martes, 21 de septiembre de 2021

CARLOS CIPPELLETTI: "CUANTO MÁS GRANDE SEA TU ABANICO EN MEJOR MÚSICO TE CONVIERTES"

 


Alicia Población Brel                     

Carlos Pascual Cippelletti (Alicante, 1996) es un pianista de jazz y jazz afrocubano dos veces ganador de la Beca Latin Grammy Cultural Foundation. A los cinco años descubrió el instrumento musical que marcaría su vida y le llevaría a participar en proyectos como el Festival de Perugia en Italia o la JM Jazz World Orchestra, entre otros. Su trayectoria le ha llevado a poder sacar Hybrid/C, álbum que se lanzará internacionalmente este mes de Septiembre y que cuenta con el sello OutHere Music y músicos de la talla de Manuel Machado, Bobby Martínez o Reinier Elizarde.

¿Cómo comenzó todo?

Empecé a tocar con 5 o 6 años. La música ha venido principalmente de influencia familiar. Mi madre hizo el grado profesional en París de piano clásico, pero la historia se remonta más lejos, por mi bisabuelo, que fue quien instauró la cátedra de piano en Teruel, además de ser compositor. Yo desde pequeño ya estudiaba en el piano de mi bisabuelo. Todo lo del clásico me viene por parte materna, aunque a mi madre siempre le gustó el jazz, de hecho fue ella quien me sugirió que empezara con algo de improvisación. A los 10 u 11 años empecé con el jazz y fui compaginando un poco los dos estilos, y a los 12 me centré en el jazz. Por otra parte, mi padre era el director del Centro de Bienes Culturales en Cuba, en la Habana y en Santiago de Cuba. Este es un sitio donde se recogen todas las obras de arte, especialmente de pintura. Por tanto él siempre ha estado vinculado al mundo del arte, pero del arte cubano. Así que a mí se me juntó todo, piano, jazz, clásico, folklore cubano… En concreto esta última rama es muy importante para mí porque es en la que encuentro mis raíces. Formo parte de la generación de músicos cubanos que ya han nacido fuera de Cuba, como será la generación que venga después de Pepe Rivero y Reinier Elizarde. Con la música cubana tengo una afinidad y un arraigo tan fuertes que la siento como mía.

¿Qué te ha dado a ti estudiar estos tres estilos a nivel musical y personal?

Todo fue caminando un poco solo. Empecé con piano clásico porque es lo más habitual, te da mucha técnica y conceptos básicos de la música en general. Por otro lado siempre he tocado música cubana en casa por encima de las grabaciones de Bebo y Chucho Valdés, Buena Vista Social Club, Ruben González… me divertía haciéndolo y me lo tomaba como un juego, hasta que fui un poco más consciente y empecé a improvisar. Creo que desde siempre he tenido la inquietud de crear mis propias cosas, de hacer mis propios arreglos. Recuerdo que con ocho años escuchaba anuncios, sacaba la música y la recomponía para crear un tema que fuera mío. Lo que comenzó como un juego resultó que tenía un nombre, jazz, y que se podía profundizar un poco en ello.

Muchas veces nos dicen que tenemos que seguir un estilo muy concreto, pero al final, la música es una y cualquier estilo está influenciado por otro. De hecho así es como surgen otras músicas. Yo he tenido la suerte de que nunca me he encasillado en una sola cosa, siempre me han inculcado que debo tener curiosidad e inquietudes por otras cosas, incluyendo la música, y creo que es algo fundamental para vivir en un mundo tan globalizado y abierto como en el que vivimos actualmente. Cuanto más grande sea tu abanico en mejor músico te conviertes.

Ahora, en vez de preguntarte qué es lo que más te gusta de tocar el piano voy a preguntarte por lo que menos te gusta. ¿Has tenido alguna crisis a lo largo de tu vida como para querer dejarlo? ¿Qué es lo más duro de ser músico?

