viernes, 5 de noviembre de 2021

CHUCHO VALDÉS: "SIEMPRE SE TOCA PARA DIOS, Y YO TAMBIÉN"*



 

Alicia Población Brel

Cuando Dionisio Jesús Valdés Rodríguez, más conocido como Chucho Valdés (Cuba, Octubre 1941), tenía tan solo tres años, su padre, el célebre pianista Bebo Valdés, le descubrió en su piano tratando de copiar melodías que se oían en casa cuando él tocaba. A partir de ese momento, Chucho nunca ha dejado de tocar. El músico, con seis Premios Grammy y cuatro Latin Grammy, y con sus casi 80 primaveras no ha abandonado en ningún momento los escenarios. Tras sus últimos conciertos en Madrid y Sevilla el pianista volverá en Noviembre a nuestro país con su proyecto Jazz Batá.

         En entrevistas que le han hecho, siempre le preguntan por qué el piano. Sin embargo, nosotros ya sabemos la historia de cuando su padre le descubrió tocando con tres años, de modo que voy a preguntarle por su abuela. Ella le dijo: estudia otra cosa, por si acaso. ¿De qué tenía miedo su abuela, teniendo usted un maestro de música como lo era su padre, Bebo Valdés?

         Me dijo que, sin dejar de ser pianista estudiara otra carrera, nunca quiso decirme que dejara el piano, simplemente sugirió que abriera otra puerta de escape. Yo estudié la carrera de magisterio al tiempo que estudiaba música. Escogí magisterio porque admiraba mucho a un tío de la familia, hermano de Bebo, que era maestro.

         ¿Cuál cree usted que es la mayor responsabilidad de un maestro?

       Hacerse maestro es una carrera hermosa, quizá una de las más hermosas, porque formar a los jóvenes es un compromiso muy grande, pero además cuando te conectas con un equipo de alumnos, llega a haber una relación muy profunda. Hubo un curso que, cuando se fue, yo lloré. Nos queríamos mucho, no éramos alumno y maestro, éramos amigos. Ellos también lloraron. Y con los años recuerdas a estos maestros. Es una carrera sacrificada y nunca ha estado bien pagada a pesar de ser, como te digo, una de las más importantes.

         Y ¿cuál es la mayor responsabilidad como alumno?

         Como alumno es cumplir, ser disciplinado y tratar de sacar los mejores resultados.

         ¿Hay una necesidad de suscitar y hacer nacer la curiosidad en el alumnado?

         Siempre, siempre hay que ir más allá, querer saber si hay más camino.

        ¿Hay alguna diferencia entre los alumnos de Cuba y los alumnos de otros lugares?

         Yo creo que son todos iguales. El asunto es saber cómo tratar a cada alumno, no se puede tratar a todo el mundo igual porque cada uno tiene una manera de entender y un tiempo para comprender. Tampoco puedes regañarlos, hay algunos a quienes les dices las cosas en público y se lo toman bien pero hay otros que se ofenden y tienes que hablarles en privado y ser su amigo más que un profesor.

       A veces pasa que ese rango de profesor te hace tener un cierto aire de superioridad que luego el alumnado nota.

         Sí, yo lo he notado también en mis tiempos. Pero los profesores que más recuerdo son los que hablaban con cariño y si tenían que llamarte la atención lo hacían de una forma que no te molestaba.

         En Marzo de este año se inauguró su academia virtual. ¿Qué pros y qué contras tiene la enseñanza musical virtual?

         Si es directa es mejor. Pero es cierto que la pandemia nos ha enseñado nuevas formas y no lo veo nada negativo. No tiene nada que ver la enseñanza presencial y la virtual, pero las dos funcionan, a su modo.

         De Cuba han salido grandísimos músicos, tanto de música latina como de jazz o clásico. ¿Qué tiene esta isla para que emane de ella tanto talento?

       Primero, el cubano y sus raíces. Es súper musical, y cuando se ligaron las raíces cubanas con las españolas la cosa se salió de órbita. Ritmos por todas partes, música… Pero también hay que decir que hay un sistema educativo musical genial, además estamos escuchando música desde la cuna. La disciplina desde que entras a los siete años en la escuela de música también tiene que ver. Para entrar te hacen una prueba para saber si tienes musicalidad. Si el niño no es musical, para que no pierda su tiempo, no le pasan la prueba. Aunque realmente todos los que se presentan aprueban.

     ¿Qué opina sobre los conciertos de jóvenes talentos? ¿Cree que motivan la mala competitividad?

       Podría crear mala competitividad, pero si los profesores que llevan a sus alumnos a este tipo de encuentros los preparan bien psicológicamente no tendría por qué. Es difícil y a veces sí se crean esas competitividades insanas.

        ¿Existe la competitividad sana?

