Marcelo Noboa Fiallo
Polonia
es uno de los territorios de Europa que históricamente ha sufrido las
consecuencias de las mil y una tragedias que se han cebado sobre la convulsa
vieja Europa. La penúltima, en términos históricos, lo fueron, la invasión de
Hitler y la posterior anexión de la Unión Soviética a su proyecto totalitario.
Jamás se rindieron como pueblo.
He
recorrido la mayor parte de los países que formaron parte de la disciplina
soviética, antes y después de sus respectivas liberaciones. En ningún otro país
he encontrado ese sentimiento de orgullo histórico, de nacionalismo militante y
de rechazo combativo a sus creencias, cultura e instituciones. Nadie como el
director de cine Pawel Pawlikowski , con dos películas memorables, “Ida” y
“Cold War”, ha sabido extraer el alma del pueblo polaco.
Tras
la caída del muro de Berlín, el pueblo polaco se aferró al mejor salvavidas que
la historia había puesto en su frontera occidental, la Unión Europea. En ello
pusieron todo su empeño e inteligencia política, sabedores de que la U.E
representaba el “nunca más” a los atropellos sufridos. Por ello, el pueblo
polaco masivamente se inclinó por pertenecer al Club europeo (78% en referéndum
celebrado el 3 de junio de 2003. Hoy, el europeísmo de los polacos sobrepasa el
82%)
Esta
peculiaridad nacionalista “el alma polaca” ha sido hábilmente utilizada por los
sectores más conservadores de la sociedad (entre los que no ha podido faltar la
iglesia católica y la judicatura) para quienes los “valores” del alma polaca
son inseparables de lo que ellos entiende como “valores morales” y principios
universales, que van en contra de los derechos civiles en la Unión Europea.
Este sector ultraconservador es el que se ha apoderado de las instituciones
polacas blandiendo la bandera del nacionalismo polaco que es lo mismo que “el
alma polaca” tal como ellos lo entienden y han conseguido penetrar en las capas
de la sociedad, especialmente la rural.
Sus
actuales dirigentes, sabedores de que la U.E, no contempla en su normativa
ningún mecanismo de expulsión de ningún miembro y que su salida del mismo sólo
puede producirse a petición de parte (como fue el Brexit) decidió echar un
pulso a Bruselas, ahí donde más duele, a uno de los pilares del Estado de
derecho y de la construcción europea: La prevalencia de la justicia europea por
encima de las jurisprudencias de los estados miembros, lo que implicó la
progresiva adaptación de las legislaciones de los estados a la legislación
comunitaria. Única manera de proteger a los ciudadanos europeos de posibles
abusos de poder o de sentencias que no respetaran los derechos fundamentales de
sus ciudadanos (España ya ha recibido varios varapalos al respecto).
Polonia,
no sólo no ha terminado de adaptar su legislación al derecho comunitario, sino
que, nada más ni nada menos, que su Tribunal Constitucional acaba de dictar una
sentencia demoledora para la pervivencia del “alma europea” de la U.E, “La
prevalencia del derecho polaco frente al europeo”. Previo a éste último órdago,
el actual gobierno presidido por el partido Ley y Justicia (Pis) de Kaczynski,
ha elaborado leyes contra el aborto, movimientos LGTBI, educación sexual,
libertad de prensa… que van en contra de las directrices comunitarias y de los
derechos civiles de los ciudadanos europeos, al alimón con el gobierno de
Víctor Orban en Hungría. Sabedores y potenciadores del drama que pueblos y
ciudades pequeñas tienen al carecer de medios de comunicación libres, donde
sólo llegan los medios públicos controlados por el poder.
Nadie
entiende que los gobiernos de estos dos países, declarados euroescépticos,
ultranacionalistas y ultraconservadores, que tienen la población más europeísta
de la UE, que reciben de las arcas europeas el 60 % de su PIB y que, en
los últimos años, han recibido más de 150.000 millones de euros, estén
provocando este cisma. Polonia y Ucrania tenían, hace sólo 20 años, el mismo PIB,
hoy el de Polonia es tres veces más que el de sus vecinos (¡!).
Las
autoridades europeas han advertido que, si siguen adelante con el órdago, ponen
en riesgo los 36.000 millones euros que les corresponden del fondo de
recuperación europeo. Polonia difícilmente puede sobrevivir sin dichos fondos,
no obstante, persiste el enfrentamiento con Bruselas
Frente
a la deriva autoritaria del gobierno polaco, se mantiene la resistencia
ciudadana en las grandes ciudades (La plaza de Varsovia no pudo acoger a los
más de 100.000 manifestantes el domingo 10 de octubre), conscientes de que la
pelota está en su tejado. “La U.E, no protege gobiernos, protege a sus
ciudadanos, pero si estos deciden votar a quienes quieren que les representen…
tenemos un problema” (Josep Borrell)
El
uno de mayo de 2004, marcó un antes y un después en la construcción de la Unión
Europea. La Europa de los 15, pasó a ser la Europa de los 25. Un paso tan
arriesgado, como ambicioso. De pronto a sus dirigentes les entró las prisas por
crecer, en lugar de cimentar y consolidar el proyecto unitario (por aquellos
años ya Gran Bretaña era la “mosca cojonera” del proyecto europeo). Incorporar
a países provenientes del antiguo bloque soviético, se convirtió en una especie
de “obligación moral”, emanada del desmoronamiento de la Unión Soviética y de
la necesidad de configurar el espacio geográfico europeo hasta las fronteras
mismas de la nueva Rusia.
A
los dirigentes de la Unión Europea, les preocupaba más el proceso de adaptación
económica e industrial de estos países y la obsesión por convertirse en la
mayor área económica del mundo que una transformación de sus mentalidades.
Setenta años de colectivismo, dependencia absoluta del Estado y ausencia de
libertades, impregnaron a tres generaciones. No era fácil la adaptación a las
democracias liberales.
No
se calibró en sus justos términos el tiempo que hacía falta para que los nuevos
miembros pudieran participar en el proyecto común y compartir los valores que
dieron sentido a la Europa que surgió de las cenizas de la barbarie
Los
dirigentes políticos de Polonia y Hungría no nacieron después de la caída del
muro de Berlín, procedían de las elites burocráticas corruptas, cuyo referente
fue la Rusia de Boris Yeltsin y luego, el nuevo “zar” de las rusias, Vladimir
Putin Se parecen demasiado. Soportan la democracia formal porque no les
queda más remedio, pero el autoritarismo son sus señas de identidad. El Estado
de Derecho, se lo pasan por el arco del triunfo (ni siquiera disimulan). De
aquellos polvos, estos lodos.
DdA, XVII/4983
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