De tocar el piano no hay nada negativo, es como respirar, no puedo asociar nada malo, es un modo de expresión. Cuando volvía del cole lo que quería era sentarme al piano, y este era el verdadero momento de respirar, de ser yo. Creo que por un lado está el oficio y por otro la pasión y yo quizá los tenga muy unidos. Siempre hay momentos más fáciles y más difíciles en la carrera de un artista, momentos en los que te ves con más fuerza, más inspiración para componer y tocar, y otros en los que tienes menos. Si tengo que decir una cosa, lo que más me fastidia es querer crear y no poder porque mi cabeza está en otra cosa relacionada normalmente con la vida cotidiana. Me molesta cuando lo mundano se pone delante de lo que hay más allá.

Es curioso porque siempre que hago esta pregunta surge alguna crisis preadolescente por ahí…

En ningún momento he tenido que decirme “venga, ponte a estudiar”, pero creo que esto también tiene mucho que ver con los profesores. Es súper importante que el profesor, desde pequeño, te enseñe que estudiar no tiene que ser algo pesado sino algo que disfrutes. Si uno es capaz de disfrutar del proceso de aprendizaje el resultado será muy bello. La música son sentimientos; si trasmites la pesadez y las frustraciones esto también se escucha. Yo he tenido la suerte de tener profesores que me han hecho disfrutar muchísimo de mi aprendizaje.

¿A quién puedes llamar maestro?

Ante esa pregunta pienso directamente en Pepe Rivero. Para mí hay un antes y un después con Pepe, y creo que eso es lo más importante de un maestro, que te marque un punto de inflexión en tu carrera, en tu vida, como músico y como persona. Al final un maestro es alguien que te enseña a desarrollarte como persona a través de la música. Para mí Pepe Rivero ha sido una referencia a nivel pianístico y a nivel personal. El jazz es una música que va de compartir, de libertad. Creo que el jazz sobre todo te enseña a ser empático, a comprender al otro músico, a dejar espacio a los demás, a saber cuándo te tienes que callar, cuándo te toca hablar… y todas esas cosas te las enseña un maestro, a relacionar la música con la vida.

A los quince años te vas a Portland de intercambio y descubres que en la casa de acogida hay un piano. Háblame de esa experiencia, primeros contactos con la música americana en vivo y en directo…

Fue un intercambio con el colegio, para aprender inglés. Cuando llegué me encontré que mi familia de acogida era medio americana medio japonesa. En medio del salón tenían un pedazo de piano de cola enorme y yo, que siempre había estudiado en un piano de pared, cuando vi aquel instrumento dije: yo tengo que estar aquí metido tres semanas, que nadie me lleve de vuelta. Resulta que el padre había sido músico de jazz y de vez en cuando tocábamos juntos. Un día me llevaron a un sitio en Seatle, un club de jazz. En ese club vi el primer concierto de swing, de puro jazz. Cuando vi la Big Band, con tantos estudiantes jóvenes, que tocaban tan bien, me dije que yo tenía que volver allí y tocar como ellos.

En 2012 fuiste seleccionado para formar parte del proyecto Ruta Quetzal con el que viajaste a Colombia, ¿qué supuso esto para ti personal y musicalmente? ¿Qué debemos aprender de Latinoamérica?

Creo que para todas las personas que hemos tenido la oportunidad de hacerla, la Ruta Quetzal ha supuesto también un antes y un después. Es una experiencia que va más allá de la experiencia física y cultural. Es una experiencia que da muchísimos valores. A nivel personal fue una apertura de mente brutal. Compartir con otros 200 jóvenes de muchísimos países del mundo te enriquece muchísimo, y sobre todo te hace ser una persona muchísimo más curiosa. Esto, llevado un poco a la música, me ha ayudado también a decir: hay algo que desconozco, voy a averiguar qué es. Sobre la cultura latinoamericana… para mí significa unión y paz. Compartir. Y eso es lo que más me gusta, la felicidad que hay al tocar. No hay ninguna intención prepotente o arrogante en la música latinoamericana, todo es disfrute, alegría, humildad, y creo que estos son los valores más importantes que debemos aprender. Al final es desprenderse del ego. Muchas veces se asocia el ego con el artista, pero yo creo que el trabajo del artista consiste precisamente en desprenderse del ego, y la cultura latinoamericana tiene bastante implícito este mensaje, hacer el arte por y para la gente.

