. El mero hecho de ser elevado a candidato para las próximas elecciones presidenciales de 2022 da idea del profundo malestar social, político e intelectual francés. Una crisis que no parece tocar fondo, y que, posiblemente, concluirá en una explosión dramática de esas a las que Francia está habituada.

El método Zemmour es simple: actúa como Heróstrato, dispuesto ahora a quemar el Eliseo mientras se hable de él. Sus discursos son radicalmente disruptivos: insulta, miente, no teme a la justicia (suma ya dos condenas por incitación al odio racista), ataca violentamente a los periodistas y a todos sus adversarios políticos. Para este personaje no importa la verdad, ni el respeto en el debate político, porque sólo cuenta el hambre de audiencia mediática, en un terreno ya abonado generosamente por las cadenas de televisión en estos últimos años.

Zemmour es un producto derivado de la misma degeneración de la vida política, de la complicidad de las fuerzas conservadoras que añoran, como un símil, la época del colaboracionismo con los nazis, donde el orden, la patria y la familia en sentido endogámico prevalecen a golpes de violencia. Representa la Francia sociológicamente minoritaria pero mediáticamente potente, que tiembla ante la libre circulación de las personas, la apertura cultural al otro, la diversidad, la igualdad de derechos y deberes, en otras palabras, que es incapaz de asumir democráticamente el mundo nuevo que se está desplegando, con sus fuerzas y sus debilidades.

El caso Zemmour no es casual ni superficial. Es una corriente de fondo que puede deteriorar gravemente el país, en un momento en que la construcción europea atraviesa también una crisis profunda. El racismo y el ultranacionalismo que destila puede hacer de Francia un laboratorio de experimentación de proyectos neofascistas y servir del peor ejemplo para otros países. La derecha, que ha sido complaciente con él, mide ahora el peligro; nunca es tarde para entender que el odio contra los seres humanos es también una semilla criminal.


El País  DdA, XVII75027

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