        Sí, yo creo que sí. Se da en el momento en el que dejas aparte los delirios de grandeza de querer ser superior y te centras en querer hacerlo lo mejor posible, en dar lo mejor de ti, sin pensar en otros. Una nota buena todo el mundo la quiere ¿y quién no? Pero tampoco hay que centrarse solo en esto.

       En 1972, cuando grabasteis Jazz Batá, contaba Carlos del Puerto que, por aquel entonces el jazz estaba relativamente mal visto en Cuba y cómo, a escondidas, quedabais a escuchar el programa de radio La hora del Jazz. En aquel momento el país estaba en una situación crítica, no entraban instrumentos ni discos por lo que  me pregunto si fue precisamente esa dificultad y esa falta de medios lo que hizo que ese disco fuera tan original y revolucionario.

       El disco fue original, sí, pero no fue por la falta de información ni de medios, fue por los deseos que teníamos nosotros de crear cosas nuevas. Ese tipo de música no se había hecho nunca en Cuba, era una inquietud mía. Buscar otros colores, como sustituir la batería por los tambores batás entre otras cosas. Sí, había problemas de desinformación, pero nosotros también luchábamos contra eso a través de la radio de onda corta escuchando efectivamente a Willis Conover y su programa The Voice of America Jazz Hour. Lo ponían a las tres y cuarto de la tarde y lo repetían a las nueve y cuarto de la noche. Nosotros grabábamos los programas con grabadoras de cinta y así nos íbamos informando. Todo un trabajo pero ya sabes, el que quiere puede.

     Este disco fue la piedra angular para la formación de su grupo Irakere cuyo nombre significa en Yoruba vegetación, selva, con ánimo de referenciar las raíces de los componentes del grupo. Sin embargo, algunos temas que grabasteis en el primer disco como Son número dos o Neurosis, e incluso el propio tema titulado Irakere, no se volvieron a tocar después con el grupo.

       Sí, esos temas quedaron como repertorio de Jazz Batá. Irakere sencillamente tenía otro repertorio. Decidimos respetar y separar un repertorio de otro y de esta manera yo he podido más tarde retomar esos temas de Jazz Batá. El disco, si bien no fue tanto la piedra angular, sí que fue la idea de la que partimos después para añadirle todos los elementos que hacían a Irakere ser Irakere.

     Los tambores batá tienen una connotación religiosa muy fuerte. De hecho hay ceremonias en las que se dice que las deidades se comunican a través del trance de los sacerdotes y sacerdotisas. ¿En qué momento pensasteis en llevar al escenario algo tan limitado al ámbito religioso?

       La idea surgió cuando fui a escuchar las misas espirituales, las misas afrocubanas. En ese momento compuse la obra llamada Misa negra. La empecé a escribir en el año 69, la grabé en el 70 y la llevé al Festival de Jamboree, en Polonia. Allí la escuchó Dave Brubeck y le encantó. Me dijo: estás haciendo algo diferente, algo novedoso, nunca dejes de hacerlo porque creo que vas por el camino correcto. Eso me sirvió de inspiración y desde entonces, la verdad es que no he parado.

         Sin embargo, es cierto que de primeras Irakere no tuvo demasiada acogida por parte del público. ¿Qué supuso esta respuesta de la audiencia para vosotros? ¿Os suscitó dudas?

         No, para nada. Estábamos tocando música instrumental y, si tú quieres que la gente baile, al menos es lo que pasa en la música cubana, tienes que ponerle letra y adaptarte a la forma de bailar de ese momento. Así que estudiamos la forma de baile y también cómo relacionar ese baile con los tambores batá. En el tema Bacalao con pan metimos guías, que son cantantes que cantan unas líneas melódicas, metimos coros y metimos metales, y fue un éxito, se creó lo que hoy llaman la timba cubana.

       Su última creación es precisamente una obra titulada La creación, que se estrenará el 5 de Noviembre en Miami.

      Sí, podríamos decir que la obra es una síntesis de lo que yo he vivido musicalmente hasta ahora, como una biografía musical. Empezando por qué y cómo llegó la música a Cuba particularmente y a América, en general.

      Su padre le dijo una vez que usted debía tratar de encontrarse a sí mismo. Sin embargo, ante esta sociedad globalizada, todo parece ir demasiado rápido como para poder parar y buscarse, hurgar dentro de sí mismo. ¿Cómo consigues encontrarte a ti mismo?

       Yo me encontré hace mucho, cuando tenía 22 años. En esos años compuse una obra a partir de un estándar de jazz, que se llamó Mambo influenciado. Esta fue la primera música con la que yo me sentí identificado. Después, con la creación de Irakere fui encontrando lo que yo quería y ya fue lo máximo.

        Decía Bach que cuando tocaba lo hacía para el mejor músico del mundo que, para él, era Dios. ¿Para quién toca usted?

       ¿Eso decía Bach? Bueno, siempre se toca para Dios, y yo también.

*Entrevista publicada en el número de invierno de la revista Más JAAZ

                     DdA, XVII/5.001                   

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