Decía Antonio Serrano que en el escenario hay que dar cabida al ego pero luego en casa volver a abrazarte a esa humildad para no perderse…

Al final lo que se queda la gente es la música. El ego es una cuestión de actitud, uno puede tener una actitud u otra, pero al fin y al cabo, luego todo va a quedar impregnado en la música que hagas, y en la música se ve todo.

Sobre lo que hablabas antes de la curiosidad, ¿la curiosidad nace o se hace?

Creo que ambas. Uno puede nacer con las ganas de aprender, pero es muy importante alimentar esas ganas, porque si no, te hace pensar que todo lo tienes al alcance de la mano, sobre todo con las tecnologías de hoy en día. Que tengas acceso no significa que lo sepas, y es muy importante que nos enseñen eso, para eso también están los profesores. Y, por supuesto, es importantísimo ir a los conciertos, escuchar a los otros músicos, escuchar sus opiniones, consejos… Sí, creo que también se hace.

Desde ese tiempo en Portland no dejaste de viajar esos años, estancia en Casa de España en Miami, clinic de jazz en Foix (Francia), seleccionado por la Berklee School of Music para ir a Perugia, actuaciones en La Habana, una gira con JM Jazz World Orchestra… En un periodo tan intenso como es la adolescencia, ¿qué supuso conocer a músicos de la talla de Luis Bonilla o Robert Glasper y vivir unas experiencias como estas?

Lo que ha ido pasándome a lo largo de mi corta carrera es que no he sido realmente consciente de estar delante de quien estaba, aun sabiendo quiénes eran. Sin embargo, creo que esto también ayuda, porque conoces a esas personas de una manera muy natural, sin pretensiones. Al final, cuando admiras a una persona y  su trabajo te acercas a esa persona con ánimo de saber más, de aprender más. Pero además de a los músicos, para mí todas esas experiencias están ligadas a poder relacionarme con otros estudiantes, y esas relaciones ayudan muchísimo a querer aprender más, a querer saber por qué otros saben las cosas que saben.

Acaban de concederte la beca Fullbright España para ir a estudiar un doctorado a Estados Unidos. ¿Qué trabajo hay detrás de esa beca?

Buf, bueno, detrás de la beca hay tres años de trabajo muy intenso. La Fullbright tiene unos requisitos muy concretos que hay que trabajar mucho. Animo a todo el mundo a presentarse a todas las becas y ayudas que se den, y a quienes no se las concedan una vez, que vuelvan a intentarlo. Detrás de cada intento hay mucho trabajo, a mí me ha dado mucha perseverancia. Mi trabajo concretamente está enfocado en desarrollar un método de estudio sobre la música latina y el jazz. Creo que existe la necesidad de un nuevo ejemplo de instrucción musical que entienda la centralidad de los roles de los artistas, sobre todo de cara al siglo XXI, de cara a los retos que este siglo nos impone, que son distintos a los anteriores. Para lograr algo como la Fullbright, sobre todo está el trabajo de un disco que es un trabajo realmente de años; años, componer; años, arreglar; años, prepararse para grabar… Y ese esfuerzo se traduce en un resultado con el que yo estoy muy contento.

Tu proyecto de doctorado se centra en tres disciplinas: interpretación, composición y pedagogía, ¿Por qué crees que es necesario que un maestro esté siempre en activo?

Desde un punto de vista universitario, enfocado a sacar artistas de la carrera, es vital que el profesorado esté activo, que sea creativos, porque al final a los alumnos hay que enseñarles a ser creativos, no solo a imitar a los músicos que admiran, que es sin duda una parte fundamental. Lo que me interesa del proyecto de doctorado es que es un enfoque del artista completo, del artista que es capaz de aprender, que es capaz de escuchar, de interpretar, de ser creativo, pero también de ser capaz de transmitir todo eso a los jóvenes, a los niños, a cualquier persona. Al final es la única manera de hacer que la música siga activa y siga creando cosas buenas. Eso es lo que mantiene el arte vivo, la búsqueda constante.

