viernes, 1 de octubre de 2021

LAS AFINADAS COLUMNAS DE VÍCTOR GUILLOT

Es de esperar que las columnas de Víctor, por las que llegué a MiGijón, encuentren acomodo en algún otro medio de la región. La noticia de su última columna en el periódico citado me ha dejado triste. Era uno de los alicientes que tenían las mañanas cuando buscaba el aire informativo de la ciudad que me crió. Lo lamento aún más por ser colaborador de ese medio, en el que desde hace unos cuantos meses se me permite hacer memoria sentimental e intrahistórica. Agradezco las palabras de Víctor. Se las devuelvo con una reflexión que acumula amargor a las que ya llevo sobre el periodismo en este país: si a profesionales como él no se les reconoce como es debido por su trabajo en el género que mejor suena dentro los periódicos (la columna), no dejará de incrementarse el ruido de quienes llegan hasta esos solos de violín sin capacidad siquiera para afinarlo. Te queremos seguir leyendo, Víctor, porque tus artículos lucen una incuestionable y personal afinación, junto a una no menor y original calidad de criterio.


Víctor Guillot

Suele decir Jorge Explosión que, en ocasiones, mis columnas se parecen mucho a una canción. Más que la música, ha sido la poesía la que ha influido en mi manera de escribir, pero tiene razón mi colega porque reconoce que construyo párrafos como el compositor de canciones escribe estrofas, con el estribillo difuminado, entre frase y frase. Y llegados a este punto, aquí va mi última canción.

Efectivamente, querido y desocupado lector, está es la última columna de un diario político y sentimental, un diario pop que ha pretendido contar el pulso cotidiano de la vida local, el palpito vital de la actualidad, de lunes a viernes, aceptando sin ningún tipo de límite ni condición que Gijón es, en sí mismo, un género literario. Gijón, ciertamente, admite muchos géneros literarios que van de Jovellanos hasta Ricardo Menéndez Salmón, pasando por Fernando Menéndez o José Luis Argüelles. Entre unos y otros, hay un millón de narraciones, un millón de columnas, versos, aforismos, que conectan el devenir de la ciudad con el devenir de cualquier hombre o mujer de este pueblo.

Lamentablemente, no soy escritor para una sola columna, ni tan siquiera para dos. Desde que escribo en periódicos, siempre quise demostrarme que era capaz de escribir cada día, al menos, una columna, saber y sentir que cada mañana, el lector desayunaba con ella dibujando sobre su rostro una sonrisa cabrona y cómplice o agitándose a primera hora de la mañana antes de que se fuera a currar. Creo que lo conseguí. Quiere decirse que me he sentido acompañado cada día por los lectores que son, en definitiva, a quienes se consagra uno a la hora de escribir. Para el columnista, el lector lo es todo. No sólo es el receptor de un mensaje, es también la razón primera y última por la que se está dispuesto a jugársela delante de la pantalla del ordenador o en una rueda de prensa. Y créanme, partirse la cara en una columna y acudir ese mismo día a una rueda de prensa no siempre es fácil. Hace falta valor.

Siempre que se escribe, se escribe contra alguien. Es inevitable. Uno ha escrito lo que le ha venido en gana, casi con la misma vocación de un etarra, y esa libertad total, casi suicida, ha sido una buena recompensa durante estos meses de trabajo. Escribir contra el rey desnudo es higiénico, si me apuran, salvífico y sobre todo muy embriagador. El papel del columnista es el de vigilar al poder, estar alerta y poner en alerta al lector. Con el solo propósito de despejar viejos fantasmas de la mente maquiavélica de algunos, confirmaré que mi salida no se debe a ninguna presión política, aunque desde mi primera palabra las ha habido. Entre el director y yo, como habrán podido comprobar, hay diferencias editoriales tan palpables, que sólo demuestran la pluralidad de este medio que comprendió perfectamente desde mi incorporación que se podía hacer literatura en prensa sin dejar de contar la verdad. Como afirmaba Semprún, en ocasiones la literatura es necesaria para que te crean. La literatura sigue siendo una fuerza y la vida política de Gijón o de Asturias también la necesitan en muchas ocasiones para poder contar lo que sucede en ella.

Estos meses de escritura han sido apasionantes junto a mi compadre Monchi Álvarez, que hace el columnismo de Cimavilla otorgando a los muros cotidianos de aquel barrio, la dignidad de lo desconocido. NI que decir tiene de Félix Población que convierte su memoria y su veteranía republicanas, en crónicas de un tiempo pasado y perverso que a ninguno de nosotros nos tocó vivir. Sus palabras recuperan importancia y vigor en nuestro diario y sus consejos profesionales han sido una manigua constante que me permitieron sentir el placer de haber sido un meritorio, muchos años atrás, junto a Juan Ramón Pérez Las Clotas, ejemplo de dandysmo local. También me voy con el recuerdo de haber hecho partícipe del diario a mi amigo Eduardo Infante. Siempre está bien tener un amigo filósofo y más aún cuando es un best-seller internacional. Eduardo es, como diría Machado, un hombre de buen dejo. Su honestidad está galvanizada y guarda el sentido aristotélico de acertar en cada dilema moral, encontrando la medida exacta de todas las cosas entre la razón, la fuerza y la debilidad de los hombres. También me voy dejando atrás a un equipo modesto pero perseverante de periodistas que hacen que día tras día, este diario cuente lo que sucede en la ciudad, sin adjetivos, sin complementos y donde todos importan, desde la comercial que justifica nuestra paga hasta el editor que trabaja las redes sociales.

Una ciudad es un mundo si has amado en él, al menos, a uno de sus habitantes. Creo que todos hemos amado a alguien en nuestra ciudad. Quizá, por eso también, esta columna ha sido necesariamente visceral y trágica, esperpéntica y feroz, absolutamente literaria y, en ocasiones cruel, apasionada, difícil y, sobre todo, antes que nada, honesta. He querido ser el terrorista que colocaba la bomba y cuando explotaba ya estaba a otra cosa. Si en algún momento este diario pop logró hacerte reír, enfadar, enmudecer, en definitiva, si hizo sentirte parte de este mundo, entonces habrá merecido la pena. Y como dijo el maestro, la columna es el solo de violín del periodismo, así que es ahora cuando llega el momento de que yo me vaya con la música a otra parte. Gracias, querido y desocupado lector, por prestarme tu tiempo. Como no creo en las despedidas, siempre prefiero decir hasta siempre, o mejor aún, hasta luego.

     MiGijón DdA, XVII/4967     

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