Alfonso Sastre perteneció
a una generación para la que militar era un compromiso ético y estético. No era
fácil ejercer el oficio de intelectual en los oscuros tiempos de la dictadura
franquista. No era nada fácil para un dramaturgo, de clara vocación política
como la suya, estrenar en la dócil y aburguesada escena de su época y, por eso,
tuvo que buscar en los recovecos del teatro universitario para estrenar su
emblemática Escuadra hacia la muerte. Eran tiempos aquellos de
muchas y variadas censuras, unas obvias y otras no tanto, como la del gusto de
públicos y empresarios dominantes. Recuerdo perfectamente la interesante
polémica que en las páginas de Primer Acto tuvieron Buero Vallejo y
Sastre sobre el “posibilismo en el teatro”. Ya me gustaría poder leer en la
actualidad polémicas de ese calado.
Las
noticias desagradables siempre llegan en momentos inoportunos. Los
fallecimientos de amigos y creadores a los que siempre admiraste te llevan a
recordar que siempre nos faltará un abrazo real para una despedida certera. Con
Alfonso me ha faltado un abrazo, y eso me duele. Él tomó una decisión muy
radical, pero estimo que lúcida, de retirarse de la farándula, haciendo una
feroz crítica de la banalidad del momento. Y lo hizo marchando a Hondarribia, a
su querido País Vasco, aunque me consta que nunca olvidó el Madrid de su
primera memoria emotiva. Textos dramáticos y ensayos así lo demuestran.
Aún
guardo en la memoria cómo conocí a Alfonso siendo yo un juvenil actor
aficionado. Fue en un parque del barrio de la Concepción, hervidero barrial de
muchas cosas en aquellos esperanzadores años 70. Yo acababa de hacer en un
teatro parroquial su obra existencialista La sangre de Dios y
me acerqué al banco donde se sentaba a leer para saludarlo. Fue todo un
descubrimiento la calidad humana de esa persona que yo ya consideraba un gran
autor y que me trataba, como siempre lo hizo, de igual a igual. Mi admiración
fue acrecentándose en mi aventura con el teatro independiente, mi experiencia
en Tábano y en la revista Pipirijaina nos unió mucho en esa
época. En la Bienal de Venecia de
1975 compartimos mesas de debate y aún tuve la oportunidad en los 90 de
dedicarle el homenaje que a un autor dedica cada año la Muestra de Autores de Alicante.
En
España arrastramos dos exilios, el exterior y el interior, ambos mortales para
nuestra cultura. Rindamos ahora recuerdo a alguien que eligió el segundo para
no tener que seguir sintiendo que ya no pertenecía a eso que llaman “el mundo
del teatro”.
Guillermo Heras es autor y director teatral. De 1984 a 1993
estuvo al frente del Centro Nacional de Nuevas Tendencias Escénicas y
actualmente dirige la Muestra de Teatro Español de Autores Contemporáneos.
El País DdA, XVII/4953
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