Hybrid, tu nuevo álbum, saldrá en el próximo mes de Septiembre, ¿cómo resumirías este proyecto?

Es un proyecto de fusión, de unión cultural y generacional, con un punto en común que son las raíces afrocubanas y el jazz. Todos los músicos tenemos raíces latinas, pero hay gran variedad dentro de la banda. Mi padre es cubano y mi madre francesa; el teclista es venezolano, pero nació en Granada; Eric Larrea, que toca los batás, es mitad luxemburgués, mitad vasco, pero está muy inmerso en el folklore afrocubano. Y al mismo tiempo hay varias generaciones. Están Bobby Martínez, Manuel Machado, Reinier Elizarde, Yuvisney Aguilar, Georvis Pico… y también hay artistas jóvenes. Esto es algo que quería hacer, la mezcla. Quería que el proceso de grabación fuera también un proceso de aprendizaje.

Hablando de hibridación generacional, creo que una de las grandes influencias del disco ha sido Chucho Baldés y su grupo Irakere.

Claro, el maestro Chucho es para mí una de las referencias clave del jazz afrocubano. Es una persona a la que yo he estudiado muchísimo y admiro desde siempre. Su música es una influencia muy grande en este disco. He querido retomar la energía de Irakere con esa mezcla de la música afrocubana, el clásico, el jazz y la música bailable. He querido recoger todo usando también toques más actuales, algo de trap, un poco de flamenco, la electrónica… mezclados con el folklore. La electrónica ya la usó Irakere, aquí no hay nada inventado, pero es un desarrollo. Creo que es un reflejo del sincretismo que hay en Cuba. El disco es un homenaje a mis raíces que mezcla también mis gustos musicales: neosoul, jazz, swing, folkore afrocubano, actualidad, modernidad…

Este año ha supuesto un duro golpe para muchos artistas, pero también se ha visto la importancia de la cultura para mantener la esperanza y la alegría de vivir de mucha gente, ¿Qué tú pretendes conseguir a través de la música? ¿Qué quieres decirle al mundo?

Creo que no me dedico a la música con un fin político ni con un mensaje tan claramente reivindicativo. El mensaje de este último proyecto sí que podría ser el de vivir con más cosmovisión, con más unión entre nosotros. Debemos darnos cuenta de que lo importante es el ser humano, independientemente de nuestros orígenes, de nuestras raíces. Hay que pensar a nivel global. En este disco creo que trato de reflejar un poco este mensaje. El objetivo es que todo sea uno, que todos seamos uno y pensar en esta palabra que es cosmovisión.

¿Cuál es el siguiente objetivo de Carlos Cippelletti?

Bueno, el primer objetivo es que la gente escuche el disco (risas). Sí, acercar el disco al público, presentarlo a festivales… Ha sido un proceso duro porque el disco se grabó en medio de todo el ojo del huracán, en medio de una pandemia mundial, algo memorable, y creo que va a aportar energías muy positivas. Y mi próximo objetivo… bueno, creo que mudarme a Nueva York en un año con lo de la Fullbright, va a dar un vuelco a mi vida y va a darme un objetivo realmente importante, como es desarrollar ese trabajo que quiero realizar. Creo que el proyecto va a ayudar a hacer que siga el legado de la música cubana y el jazz, y creo que es un reto muy grande, que conlleva mucha responsabilidad. Esa responsabilidad creo que la tenemos muchos estudiantes, la de lograr que la música cubana, o la música con la que uno se identifique, siga viva, y ayudar a que quede perenne. A mí mis maestros me han ayudado a saber apreciar la música de mis raíces, y a mí también me gustaría ayudar a eso, ayudar a que las futuras generaciones sigan admirándola. Creo que ese es un objetivo muy importante para mí.

MásJAAZ  DdA, XVII/4957

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