Según la última información facilitada por la revista económica Forbes, ese centenar de ricos muy ricos que tenemos en España ha visto crecer sus respectivas fortunas en un 17 por ciento durante el año en curso. O sea que los dueños de las mayores fortunas del país son 5.375 millones de euros más ricos que antes de la pandemia.
Víctor Guillot
Voy caminando por senderos de pobreza, con todos los pobres
acampados en los jardines de Valencia,
mirando al cielo como estatuas góticas, con una mirada blanca, alucinada, sin
porvenir. Este lumpen-proletariado que reside bajo los puentes del Turia,
ha sido barrido del sistema, y forma parte del paisaje de fondo de la vida
palpitante, ruidosa y festiva de la ciudad. Me cuentan que la mirada se ha
acostumbrado a ellos como al resto de sus ruinas.
En cualquier caso, esta vida miserable, sórdida y abundante sólo
confirma la brecha social que vomita pobres con una crueldad feroz desde que
estalló la pandemia, querido y desocupado lector, incrementando una desigualdad
que empieza a tener matices de posguerra. De nada sirven los ERTE ni las ayudas
de emergencia ni el salario mínimo social, si no cambia la redistribución de la
riqueza. El cielo se ha vuelto un infierno, una quemadura que nos devuelve a la
realidad, cuando uno se mira en el muñón de un pobre. El sistema, gobierne
quien gobierne, sigue vomitando pobres bajo las alamedas, acampados en un
jardín o bajo el portal de una delegación de hacienda.
Pobres los hay en todas partes. La pobreza no entiende de
banderas, ni de comunidades autónomas. Todos son el mismo pobre, en Valencia,
en Madrid,
en Gijón o Nueva
York. Dicen los informes económicos que hay más pobres, también
confirman que hay más ricos, incluso nos alertan de ricos que son más ricos que
antes de la pandemia. Hay, pues, quien se ha beneficiado de todo y todos
sobemos quiénes son los que se están beneficiando en este momento.
Llegados a este
punto hay que decir sin ningún temor que los ERTE están pagando los salarios
que los empresarios no quieren asumir. Que esta pobreza es el envés de una
riqueza exudada por la corrupción, el dinero negro, el beneficio blanco y la
vieja idea marxista de la plusvalía. Hay que afirmar también que hay
empresarios que se lo están llevando crudo gracias a los ERTE. Hay pues una
malversación de este mecanismo que sirvió para atenuar el impacto de la
pandemia entre la clase obrera que el sistema ha convertido en un mecanismo que
garantiza el beneficio de unos pocos, a través del compromiso social de todos
nosotros.
El límite de la deflagración social está hoy en una reforma
laboral que nos saque de la pobreza. Ese límite está en la irrupción de los
pobres que tienen, ya digo, ese aire cosmopolita, universal, incorporados al
friso de oro y mierda de la calle. Esta sociología que no necesita de grandes
informes nos indica que España está
muy empobrecida. Hay algo de posguerra y de vuelta al país pedigüeño de pobres
y ricos, de miserables y desvalidos absolutos, de lágrimas sin sal, como piedra
en el rostro, que le congela a uno el gesto y, por mucho que lo intentemos
evitar, congela hasta las palabras.
Vivimos en una sociedad de clases cerradas, en un
feudocapitalismo de tiendas de campaña bajo el puente y tiendas de Zara en
las grandes avenidas, de hogueras bajo los soportales y de festivales para
pijos; estamos en una paleoburguesía que nada tiene que ver con el
interclasismo de Pedro Sánchez ni
el gobierno de coalición y progreso. Cada época tiene sus pobres y sus ricos.
Los ricos de hoy escuchan a Los Planetas y
se van a Benicassin en
el puente de los muertos. Al otro lado del rio, los pobres escuchan la
música como monjes templarios, pobres de aureola y de alpargata. A la vuelta de
la pandemia vuelve el pobre a su pobreza en una España de mayorazgos, vacía y
fría, incapaz de abrigar con un centón.
Nortes DdA, XVII/4999
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