Luis Castro Berrojo
En 2016 Ignacio Sánchez Cuenca publicó «La desfachatez intelectual», un alegato contra toda esa pléyade de escritores y publicistas españoles que frecuentan las tribunas de prensa y las tertulias públicas para opinar sobre todo lo divino y lo humano «sin entrar en demasiados detalles acerca de las razones para defender una postura» y “con una mezcla de frivolidad en los contenidos y prepotencia en la forma estilística”. Con viveza polémica y abundantes ejemplos, el libro de Sánchez Cuenca muestra la distancia abismal que suele haber entre el crédito literario y mediático de estos autores y, por otro lado, la escasa consistencia racional de sus opiniones cuando abordan temas sociales o políticos.
Estos escritores prodigan la crítica y
la descalificación, pero las aceptan muy mal cuando otros les dan una dosis de
su propia medicina; “prefieren evitar el debate y el intercambio de
argumentos, lo que no les impide lanzar dardos de mala uva contra los que no
opinan sobre ellos”. Sánchez Cuenca habla de personajes como Fernando
Savater, Javier Marías, Muñoz Molina, Javier Cercas, Félix de Azúa, Arcadi
Espada y otros a los que la transición posfranquista dio una visibilidad y un
protagonismo que hasta la fecha no han perdido. Aunque no han evolucionado
mucho en cuanto a su actitud prepotente, sí lo han hecho ideológicamente,
pasando de un izquierdismo más o menos radical en su juventud a una postura
actual más conservadora. Sin embargo, su marcado individualismo –o
egocentrismo, que les lleva a hablar una y otra vez de sí mismos, de lo que
piensan, de lo que les pasa, de lo que les gusta o desprecian– hace difícil
encajarlos en una filiación ideológica o partidista concreta, más allá de una
querencia dextrógira, españolista y reaccionaria.
Este tipo de periodismo se ha enquistado
en la esfera de la opinión pública española y resulta bastante estéril a la
hora de plantear y dar soluciones a los graves problemas de nuestra sociedad.
Es más, el estilo agresivo y falto de respeto del que hacen gala estos autores
contribuye muchas veces a crispar aún más el panorama político, ya de por sí
bastante polarizado. Cuando Sánchez Cuenca escribió ese libro, podía pensarse
que estos autores irían a menos y con el tiempo perderían crédito, pero, como
se puede comprobar, hoy están en candelero con tanto o más protagonismo que
hace unos años, sin que falten ocasiones en las que ocupan buena parte del
primer plano mediático, como ocurrió en la concentración de la Plaza de Colón contra
el indulto a los presos del procés. Puesto que la sociedad española
en los últimos tiempos se ha ido polarizando política y socialmente debido a
crisis de distinto tipo y al desgaste del sistema político de la transición,
ellos también han extremado sus posturas y así han pasado de la crítica
infundada a la descalificación sin paliativos, de la opinión arbitraria a algo
muy cercano a la mentira, del sarcasmo al insulto, de lo mal que está todo al
“esto ya no tiene remedio”.
En este artículo aportamos algunos
ejemplos recientes de estas prácticas periodísticas, comentando principalmente
varios artículos de Javier Marías y de Félix de Azúa, que nos parecen
especialmente significativos por su reincidencia y por reunir todos los
defectos que se señalan. Mostramos también modos ya patológicos de periodismo
que infectan algunas cabeceras conservadoras de provincias, donde campa el
sectarismo político más descarado junto a formas de expresión deleznables.
Finalmente se aborda, sin profundizar
demasiado, otro tema relacionado: el papel que tienen –o que deberían tener–
las direcciones de los medios de prensa que albergan a estos tertulianos y
columnistas en cuanto a censurar o, al menos, corregir y limitar, aquellos
mensajes que atenten contra la verdad o los principios básicos de la educación
y la convivencia (codificados, sin ir más lejos, en los libros de estilo de los
propios medios). Si no hay una actitud más enérgica en este sentido y si, por
otra parte, tampoco se permite una mayor participación del lector para replicar
o criticar esos mensajes –cosa que ocurre, por ejemplo, en El País con
la mayoría de sus columnistas–, se podría hablar, como hace Sánchez Cuenca en
su libro, de cierta impunidad, que permite a algunas plumas consagradas
escribir o decir lo que les venga en gana según el humor con el que se hayan
levantado ese día, pero sin mayor atención a la veracidad o los buenos modales.
@El artículo tiene indudable interés por su contenido, por lo que es de lectura más que recomendable. Prosigue en la web no menos recomendable Conversación sobre la Historia
DdA, XVII/4969
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